Un desastre perfecto

15

POV: Rikuya

Tenía diez años.
Recuerdo que el sol me quemaba la nuca mientras los otros niños se reían. Me habían quitado el almuerzo, y yo solo los miraba con los puños cerrados, demasiado orgulloso para llorar, pero demasiado cobarde para pelear.
Era un alfa tardío. Mi cuerpo no respondía como los demás. Ellos ya tenían la voz más grave, el olor más marcado; yo, en cambio, seguía pareciendo un niño. Y eso bastaba para convertirme en blanco.

—¿Qué pasa, pequeño alfa defectuoso? —se burló uno, empujándome contra la pared del patio.

Apreté la mandíbula. No iba a llorar. No iba a darles ese gusto.

Entonces, entre las risas, escuché una voz infantil pero firme:
—¡Déjalo!

Todos voltearon. Era un niño más pequeño, con el cabello tan claro que parecía brillar bajo el sol. Tenía seis años, una mirada dulce pero decidida.
—¿Y tú quién eres? —le gruñó uno de los mayores.

—Itsuki —respondió él, dando un paso al frente sin titubear—. Y dije que lo dejen.

Yo quería decirle que corriera, que no valía la pena… pero antes de que pudiera abrir la boca, el mayor lo empujó al suelo.
El golpe resonó, pero Itsuki no lloró. Se levantó tambaleante, con la rodilla sangrando, y aun así sonrió.

—¿Ves? —me dijo, como si todo aquello fuera una tontería—. Ya se cansarán.

Y tenía razón. Cuando vieron que ninguno de los dos reaccionaba, los otros se fueron, aburridos.
Itsuki se sentó a mi lado, el uniforme manchado de polvo, y me ofreció la mitad de su pan.

—No tenías que hacerlo —le dije.

—Claro que sí —respondió él con esa sonrisa suya que parecía desafiar al mundo—. A veces, los alfas también necesitan que alguien los salve.

Esa fue la primera vez que me sentí… visto.
No por lo que debía ser, sino por lo que era.
Aquella fue la primera vez que alguien me habló sin miedo.
Y también la primera vez que quise proteger a alguien.

La escena se disuelve cuando abro los ojos.
Desperté con la respiración agitada, el corazón golpeando el pecho. Por un instante, no supe dónde estaba. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz azul del amanecer que se filtraba entre las cortinas.
Me pasé una mano por el rostro.
El sueño había sido tan vívido que aún podía sentir el calor de esa sonrisa, el olor a polvo del patio, el eco de esa pequeña voz.

“¿Por qué ahora?”, pensé.
Hasta que lo recordé.
El aire tiene un olor distinto. No a tierra ni a polvo.
A feromonas.
A deseo.
A Itsuki.
El cuerpo de Itsuki temblando en la habitación contigua. El médico que tuve que llamar con la voz entrecortada mientras mi propio instinto rugía dentro de mí, exigiendo acercarme.

Había pasado toda la noche luchando contra mi propio cuerpo.
Las feromonas de celo me envolvían incluso a distancia; sentía cómo mis manos temblaban, cómo mi respiración se volvía irregular. Era absurdo.
Ningún omega había logrado jamás provocarme una reacción así. Ni siquiera cuando era joven y curioso.
Pero con él… era distinto.
Mi cuerpo reacciona antes que mi mente.
El calor me golpea de golpe, como si me hubieran encendido una chispa bajo la piel.
Tenso la mandíbula. No necesito que me lo digan: su celo comenzó.
Intento mantener la calma.
Pero ahora, cada respiración me arde. Cada músculo parece exigir que me mueva hacia él.
Cierro los puños.
No.
No voy a hacerlo.
Itsuki no está consciente. No está en condiciones de pensar ni de decidir.
Mi instinto grita que vaya, que lo calme, que lo marque.
Mi cabeza dice que si doy un paso, cruzaré una línea que no se borra
Por un segundo mi voz interna se quiebra.

"Solo entra, no lo lastimarás… solo asegúrate de que esté bien."
Pero sé perfectamente que no es solo eso.
La línea es delgada.
Y yo estoy demasiado cerca de romperla.
Me obligo a dar un paso atrás.
Marco el número del doctor familiar, el único que sabe lo suficiente como para manejar esto sin hacer preguntas innecesarias.

—¿Sí, señor Rikuya? —responde con voz somnolienta.

—Itsuki… entró en celo. Necesito un inhibidor temporal. No puede moverse.

Escucho el cambio inmediato en su tono. Profesional, atento.

—Voy en camino. No lo deje solo.

Cuelgo. Me dejo caer en el sofá, apretando los dientes mientras trato de no respirar tan profundo.
Mi voz interna gruñe. La siento casi viva dentro de mi cabeza, empujando contra la pared de mi autocontrol.

"Está solo. Te necesita. Déjate llevar solo un poco..."

No.
Él no me necesita así.
No voy a convertirlo en alguien que me mire con miedo.
El doctor llegó al amanecer. Yo había cerrado la puerta del cuarto de Itsuki con llave y me obligaba a no mirar hacia allí.
—Está en su cuarto —le indico con un gesto.
Lo dejo trabajar. Yo solo observo desde la puerta, las manos metidas en los bolsillos para no hacer una estupidez.
El doctor le inyecta el inhibidor, habla con voz tranquila, y luego sale conmigo al pasillo.

—El supresor temporal hará efecto en una hora —explica—, pero el cuadro que presenta es fuerte. Si quiere reducir el dolor, necesita ropa impregnada con feromonas compatibles. Preferiblemente las suyas.

Lo miro en silencio.
No me gusta la idea, pero sé que tiene razón.
Me doy la vuelta y saco de la habitación una de mis camisas, la que usé la noche anterior. El doctor la toma y la deja cerca del colchón, sin tocarlo directamente.

—Eso ayudará a que su cuerpo crea que está acompañado. Es un truco fisiológico —aclara.

Asiento, pero no digo nada.
Mi garganta está seca.
No quiero admitir lo que pasa por mi cabeza.

El médico asintió y comenzó a revisar algunos documentos. Pero yo no podía quedarme callado.

—Doctor —dije al fin, rompiendo el silencio—, necesito que me diga qué me sucede.

Él alzó una ceja.
—¿A qué se refiere?



#2111 en Novela romántica
#706 en Otros
#292 en Humor

En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 10.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.