Un desastre perfecto

14

La luz del amanecer se filtraba suave entre los tragaluces, tiñendo la habitación de un tono cálido.
Durante un momento, me quedé inmóvil, simplemente mirando el techo.
Era la primera vez, en mucho tiempo, que despertaba tranquilo.
Sin sobresaltos, sin miedo a los pasos que se acercaban al otro lado de una puerta cerrada.
Habían pasado ya varias semanas desde que llegué aquí.
Y aunque todavía había cosas que me hacían dudar —pequeños hábitos que no podía quitarme del todo—, comencé a darme cuenta de algo: estaba aprendiendo a vivir sin miedo.
Ahora… ahora duermo demasiado bien. Tanto que me cuesta dejar la cama.
Quizá ese sea el precio de sentirme seguro.
Me he descubierto queriendo memorizar estos pequeños instantes: la manera en que Elvia tararea mientras barre el pasillo, el olor a jabón de la ropa recién tendida en el patio. Son cosas simples, pero para mí son señales de estabilidad. Y la estabilidad es un lujo que no siempre tuve.
Me incorporé despacio, dejando que el olor familiar del café recién hecho me guiara hacia la cocina.
Allí estaba Rikuya, sentado a la mesa, revisando unos papeles mientras bebía de su taza. La luz de la ventana caía sobre él, resaltando los mechones naranjas de su cabello.
Siempre se veía tan tranquilo en las mañanas.
—Buenos días —murmuré, intentando sonar despierto.

Él levantó la mirada y sonrió. Esa sonrisa que parecía quitarle el filo a cualquier día difícil.
—Buenos días, dormilón.

Me sonrojé apenas un poco. No podía evitarlo.
Cada vez que decía algo así, una sensación tibia me recorría el pecho.

Me senté frente a él, y como ya se había vuelto costumbre, Rikuya se levantó y revolvió mi cabello con suavidad antes de sentarse de nuevo.
A veces era solo eso, una caricia leve; otras veces, su mano se quedaba en mi espalda, haciendo círculos distraídos que me hacían olvidar de qué estábamos hablando.
No entendía por qué lo hacía, pero tampoco quería que dejara de hacerlo.

Desayunamos juntos. Él tomaba café, yo leche con miel. Siempre me decía que parecía un niño, y yo me limitaba a fruncir el ceño y darle un sorbo sin responder.
Pero la verdad era que disfrutaba de esos pequeños momentos.
De escucharlo tararear sin darse cuenta, o de que se detuviera a preguntarme si había dormido bien.
Cosas simples, pero que en mi vida anterior nunca existieron.
Las tardes eran otra historia.
A esa hora, la casa se llenaba de los olores de la cocina.
Elvia y yo hacíamos equipo: ella preparaba la masa, y yo me encargaba de las salsas o de picar los ingredientes.
Decía que tenía buena mano para el sazón, aunque yo creía que solo era amable conmigo.

A veces Rikuya llegaba temprano y se quedaba apoyado en la puerta, observando en silencio cómo cocinábamos.
Su mirada se detenía en mis manos, y aunque intentaba no notarlo, mis mejillas se calentaban al sentirla.

Después de cenar, él solía revisar mi progreso con los libros.
Sí, estaba estudiando.
Aún me costaba creerlo, pero iba a presentar el examen de acreditación para la primaria.

Recordé el primer día que fuimos a pedir informes.
El edificio era enorme, con paredes blancas y pasillos que olían a papel nuevo.
Cuando el encargado me dio la lista de materias y los libros, mis manos temblaban.
No porque pesaran, sino porque no sabía si sería capaz.
Rikuya solo me miró y dijo con calma:
—Si te esfuerzas, yo estaré ahí cuando obtengas el resultado.

Y esas palabras…
me dieron más fuerza que cualquier promesa.

Desde entonces, estudiaba todos los días.
A veces hasta tarde, con la lámpara encendida y un lápiz entre los dedos.
Las letras aún me parecían un laberinto, pero cada línea que lograba entender me hacía sentir un poco más cerca de algo que siempre creí imposible: un futuro propio.

"Primaria".
Parece un chiste, pero para mí es un muro gigante que debo escalar. Y lo peor es que no quiero decepcionarlo.
Pero también me descubro sonriendo.
No es que me encanten las matemáticas, ni que tenga pasión por las conjugaciones verbales. Es el hecho de tener la oportunidad. Un papel frente a mí que dice: puedes avanzar. Nunca antes alguien me había dado esa opción.
Claro, no todo es tan sencillo.
Mis manos tiemblan a veces cuando escribo, como si recordaran las veces que me hicieron copiar páginas enteras como castigo. Mi espalda duele después de una hora, no porque el asiento esté incómodo, sino porque el cuerpo se acuerda de golpes viejos.
“Tranquilo”, me dije, apretando los labios. “Solo concéntrate.”

Pero la voz del pasado volvió a colarse, como un eco: no sirves, nunca aprenderás, no eres más que una carga. Cerré los ojos con fuerza, intentando ahogar ese murmullo. Y entonces recordé la mirada de Rikuya, firme, convencida, el día que me dijo: si fallas, lo intentas de nuevo.
Ahí es cuando escucho otra voz, más real, más fuerte.
Rikuya.
Su seguridad me persigue incluso cuando no está aquí.

---

Hoy estaba repasando fracciones, intentando que los números no se me mezclaran, cuando Elvia asomó la cabeza por la puerta de la sala.

—¿Ya comiste algo? —me preguntó, con esa mirada de mamá gallina que no acepta un no por respuesta.

—Estoy ocupado —respondí, sin despegar los ojos del cuaderno.

—Ocupado vas a estar cuando te desmayes. ¿Quieres que el señor Rikuya me regañe a mí?. —Me revolvió el cabello con cariño antes de salir.

Me quedé mirándola un momento. Nunca pensé que alguien pudiera cuidarme así, de manera tan natural.
Suspiré, dejando el lápiz a un lado. Ella sabía qué botones apretar.

En la cocina, el olor del caldo llenaba todo el aire. Yo mismo lo había preparado más temprano, porque Cocinar ya no me pesa, y a veces soy yo quien termina preparando la comida antes de que Rikuya regrese, porque a veces me gusta recordarme que sé hacer algo bien, aunque sea mover una cuchara. Elvia se encargó del resto: poner la mesa, ordenar, regañarme para que no dejara el cuaderno manchado de salsa.



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En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 10.10.2025

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