- ¿Qué plan? - preguntó la chica, separándose del joven.
- Bueno, podríamos vivir con mi madre mientras nos buscamos algo para alquilar, - le sugirió Eliot.
Ningún novio que había tenido Jessa en su vida, jamás tuvo bastante coraje y fuerza para presentarla a su madre. Ella simplemente no encontró a un kamikaze, listo para sacrificar el respeto de la única persona que se lo tenía, o sea de su madre, a cambio de la unión duradera con la joven. Por lo tanto, Jessa comprendió ese gesto como una muestra de alto aprecio por parte del atractivo caballero, que se desconocía quién era para ella. Con lo bello que fue el gesto, Jessa tuvo una duda existencial, ¿cómo la iba a recibir la mujer que dio a luz a este especimen encantador del género masculino? Al procesar con sus dos neuronas todas las pros y contras, accedió a la propuesta ingeniosa, sin tener otra opción más preferible en aquel momento.
- Está bien, - logró pronunciar Jessa después de un interminable tiempo de pensarlo, que duró cinco segundos.
- Podemos ir en metro, vive cerca de la parada.
Los dos se dirigieron al metro y al salir de él fueron rumbo a la casa, donde el chico de un patito feo se convirtió en un mojabragas neoyorkino.
- ¿Has invitado a muchas chicas a la casa de tu madre? - siguió el coloquio Jessa.
- Las pocas chicas que invité a casa de mi madre se fueron corriendo de mí, por lo tanto, dejé la idea de presentarlas a mi madre, no quiero que conozca a cualquiera, solo a la especial, - le respondió el joven sincerizándose con su compañera.
- ¿Quieres decir que se fugaron al conocer a tu madre?
- No, quiero decir que no voy a presentarle a ninguna antes de estar completamente seguro de mi elección.
Esa pequeña pesquisa llevada al cabo por parte de Jessa le suscitó más dudas todavía, aunque no dejaba de alagarla. Algo la estaba alarmando en la historia de las chicas "especiales" y su madre, que, probablemente, era una simple vieja loca que no soportaba ver a ninguna respresentante del género femenino al lado de su adorado hijo y menos en su casa. Como si habiendo entendido los pensamientos de la chica, Eliot la paró, cogió de lo hombros e intentó asegurar de lo contrario.
- Mi madre es una mujer espectacular, te va a encantar y no tengas miedo, le caerás bien, te lo aseguro.
Jessa se calmó levemente, pero sigió manteniendo su cerebro de poca valía en alerta. Cuando tocaron el timbre, una mujer de aspecto agradable y simpático les abrió la puerta.
- Hola, novietes, ¡qué alegría de tener a los invitados en esta casa vacía! Pasen, por favor. - Pronunció la mujer al ver a los dos con las maletas.
- Hola, mamá, es la chica de la que te hablé por teléfono, - señaló el cuerpo de Jessa que se escondía detrás del suyo.
- ¡Qué linda! Pasa, querida. Siéntate como en casa. ¿Eres Jessa, verdad? Mi niño me ha hablado de ti, puedes llamarme Loren.
Jessa se tranquilizó, parecía que no había peligro, entró y vio un pisito pequeño, consistente de dos habitaciones, cuarto de ducha y cocina. La dueña del piso los llevó enseguida a la cocina, donde tenía la mesa puesta y adornada con unos manjares caseros. Todos se sentaron y empezaron a comerse la cena, hecha con todo el cariño por la madre de Eliot.
- ¿Qué tal les va? ¿Cuándo celebran la boda? Ya quiero tener nietos. ¿Eliot, cuándo piensas darme los nietos? - empezó su interrogatorio la mujer.
- Aún no estamos en la etapa de darte nietos, mamá, nos estamos conociendo, - le respondió Eliot.
- Ya cumpliste treinta y dos, se te va pasando el arroz, deberías pensar ya en la familia. Estoy segura que esta bella señorita no lo ve del todo mal, - le guiñó el ojo a Jessa.
- Me encantaría tener hijos, pero Eliot tiene razón, nos estamos conociendo de momento.
Cuando terminaron de cenar, la madre del joven les hizo la cama en la habitación grande que servía como comedor y era una habitación de tránsito entre el dormitorio de la dueña del piso y el pasillo que se unía con la cocina y el cuarto de ducha. Los dos jóvenes estaban cansados y se metieron en la cama para descansar.
- Ves, ya te dije que no había nada por qué preocuparte, - se acercó hacia Jessa el joven, acariciando su cuerpo con las manos y susurrándole al oído para no despertar a su madre que dormía detrás de la finita pared que separaba las dos habitaciones.
- La verdad es que sí, fui una paranoica, tu madre es una mujer encantadora, - le contestó Jessa, pegándose hacia el chico.
- Mañana tendrás que quedarte todo el día con ella cuando me vaya a trabajar, es una profesora de música jubilada, está un poco aburrida en casa, le vendrá muy bien tu compañía, - pronunció Eliot, mordiéndole la orejita de Jessa, provocándole una sensación de excitación.
- Me encantaría conocerla, creo que lo pasaremos genial mañana, - le dio un beso al joven.
Los dos se sentían atraídos y a la vez excitados por la proximidad de sus cuerpos. El conocimiento de que no estaban del todo solos le daba un toque de adrenalina a su encuentro pasional. En cuanto los dos estaban listos para unir sus cuerpos en uno, se encendió la luz en la habitación y la figura de la mujer mayor apareció sobre ellos como si fuera un fantasma de carne y hueso. Los dos se estremecieron y la excitación que los había llenado anteriormente se esfumó como por encanto.
- Voy al lavabo un momento, espero no haberles molestado, - se disculpó la inoportuna mujer.
- Tranquila, mamá, ya estamos dormidos, - le contestó su hijo.
Por la mañana, Eliot le dio un beso a las dos mujeres y se fue a trabajar. Jessa, mientras tanto, aún podía dormir un poquito más, lo que decidió hacer. Sin embargo, la dueña del piso no aprobó tal intención de la joven. Puso la radio a tope y encendió un puro, llenando con el humo todo el piso diminuto. Jessa no se esperaba que la mujer que conoció la tarde anterior lanzaría humo igual que un tren de carga antiguo. Sin poder dormir más ni respirar con la normalidad, se levantó y se dirigió a la ducha. Al salir, se sobresaltó al ver en la puerta la mujer, que le echó una nube de humo gris en la cara.