Un desastre perfecto

6

La lluvia golpeaba con furia los cristales del Oxxo. El vapor de mi sopa los empañaba poco a poco, creando un contraste extraño: afuera, todo era ruido y agua; adentro, calor y calma.
Definitivamente debería llover más seguido.

La campanita de la puerta sonó. Me sorprendió que aún hubiera gente que saliera con este clima. Yo, por mi parte, prefería quedarme en casa… aunque, pensándolo bien, también me gustaría sentir las gotas resbalar por mi piel en medio de la calle, sin preocuparme por nada.

Mi nariz cosquilleó. Un aroma intenso, como café recién molido, invadió el aire. Familiar. Demasiado familiar.

—Te encontré, Ayse —susurró una voz detrás de mí.

El corazón me dio un brinco violento. Me giré y me encontré con unos ojos azules fijos en mí, tan cerca que podía sentir su respiración.

¿Estoy alucinando? Quizá me estoy enfermando.

Levanté la mano hacia su rostro. No me detuvo. Su piel era cálida. Demasiado cálida para ser una ilusión.
La realidad me golpeó: no era un sueño.

Lo empujé instintivamente, pero me tomó del brazo antes de que pudiera huir. Estaba atrapado. Sin maquillaje, sin vestido. Expuesto.

—Disculpe, se equivoca de persona —murmuré, evitando mirarlo.
—¿Acaso no es tu hermana mayor, Itsuki? —su voz sonaba segura, casi desafiante.

Mi nombre en su boca me atravesó como una corriente eléctrica. Incluso con la ropa húmeda, me sentí cálido.
Quería que lo dijera otra vez.

—No sé de qué habla. Si tiene asuntos con ella, no son de mi incumbencia —respondí con frialdad.
—Vamos, ya tuvimos dos citas como para no ser de tu incumbencia —se sentó a mi lado, como si fuera lo más normal del mundo.

No funcionaba hacerme el loco. Solo quedaba resignarme. Después de todo, lo descubrió solo. No podían culparme por eso… ¿verdad?

—¿Cómo supiste que no era ella? —pregunté, rindiéndome.
—Sus ojos, su cabello, sus manos… todo distinto —sonrió—. La verdadera pregunta es: ¿cómo creyeron que no me daría cuenta?
—Yo también dije que era un plan estúpido, pero no tuve opción —encogí los hombros.

Llevé el vaso de unicel a mis labios y disfruté del caldo picante, caliente, que me reconfortaba en medio del frío.

—¿Esta es tu verdadera personalidad? ¿O también la finges? —preguntó, curioso.
—Créeme, no querrías conocer la verdadera —sonreí con ironía.
—Uy, qué miedo. Aunque esperaba verte con alguno de los vestidos que te compré.

Casi escupo la sopa. El calor me subió del estómago a las mejillas, quemándome las orejas.

—Esos son gustos de mi hermana. Se suponía que era ella, no yo —desvié la mirada.

Él guardó silencio. Apoyó la mejilla en la palma de su mano, mientras gotas de lluvia resbalaban de su cabello. Se veía demasiado tranquilo.

—Eres un omega, ¿verdad?

Todo mi cuerpo se tensó.

—Ah, no lo digo para ofender —añadió rápido—. Solo que, cuando investigué, no había información sobre tu segundo género.
—Si no había información… ¿cómo estás tan seguro? —mi voz se redujo a un hilo.
—Tu aroma —inhaló profundamente.

Instintivamente llevé la mano a mi nuca. Vacío. Había olvidado ponerme otro parche al salir de casa de Amelia.

—Perdón… debe ser asqueroso olerlo —susurré, avergonzado.
—¿De qué hablas? —frunció el ceño—. Tu aroma combina con el clima. Da tranquilidad.

Lo miré buscando burla, sarcasmo, algo. Solo encontré sinceridad.
De repente, el lugar pareció más cálido. La lluvia afuera se apagó en mis oídos. Solo escuchaba los latidos frenéticos de mi corazón.

Solo Amelia me había dicho algo así.

—¿No me odias por mentir? —pregunté, inseguro.
Pareció sorprendido.
—No. Todos tenemos razones para hacer lo que hacemos.

Asentí, sin saber qué contestar.

—Ya que sabemos la verdad… ¿me ayudas con algo? —dijo, apartando la vista.
—¿Qué cosa?
—Dos citas más.

Lo miré incrédulo.
—¿Tanto te gustó que te tirara agua? —me burlé.
—No me lo recuerdes —rió—. Es solo que mi padre está obsesionado con que tenga pareja. Quiero fingir que lo intenté y falló. Con dos más, podré decir que fue mi último esfuerzo.

Suspiré.
—¿Y yo qué gano?

Me miró como si no creyera lo que decía.
—Sabes que podría despedir a tu padre por mentirme, ¿no? —su tono no fue amenazante, sino casi una pregunta.

Me mordí el labio.
—Está bien. Solo dos —cedí.
No soportaría tenerlo más tiempo en casa si lo despedían.

—Perfecto. Ahora que somos amigos… ¿me invitas un poco? —señaló mi sopa.
—¿Tú puedes comer esto? —lo miré dudoso.
—Nunca la he probado.

Abrí los ojos como platos.
—No te creo.

Pero todo en él gritaba “no me toques, me pegas lo pobre”. No pude evitar reírme.

Le pasé el vaso, advirtiéndole que tuviera cuidado. El primer bocado lo tomó con cautela, masticó lento… pero al tragar, ya no se detuvo. Mi sopa desapareció frente a mis ojos.

¡Mi sopa!
Estuve a punto de reclamar, en serio. Pero el brillo en sus ojos me detuvo. Se veía como un niño probando dulces por primera vez.

—Tengo que irme —miró su reloj y se levantó.
No contesté.
Me extendió una tarjeta de presentación.
—Es mi número personal. Mándame mensaje.

La tomé sin pensar.

—Ah, por cierto —añadió, antes de irse—. Esta vez quiero que la cita sea contigo. Con el verdadero tú.

Recogió la basura, la tiró en el bote y salió, caminando con calma bajo la lluvia.

¿Cómo podía decir esas cosas sin inmutarse?
Wow. Seguro no conoce sentimientos como la vergüenza.

Me quedé un momento más, hasta que los últimos rayos del sol se colaron por el cristal. Afuera, los charcos reflejaban un cielo naranja, mientras niños con impermeables saltaban sobre ellos.

Toqué el dije en mi cuello, aferrándome a lo que había pasado. Sí, fue real.

Me encaminé hacia casa, doblando por el pasillo trasero. El patio estaba desnudo, con tablones de madera en lugar de césped. Patético. Este lugar se vería mejor con flores.



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En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 10.10.2025

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