Durante los próximos días, Lia, como lo solía hacer, iba a trabajar a las ocho de la mañana, mientras Eliot salía de casa a las nueve, teniendo un hueco para complacer a Jessa que estaba todo el día en casa. En cuanto su amiga abandonaba el piso donde vivían los tres, Jessa y Eliot se quedaban juntos y, por casualidad y sin ninguna mala intención, acababan de tener sexo. En pocos días de coincidir los dos por las mañanas, pudieron hacerlo no solo en la ducha, sino también en la cocina, sobre la tapa del lavabo, en el pasillo y también en la alfombra blanca del comedor, la misma alfombra que le costó un dineral a Lia, según sus testimonios.
- No creo que lo estamos haciendo bien, - pronunció Jessa, levantándose de la alfombra y subiéndose las braguitas.
-¿No te gusta? Me ha parecido que no lo estamos pasando tan mal, - le contestó Eliot, cerrando la cremallera de su pantalón.
- No digo que no me guste, digo que no nos portamos bien con Lia, es mi amiga y tu novia, - le dio más explicación la chica.
- Podemos dejarlo si quieres, ya sabes, no quiero obligarte, - le respondió con toda la tranquilidad Eliot, sin aparentar sentir arrepentimiento alguno. - Pero quiero que sepas que aunque Lia es mi novia, en realidad, tú eres especial para mí, me siento muy bien a tu lado y no es solo sexo. Si no fueras tú, no la traicionaría a Lia. Eres la única razón por la que estoy aquí.
Jessa casi sintió mariposas en el estómago al escuchar una mentira tan dulce. Fue una chica bastante ingenua y se la tragó como si fuera un pastel de chocolate.
No podía decirle un "NO" a ese joven, un dios de deleito que no paraba de sorprenderla con sus habilidades sexuales cada mañana, pero tampoco deseaba seguir engañando a su mejor amiga, que permitía vivirle con ella de manera desinteresada, por lo menos en su piso. Así que, en cuanto el caballero salió por la puerta, Jessa hizo un par de llamadas que debería haber hecho hace días, preguntando sobre los pisos en alquiler. Uno de ellos no le convenía, ya que el lavabo y el cuarto de ducha estaban juntos y no lo podía tolerar. Por lo tanto, apuntó la dirección de otros dos y fue a ver los pisos.
Al llegar a la dirección indicada, vio a un hombre joven, bastante elegante, llevando puesto un traje azul oscuro y esparciendo una sonrisa más blanca que la taza del váter del piso de Lia que era la maniática de la limpieza. La luz que provenía de la dentadura del hombre podría alumbrar las casas de media población de Nueva York y no le dejaba a Jessa examinar bien su cara.
- Buenos días, ¿señorita Simpson? Soy Lewis Nickson, hemos hablado por teléfono esta mañana, - pronunció amablemente y sin parar de sonreír el hombre.
- Buenos días, sí, he tardado un poco, pero espero que no tenga prisa. - Le contestó Jessa, esperando no haber estropeado los planes del simpático caballero.
Lewis, aunque aparentaba tener una amabilidad y paciencia santas, en la profundidad de su ser odiaba a cada uno de sus clientes, Jessa incluida. Estaba obligado a aguantarlos porque la inmoviliaria donde trabajaba le pagaba una comisión altísima que le permitió no solo poner unas fundas níveas a sus dientes, sino también comprarse un piso en el centro de Manhattan. Por lo tanto, el hombre le enseñó cada rincón del piso a Jessa y contestó cada pregunta estúpida de la chica insistente que se interesaba por cualquier tontería.
- Y la última pregunta, lo siento, soy tan preguntona, ¿de cuántos meses sería el contrato? Es que no sé si voy a quedarme mucho rato aquí o voy a tener que mudar por el trabajo, - se interesó Jessa.
- No se disculpe, es un placer responder sus dudas. - Respondió el hombre, deseando escapar lo más pronto posible. - El contrato sería mínimo de seis meses, en nuestra inmoviliaria protegemos los intereses de los inquilinos, pero también respetamos los derechos de los propietarios de los pisos. Así que para tener un equilibrio entre las dos partes, establecimos un contrato mínimo de seis meses con la fianza por el primer y el último mes de alquiler. Este piso estará libre en dos semanas y podría empezar a vivir enseguida.
A Jessa le pareció muy exagerado este término, pero el piso la encantó. Todo estaba perfecto en él. La única cosa es que no llegaba para poder permitírselo con el salario que tenía en aquel momento. Sin embargo, pensó que si iba a alquilar un piso que estuviera por encima de sus posibilidades, podría recibir un buen estimulante para mejorar las condiciones de vida y aspirar a algo más. Por lo tanto, accedió a firmar el contrato y le dejó la fianza al agente. Enseguida se dirigió al piso de su amiga despidiéndose de Lewis, que, si fuera de noche, podría alumbrarle con su sonrisa el trayecto hacia su casa. Al llegar, notó que alguien ya estaba en casa. Entró a la cocina y vio a Lia que estaba llorando desesperadamente.
- ¿Qué pasa, Lia? - la preguntó sorprendida Jessa al ver a su amiga desconsolada.
- ¡Lo sé todo! ¡Todo! ¡Hijos de puta! ¡Son unos hijos de puta! - le lanzó una mirada asesina a su amiga.
Jessa pensó que iba a tener un infarto, creía que su amiga la había descubierto. Iba a echarla ahora mismo de casa, aunque tenía previsto desalojarse en dos semanas Estaba obligada a salir de esta para no tener que mendigar durante ese tiempo en la calle.
- Lo siento, es que....
Sin dejarle acabar Lia exclamó:
- ¡No entiendo por qué hay gente así, no lo comprendo! ¿No tienen ni pizca de vergüenza?
- No quería que fuera así, fue un error y solo pasó una vez, - intentó quitarle la importancia al asunto Jessa.
- No, ¡todo este tiempo! ¡Desde el primer día!
Jessa reconocía su error, pero no toleraba tanta injusticia. Sin pensarlo dos veces, empezó a defenderse:
- Todo este tiempo no, solo esta semana, un par de veces.
- ¿Qué quieres decir?, - la miró sin comprender Lia.
- ¿Y tú?, - decidió aclarar mejor el asunto para no meter la pata completamente.