Un Desastre en Nueva York

Capítulo 7. El Día X.

El próximo día empezó con los preparatorios para la eminente cita. Las dos se encerraron en sus habitaciones haciendo todo tipo de precedimientos, desde depilación de la zona bikini hasta sacar el pelo de la nariz. El bigote tampoco les iba a ayudar a triunfar en este ilustre proyecto, por lo tanto, una cogió las pinzas para quitarse el pelo inoportuno, mientras la otra aplicó un método más brutal, la cera caliente. En el momento crucial, las dos lanzaron un grito del tremendo dolor que sintieron al tocar esa zona no explorada anteriormente. Jessa pareció sacarse el pelo junto con la piel, mientras la parte debajo de la nariz de la otra se cubrió de granos, que salieron como unos hongos por el bosque después de la lluvia. Al mismo tiempo, salieron de sus habitaciones para hacer la una a la otra consultas para reanimar la piel torturada injustamente y quitar la mutilación producida, pero al ver que estaban igual, dejaron de lado esa idea. 

- Pareces un matamoscas pero con puntitos rojos en vez de los blancos, - pronunció sin ocultar una risita Jessa.

- ¿Pero te has visto? Parece que te acaba de morder un mosquito debajo de la nariz, - le contestó la otra.

Las dos se dieron cuenta de su error y dicidieron hacer un descanso. Seguían sin haber comido nada desde la mañana anterior, solo picando chips y galletas, mezclándolas con alcohol. Lia ya no podía aguantar más y pidió una pizza, esperando que la iban a pagar a medias. 

- He pedido una pizza, - anunció sobre su gran hazaña Lia.

- ¡Qué bueno! Por fin podremos comer algo. - exclamó Jessa.

- Podremos no, yo podré y tú solo si pagas la mitad, - la advirtió su interlocutora.

- Me parece una gran injusticia, acabo de arreglarte la vida, presentarte al mundo de los hombres ricos físicamente igual que en el sentido material y ¿tú me pagas con esa? Me siento estafada y decepcionada a la vez. Sabes que no tengo ni un duro, pero sigues insistiendo, - se rompió a llorar Jessa.

Su amiga se enfadó al escuchar tal calumnia, pero en cuanto abrió la boca para contradecirle algo, la pobre afectada lanzó unos aullidos histéricos, intentando quitarle la habilidad de hablar a su amiga. Al final, Lia se rindió y decidió darle unos trozos a la pobre víctima.

- Tranquila, tengo un plan para no pagar, - le dijo Lia.

Al cabo de unos treinta minutos tocaron la puerta y las dos se lanzaron a abrirla. 

- Hola, - pronunciaron al unísono las dos fieras hambrientas.

- Buenos días, pizza a nombre de Lia Barton, veinte dólares por todo, por favor.

Las dos cogieron la caja, una por un lado y la otra por el otro y no podían decidir quién se la iba a llevar. Empezaron a tirar de ella, intentando apoderarse las dos de la única fuente disponible de alimentación, sin ceder ninguna de ellas. Al final, sin poder aguantar más la batalla, la caja se rompió y la pizza se cayó al suelo boca abajo, aplastando el relleno con la masa. El pobre repartidor contemplaba esa escena con terror, pensando que sus clientes lo iban a reclamar y dejarlo sin los 20 dólares ganados. Ellas en cambio, se quedaron congeladas, mirando como lo mejor de la pizza estaba tocando el suelo.

- ¿Qué has hecho? - por fin pronunció Lia, - ¿Ahora qué voy a comer?

- ¿Qué has hecho tú? - la preguntó la otra indignada. - La acabas de tirar al suelo.

- Ahora te vas a enterar, - la advirtió Lia, cogiéndo a su compañera del pelo.

Las dos empezaron una pelea brutal, intentando sacarle los pelos a su adversaria, chillando como dos gatos en celo y clavándose las uñas la una a la otra. Lia hizo su máximo esfuerzo y le arranco un trozo de pelo que era una de las extensiones de su amiga. Al ver esta macabra pelea, el repartidor ya no quería su dinero y se fue corriendo de la escena del crimen. Al ver al repartidor huyendo, las dos se separaron y se miraron agitadas.

- ¿Este ha sido tu plan? Me acabas de quitar una extensión del pelo y además la pizza está estropeada. - La preguntó a su amiga Jessa.

- No pasa nada, el suelo está limpio, recoge lo que queda, - le dijo Lia, contenta del éxito de su travesura. - No te imaginas cuántos dólares me he ahorrado con mis escándalos.

Las dos comieron los restos de la pizza, saboreando cada trocito gustosas. Ahora tendrían que aguantar hasta la cena en el restaurante de lujo, donde las invitaron los hermanos guapos del chat. Después de comer, se tumbaron complacidas en el sofá y se echaron una siesta que se prolongó hasta la tarde.

- ¡Son las siete menos diez, tenemos que salir! - exclamó Jessa, despertando a su amiga dormida.

Las damas se echaron a correr por el piso en busca de ropa adecuada para el evento. Aunque las dos tenían un arsenal de vestimenta capaz de vestir medio pueblo africano, estaban desesperadas por encontrar algo digno para la ocasión. Al final, las dos optaron por unos vestidos negros mini, tacones altísimos que parecían zancos de un acróbata y lencería moldeadora que no les dejaba respirar, abrazando sus grasas en una garra de hierro. A las ocho menos diez, levantando sus pechos con unos sujetadores súper push up y poniendo algo de trampa dentro, las dos divas de alta clase, al hacer un maquillaje completo y con un chicle en la boca que le daba el olor mentolado a su aliento resacoso, se movieron en la dirección del restaurante de lujo. No podían ir muy de prisa ya que sus pasos estaban limitados por la estrechez de sus vestimentas y la altura de sus tacones. Parecían dos gallinas sobre el hielo que no mantenían el equilibrio de sus cuerpos. Al llegar hacia su objetivo, las dos pararon, examinando a todos los hombres presentes al lado del local, pero ninguno coincidía con lo que habían visto en las fotos del chat. Se acordaron de entrar todos juntos, así que las chicas estaban aguardando sus parejas en la entrada. 

- Hemos llegado media hora más tarde de lo acordado y ¿si se han ido sin esperar? - preguntó Lia a su amiga.




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