Un desastre perfecto

3

El sonido de la cerradura me hizo alzar el rostro. Coloqué mi mano frente a mí, evitando la luz cegadora que se colaba.

Me tomaron de la mano y me arrastraron hasta la sala.

—Hueles a zorra, sube a ponerte un parche.

Al ver que no me movía, me tomó bruscamente del cabello, obligándome a mirarlo.

—¡Ahora! —rugió.

Con la poca fuerza que me quedaba, me levanté temblando y corrí hacia el cuarto. Abrí mi pequeña cajonera; fue un trabajo difícil con mis manos temblorosas. Rasgué el paquete con brusquedad, lo coloqué, pero el olor seguía impregnado. Me apresuré a buscar un perfume neutralizador que tenía para emergencias durante mis celos, y rocié todo lo que pude, aun sintiendo el aroma encima.
Asqueroso.
Ese era mi aroma.
Yo era asqueroso
—Si ya te lo pusiste, baja —gritó.

Me coloqué un poco más. Al cambiarme de ropa lo vi: tenía marcas moradas y negras en todo el estómago, al igual que en las piernas. Terminé de colocarme la camisa y bajé, tropezando con un escalón. Me arrodillé, esperando el regaño.

—Te dije que arruinaras la cita —habló Ayse.

—Es increíble que ni eso pudiste hacer bien —siseó mi padre.

Lo hice.
Hice lo que me pidieron.
Me comporté grosero.

Levanté la mirada. Mis hermanas se reían al verme allí; mis padres tenían esa misma mirada de decepción que me mostraron desde que supieron mi segundo género.
—Yo... —tosí, la garganta seca me ardía. No había comido ni bebido nada desde que me encerraron. —Lo hice, incluso le tiré agua encima.

—¿Entonces por qué quiere una segunda cita? —alzaron una ceja.

¿Él quería verme de nuevo?
Pero si me gritó y yo le dije que no volviéramos a vernos.

Ahora entendía el encierro: para ellos, había fallado.
—Le grité, contesté groseramente, de verdad... —mi voz sonaba más a súplica que a explicación.
—Entonces esta vez compórtate diferente —me tomó de la barbilla—. Sé lo más egocéntrico que puedas, pídele joyas, finge querer sacarle dinero, yo qué sé.
Me soltó bruscamente.

—Sube a vestirte. Quiere verte a las seis, y ya son las tres.

Subió a su habitación visiblemente cabreado. Apreté las manos hasta que mis nudillos quedaron blancos.

—Toma —me tiraron ropa encima—. Ponte esto y báñate, hueles asqueroso.

Ambas siguieron conversando como si nada. Tomé la ropa y me dirigí al baño; tenía que quitarme todo ese olor de encima.

Al desnudarme noté más moretones por toda la clavícula y los brazos. Al menos ya no dolía tanto como ese día. En mis muñecas aún estaban las marcas de mi padre por sujetarme con fuerza.

Suspiré, dejándome envolver por el agua de la regadera. No podía tardar: solo tenía derecho a diez minutos.

Salí como pude. La ropa de esta vez cubría todo mi cuerpo para disimular los moretones: un overol de pantalón naranja y, debajo, una blusa café de mangas largas.

Bien, si él quiere otra cita, la tendrá. Pero no seré tan lindo como la vez pasada.

Esta vez Hanna subió a maquillarme y a colocarme las horquillas. No hablaron, ni hicieron más de lo necesario. Cuando salió, decidí ponerme un parche más.

Ya eran las 4:30. Tenía que salir si quería llegar. La cita era en un centro comercial, en el mismo centro, así que solo me tomaría treinta minutos llegar. De todas formas, ya quería salir de ese lugar sofocante.

El calor era insoportable, aún más con la ropa que traía. Sentí cómo mi espalda comenzaba a mojarse de sudor. Crucé al parque que estaba frente al lugar de la cita.

Tomé asiento en una banqueta bajo la sombra de un precioso árbol. Ese era uno de los pocos parques con mucha vegetación; no tenía concreto, el suelo era pasto, decorado con árboles, flores e incluso juegos para niños. El aroma era agradable: con tantas flores, se perdían las feromonas de las personas.

Cerré los ojos, concentrándome en el sonido del viento, hasta que alguien se paró frente a mí. No necesité abrirlos para saber que era él: su aroma a café lo delataba.
Bien, si quieren que sea egocéntrico y mimado,
Abrí los ojos y quedé sorprendido. No traía traje como esperaba, sino un pantalón negro cómodo y una sudadera del mismo color. Su cabello caía por su rostro, con una expresión más relajada.
Bien, si quieren que sea egocéntrico y mimado, seré el mejor.
Aquí vamos.

—¿Segunda cita? —pregunté.

—Es que quiero otro baño —sonrió.

Me levanté y comencé a caminar hacia el centro comercial. Era grande, uno de los más turísticos, con una gran variedad de tiendas, aunque solo tuviera dos pisos.

Aunque caminaba lento, el estómago me ardía. En cualquier momento chillaría del dolor. Ese estúpido debería controlarse más al dar un golpe.

Debo concentrarme.

—¿Por qué el centro comercial? —pregunté.

Él caminó a mi lado y solo se encogió de hombros.

—Ah, este lugar no es mi estilo. Esperaba algo tan lujoso como el restaurante.

Él solo rió.

—Bueno, creí que a un chico como tú le gustaría este tipo de lugares.

Me detuve en seco.
¿Chico?
¿Lo sabía?
No, no, no.
Cálmate. No te pueden descubrir.

—No sé de qué hablas —retomé el paso.

—Al menos debiste disimular tu voz. No es tan dulce como para ser de una mujer —susurró cerca de mi oído.

Tenía razón. Debí disimularlo más. Pero no me importaba; no me iba a descubrir.

Carraspeé un poco y, con la voz más dulce que pude fingir, hablé:

—¿Así te gusta más?

Él negó.

—Por favor, ¿eso es lo mejor que puedes hacer? —intentó ocultar su risa—. Mejor habla normal, esa voz no te queda.

Chasqueé la lengua.

—Entonces, ¿hay algo que quieras hacer, Ayse? —preguntó, probando mi nombre como si dudara de él.

Al parecer, no es tan tonto como parece.

—Sí —miré alrededor—. Quiero ir a esa tienda.

Señalé Saint Laurent y corrí hacia allí. Desde afuera gritaba “caro”, y sabía que lo era: había escuchado a Ayse llorar porque quería cosas de esa tienda. Entré sin mirar si me seguía; su aroma a café lo delataba.



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En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 10.10.2025

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