Un desastre perfecto

17

El camino se sentía más largo de lo normal. Mis manos estaban entrelazadas sobre mi regazo, apretando con fuerza el borde del pantalón. Podía escuchar el sonido del motor, el golpeteo suave de la lluvia en el parabrisas y mi corazón intentando escapar por la garganta.

Rikuya giró el volante con calma, sin decir nada al principio. Solo su respiración constante. Hasta que, como si hubiera leído mis pensamientos, bajó un poco el volumen del silencio y puso música.

Una melodía suave llenó el auto. Reconocí los primeros acordes al instante.
—¿Por qué… esa canción? —pregunté, tratando de sonar casual, pero mi voz tembló.

—Porque siempre la tarareas —respondió sin mirarme, con esa tranquilidad que me desarma—. Cuando estudias, cuando te bañas, incluso cuando crees que no te escucho.

Lo miré sorprendido. Mis mejillas ardieron.
—Pensé que no te dabas cuenta…
—Me doy cuenta de todo lo que haces —dijo, y su tono fue tan natural que me dejó sin palabras.

Cantó bajito una parte, casi murmurando. Me contuve unos segundos antes de seguirle, y por primera vez en días, me permití reír. El nudo en el pecho aflojó un poco, y cuando lo vi sonreír, entendí que eso era justo lo que intentaba: hacerme olvidar el miedo, aunque fuera solo por el camino.

Pero el miedo regresó en cuanto el coche se detuvo frente a la mansión.
Era… enorme. Tan perfecta que dolía. Cada ventana encendida, cada rincón iluminado como si anunciara que ahí solo entraban personas que sabían su lugar.
Yo… no estaba seguro del mío.

—No tienes que preocuparte —me dijo Rikuya, alzando mi barbilla con un dedo—. Recuerda la historia: tuve una cita, llevé a Ayse a casa, te vi, y fue amor a primera vista. Fin. Nada más que eso.

—Suena tan fácil cuando lo dices así…
—Lo es, si estás conmigo —replicó, y me tomó la mano antes de abrir la puerta.

El aire frío me golpeó de inmediato. Caminamos hacia la entrada, y el mayordomo nos recibió con una reverencia que me hizo sentir fuera de lugar. Mi reflejo en la puerta de cristal parecía el de alguien más.

Hasta que llegamos al comedor.
Y el mundo se detuvo.
Mis padres y mis hermanas.

—¿Itsuki? —dijo mi madre, sorprendida—. No sabía que tú…

—Yo tampoco —susurré, tragando saliva.

El padre de Rikuya, un hombre alto de cabello cano, se levantó con amabilidad.
—Bienvenidos. Pensé que sería agradable reunir a las familias.
Yo miré de reojo a Rikuya, buscando alguna explicación. Él no sabía que estarían aquí, eso era evidente por la forma en que se tensó.

Ayse estaba al otro extremo de la mesa. Llevaba un vestido elegante y esa sonrisa que jamás llegaba a los ojos.
—Qué coincidencia —dijo suavemente—. Justo ayer te vi en el centro comercial. No sabía que… estabas con él.

—Sí, fue algo repentino —respondí, con voz baja.

—Oh, claro. Los omegas se enamoran rápido —soltó con burla.

Intenté ignorarla. No quería empezar una discusión, menos ahí.

El padre de Rikuya pidió que sirvieran el primer plato. El sonido de los cubiertos llenó el silencio, pero poco a poco, la conversación se fue tornando incómoda.

—Así que es su hijo—dijo mi padre, mirando al señor Ryo—. Qué interesante. Yo dirijo el área de ventas de una de sus filiales. Su empresa es muy exigente.

—Exigente, sí, pero justa —respondió el hombre con tono cordial.

Mi padre rio, golpeando suavemente la mesa.
—Ah, sí, pero no todos sirven para eso. Por ejemplo, los omegas… no tienen madera para competir. Son demasiado emocionales, ¿no cree?

Sentí la sangre helarse.
Rikuya alzó apenas la vista.

—No lo creo —dijo, sin dejar de cortar su comida—. Depende de la persona.

—Vamos, muchacho —insistió mi padre—. No es nada malo. Cada quien tiene su rol. Los omegas son buenos para otras cosas: cuidar, agradar, mantener la casa. No todos nacen para pensar o mandar, ¿verdad?

Mi madre intentó detenerlo, pero él siguió.
—A veces hay que aceptar lo que uno es. Intentar más solo trae problemas.

Rikuya dejó los cubiertos.
—¿Y usted decide quién puede intentar y quién no?

—No. La naturaleza lo hace. Así funciona el mundo. —Sonrió con suficiencia y se volvió hacia mí—. Por suerte, este aprendió a tiempo.

Mi garganta se cerró. Cada palabra dolía como si volviera a ser aquel niño escondido detrás de la puerta.

Rikuya tensó la mandíbula.
—Con todo respeto, no hable de él así.

—Oh, vamos —dijo mi padre, sin perder su tono burlón—. No se lo tome tan en serio. No me negará que tener un omega guapo en casa es un lujo.

Ayse soltó una risa baja.
—Supongo que algunos solo sirven para eso.

Respiré hondo. Quería quedarme callado, fingir que no me afectaba, pero entonces recordé las manos de Rikuya, su mirada cuando me decía que valía la pena, su voz prometiendo que ya no estaba solo.
Si me quedaba callado, traicionaba eso.

—Basta —dije, sin levantar la voz, pero con firmeza.
Ayse arqueó una ceja.

El silencio se volvió denso.
Rikuya se levantó lentamente.
—No voy a tolerar esto —dijo, su voz tan firme que me estremecí—. No voy a quedarme sentado mientras insultan a mi prometido. Si eso les molesta, nos iremos.

El padre de Rikuya también se puso de pie, pero su expresión era diferente: tranquila, severa.
—No, hijo. Los que deben irse son otros.

Mi padre lo miró incrédulo.
—¿Perdón?

—Mi esposa —dijo el hombre, con voz grave— fue una omega. Murió cuando Rikuya era pequeño. Jamás permitiré que alguien desprecie a quienes son como ella.
Dirigió su mirada hacia mí—. Y usted, Itsuki… no deje que nadie lo haga sentir menos. No por lo que es, ni por lo que otros le hicieron creer.

No supe qué decir. Mi pecho dolía, pero no de tristeza: de alivio.

Mi padre se levantó bruscamente.
—Esto es una falta de respeto. No tenemos por qué soportarlo.

Mi madre trató de hablar, pero él la arrastró fuera del comedor. Ayse los siguió, sin atreverse a decir nada más.



#2066 en Novela romántica
#675 en Otros
#282 en Humor

En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 29.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.