Un desastre perfecto

7

El celular entre mis manos temblaba. No quería mandarle un mensaje, pero ya habían pasado dos días desde que me dio su número.
No podía seguir esperando, con el miedo clavado en la garganta de que despidieran a mi padre.

Armándome de valor, abrí la mensajería y busqué el nombre bajo el que lo había guardado:
“Me debe una sopa.”

Reí solo. Ya sé que no es su nombre, pero debía ponerle otro por si alguien revisaba mi teléfono y descubría quién era.

Itsuki: Hola, soy yo.

No hubo respuesta.
Bueno, eran la una, probablemente estaba trabajando.
Espera… ¿los dueños de verdad trabajan?

Mi estómago gruñó como acusándome de no haber comido nada. Bajé a la cocina justo cuando mi celular vibró.

Medebeunasopa: ¿Quién, yo?

Una risa escapó de mis labios.

Itsuki: ¿Quién más?

Claro que sabía quién era, solo le gustaba hacerse el tonto.

Medebeunasopa: Oh, eres aquel niño caprichoso que me engañó fingiendo ser su hermana.

En definitiva era un idiota, pero aun así no podía borrar la sonrisa de mi cara.

Itsuki: Obviamente no, soy al que le robaste la sopa en el OXXO.

Escuché pasos en la escalera. Cerré mi celular de golpe y abrí la nevera como si buscara algo. No había nada decente.

Oh, pizza.
Dos rebanadas olvidadas, probablemente de hace una semana. No se veían tan apetecibles, pero eran mejor que nada.

La puerta principal se abrió y cerró en un instante. Quien había bajado ni siquiera me notó, lo cual agradecí.
Coloqué la sartén en la estufa con un poco de agua, puse la pizza y la tapé. Mi celular vibró otra vez.

Medebeunasopa: Pero son la misma persona.

Itsuki: Touché.

Medebeunasopa: ¿Ya pensaste en un lugar para la cita?

Itsuki: ¿Debía pensarlo yo?

Medebeunasopa: Dije que quería salir con el verdadero tú, y eso implica conocerte. Así que sí.

El olor a queso viejo y salsa recalentada llenó la cocina. Apagué la estufa, serví la pizza en un trapo, lavé rápido los trastes y subí a mi cuarto.

Un lugar para una cita…
No sé. Nunca había ido a una.

Me dejé caer en la hamaca y mordí mi “almuerzo”. Quise escupirlo, la masa sabía a cartón y la salsa estaba aún peor. Aun así logré comer un pedazo; necesitaba energía.

Una idea cruzó mi cabeza.

Itsuki: ¿Tú pagas?

La respuesta fue inmediata.

Medebeunasopa: ¿Eso importa?
Medebeunasopa: Pero sí, yo pago.

Entonces… no estaría mal pedir lo que yo quisiera, ¿no? Él quiere conocerme, y yo quiero hacer esto.

Itsuki: Vamos por una pizza entonces, ¿sí?

Medebeunasopa: Paso por ti a las 6. Ponte bonito 😉.

Muy creído se la tiene. No quería que lo vieran rondando por aquí.

Itsuki: Espérame a la vuelta, no quiero que te vean cerca de mi casa.

Apagué el celular y me quedé mirando el techo. Si al Itsuki de hace un año le dijeran que ahora estaba teniendo “citas” —aunque fueran falsas—, se hubiera golpeado a sí mismo por mentiroso.

Es nuestra tercera cita. ¿Qué se hace en estos casos?

El nerviosismo me crecía en el pecho. Para distraerme, empecé a vestirme. Quería verme bien, o al menos intentarlo. Me convencí de que era solo porque iba a comer pizza por primera vez, no porque me encontraría con él.

Lo mejor que pude lograr fue un pantalón negro suelto, con algunas aberturas por lo viejo que estaba —aunque le daba un aire casual—, y una camisa verde de manga corta. Me quedaba pegada, no por moda, sino porque la tenía desde los quince años.

Por suerte, la mayoría de los moretones ya habían desaparecido; salvo el de las costillas, aún marcado. En general… no me veía mal.

Saqué el collar de entre los tablones y me lo puse, escondiéndolo bajo la camisa. El espejo me devolvió la mirada de alguien que, aunque no lo admitiera, se había esforzado por esa pizza.
Sí, solo por eso.

El celular vibró:
Medebeunasopa: Estoy aquí.

Ya eran diez para las seis. El nerviosismo me subió hasta la garganta, juraba que había palidecido.

Salí de casa en silencio. Hoy todos habían ido a una comida familiar, y como siempre, yo no estaba invitado. La familia de mi padre me odiaba y me prohibieron ir con ellos.

El clima estaba fresco; la ropa que escogí era justa para no tener frío. Al doblar la esquina, lo vi. Reposaba contra la puerta de su coche, mirando su teléfono.

Traía un traje color café, el cabello peinado hacia atrás, dándole un aire serio, casi adulto.

—Pareces un abuelo con ese traje —solté al llegar a su lado.

—Es un gusto volver a verte igual —guardó su teléfono en el bolsillo—. ¿Puedes entrar solo o te abro la puerta?

Chasqueé la lengua.
—Puedo solo.

Rodeé el coche y me senté de copiloto. Adentro hacía frío, el aire acondicionado estaba demasiado alto.

—Oye —llamó mi atención.
—¿Sí? —lo miré.
—¿Llevas parche otra vez? —inhaló cerca de mí, como intentando captar mi aroma.

—Ah… sí. No me gusta incomodar a la gente con mi olor —mentí.

Él negó suavemente.
—A mí no me incomoda. Puedes quitártelo si quieres estar más cómodo.

Comenzó a conducir. Me debatí un momento. Después de todo, ya había olido mi aroma antes y no lo rechazó. Además, me iba a comprar pizza… quizá debía agradecérselo.

Con manos temblorosas, despegué el parche de mi nuca. Al retirarlo, sentí cómo los vellos de mi piel se erizaban. Una oleada de feromonas escapó sin que pudiera evitarlo.

—Ah… lo siento —me excusé rápido—. No lo pude controlar.

Iba a ponérmelo otra vez, pero él tomó mi mano, deteniéndome.

—Está bien. Solo hay que abrir un poco la ventana o te sofocarás.

Apagó el clima y bajó las ventanas. Nuestros aromas se mezclaron en el aire: café intenso bajo la lluvia en una cabaña, calor y tranquilidad al mismo tiempo.

Llegamos frente a un pequeño local de cristal, adornado con plantas en el exterior. Por dentro se veían flores, enredaderas trepando las paredes y macetas colgantes. Todo parecía sacado de un cuento de hadas.



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En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 10.10.2025

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