Un desastre perfecto

11

En este punto no tenía caso retractarme; ya lo había dicho. Lo dije y ahora debía sostenerlo. Estaré bien, me repetía en silencio, aunque mis manos no dejaban de temblar como si no quisieran obedecerme.
Él no dejaba de mirarme. ¿Por qué no se va?
¡Vete! Así no puedo dormir.

—¿Te molesta que esté aquí? —su voz era suave, y su mirada azulada me mostraba el mar más tranquilo que podría existir.

El cuarto solo lo iluminaba una pequeña lámpara al costado de la cama. La luz anaranjada hacía que sus cabellos lucieran más brillantes que cualquier atardecer. Era tan cálido que dolía.

—No… pero podrías dejar de mirarme como si fuera una exhibición —lo miré con reproche.

Él estaba sentado al borde de la cama, con la espalda recta. Había dicho que esperaría a que yo durmiera para irse a otra habitación.

—Pero si eres una exhibición —rió con picardía—. Pero del MOBA, el Museo de Arte Malo.

Me levanté de golpe para golpearlo en el brazo. A él no parecía afectarle; solo continuaba riéndose, contagiándome con su risa.

—Así te ves mejor —dijo de repente, deteniendo su carcajada.

—¿A qué te refieres? —pregunté, desconfiado.

—Te veías nervioso y decaído. Te ves menos feo cuando ríes. —Me apretó la nariz de forma suave.

—Tsk, tú siempre te ves feo —repliqué sobándome la nariz.

Él soltó una pequeña risa. Seguramente sabía que mentía. Él nunca podría verse feo.

—Nos saliste mentiroso, Suki.

—Tú no puedes llamarme así —me envolví en las sábanas para esconderme.

El único sonido que se escuchaba era su estruendosa risa. Me revolvió el cabello antes de salir de la habitación, dejándome solo.

Una opresión nueva en el pecho apareció. No quería que se fuera, pero tampoco creo tener el valor de decirle que se quede.

Es un poco extraño. Los alfas siempre son arrogantes, creyentes de que el mundo les pertenece. Para ellos un Omega es un objeto, un simple juguete que tratan a su antojo. Entonces… ¿por qué él es diferente?
Al principio parecía igual, pero después de todas nuestras interacciones resulta ser todo lo contrario. No tiene caso pensarlo. Es algo que no entiendo.
Solo espero que las cosas sigan así.

Ese fue el último pensamiento antes de que el cansancio y las sorpresas del día me vencieran.

---

Despertar sin gritos, sin miedo a si habrá comida o no, es maravilloso.
Por primera vez me senté con tranquilidad sobre la cama, estirándome, disfrutando del despertar. Según el reloj eran las 8 de la mañana, pero la habitación seguía oscura.

Al borde de la cama había un cambio de ropa. Me bañé y me vestí. La ropa era nueva, se notaba; esta sí me quedaba bien.
Después de mucho tiempo sentí que me veía bien mientras me miraba al espejo. Aún tenía moretones, pero ya no dolían tanto.

La camisa era verde, como una hoja fresca, pero tan suave como la cama. El pantalón era negro, suelto, sin apretar. Gracias por eso, pensé.

Salí del cuarto viendo a aquella señora cocinando.

—Buenos días, Elvia —dije mientras tomaba asiento.

—Buenos días, seño… Suki —sonrió con dulzura.

No tardó en poner frente a mí un plato con huevo y tocino junto a un café.
El aroma era tan casero que casi me hizo olvidar que estaba en casa ajena.

No tardó en aparecer aquel ser que le encanta burlarse de mí cuando me ve. Sí, Rikuya, aunque hoy se veía especialmente mejor. El traje gris lo hacía lucir más guapo, resaltando sus cabellos.

—Cierra la boca, se te cae la baba —tomó asiento a mi lado.

—Mentiroso —repliqué, pasando disimuladamente mis manos por mi boca para asegurarme.

Me mordí el labio. Le había dicho que me mudaría con él, pero pensándolo bien no tengo nada aquí. Tal vez debería ir por el dinero que tengo ahorrado. No estaría bien no colaborar con nada; al menos debería ayudar con eso.

—Oye —le toqué el hombro para llamar su atención—. Quiero ir a casa por unas cosas.

—Claro, podemos ir mañana.

—Puedo ir hoy.

—Tengo una junta importante hoy —miró su reloj.

—Puedo ir solo.

—No dejaré que vayas solo a esa casa —su voz sonaba tranquila; sin embargo, sus manos estaban cerradas en un perfecto puño.

Entendía. Tampoco quería volver a aquel lugar, pero hay cosas que quiero ir a buscar, pequeñas cosas que realmente son mías.

—Iré en el horario en que sé que no hay nadie. Iré rápido y volveré, ¿sí? —hice mi mejor cara de perrito triste.

Él pareció relajarse, soltando sus manos que comenzaban a ponerse blancas.

—Prométeme que si pasa algo me hablarás enseguida.

—Sí.

—Tienes que estar aquí para la hora de comida.

—Sí.

—Y te marcaré antes de irte.

—Sí… —me quedé en blanco. Espera… ¿marcar?

—No, eso último no —dije rápidamente.

—Ya habías dicho que sí.

—No puedo llegar oliendo a alfa. Me matarían.

—¿No que irías cuando no haya nadie? Entonces no habrá problema —rió—. Además, así nadie más se te acercará en el camino.

Creo que no está entendiendo. Dejar que alguien te marque con sus feromonas es algo muy íntimo.
A los niños se les hace por sus padres para que se sientan seguros y cómodos en el transcurso del día, pero conforme creces tiene otro significado.
Es algo que solo dejarías que tu pareja haga. No es solo dejar un rastro; es básicamente dejarte una capa protectora todo el día, advertir a los demás alfas y omegas sobre no acercarse demasiado.

—¿Pero es algo que deberías hacer conmigo? —evité mirarlo.

—Sí, es para protegerte. Bueno, si no quieres puedes rechazarlo.

No se escuchaba molesto, pero tampoco parecía estar de acuerdo. Al ver que no contestaba, se aclaró la garganta para seguir hablando.

—Lo siento. Creo que dije algo que te incomodó. No tengo derecho a pedirte eso —se levantó tomando un último sorbo de café.

Posó sus manos sobre mi cabeza, acariciándola levemente.

—No lo pienses. No estoy enojado. Ten cuidado y no olvides avisarme cualquier cosa.



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En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 10.10.2025

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