Un desastre perfecto

21

El sol de la mañana se colaba por las rendijas de las persianas en nuestra habitación, pintando rayas doradas sobre las sábanas verdes que ahora parecían aún más suaves, como si supieran que todo había cambiado.
Me desperté despacio, el cuerpo pesado pero no dolorido como en el hospital; el aire olía a café fresco filtrándose desde la cocina diferente al aroma inconfundible de Rikuya, que dormía a mi lado con un brazo protector sobre mi cintura.
Su respiración era profunda, rítmica, y por un momento me permití solo sentir: el calor de su piel contra la mía, el leve peso de su mano que evitaba presionar mi vientre, como si ya intuyera la fragilidad de lo que crecía allí. El anillo en mi dedo captaba la luz, un recordatorio centelleante de que esto no era un sueño febril.
Me incorporé con cuidado, un leve mareo revolviéndome el estómago —nada nuevo, pero ahora lo entendía como una señal, no como un capricho del estrés—.
Bajé los pies al suelo fresco, el piso de madera crujiendo levemente bajo mis pasos, y me puse una de sus camisetas holgadas, que colgaba como un vestido sobre mi cuerpo. El espejo del baño reflejaba mi rostro: el moretón en la mejilla había palidecido a un amarillo suave, pero mis ojos brillaban con algo diferente, una mezcla de agotamiento y maravilla. Toqué mi abdomen, plano aún, y un escalofrío me recorrió.

"Nuestro cachorro".

La palabra resonaba en mi mente, dulce y aterradora a partes iguales.

En la cocina, Elvia ya había dejado un desayuno listo: frutas cortadas en un bol de cristal, tostadas con mermelada casera que olía a fresas maduras, y un té de jengibre que, según el doctor, ayudaría con las náuseas. Me serví una taza, el vapor subiendo en espirales cálidas, y me senté en la isla de granito, el borde frío contra mis codos.
Todo parecía tan normal —el tic-tac del reloj en la pared, el zumbido distante del tráfico abajo—, pero nada lo era. Matrimonio. Bebé. Mi vida, que había sido un hilo frágil tejido de miedos y salvaciones, ahora se ramificaba en algo vasto y desconocido.
Rikuya apareció en el umbral, el cabello revuelto y los ojos somnolientos, pero con esa sonrisa que me desarmaba siempre. Llevaba solo unos pantalones de pijama grises, su torso desnudo marcado por las líneas que el tiempo y el trabajo habían esculpido. Se acercó por detrás, besando mi nuca con labios suaves, su aroma envolviéndome como una niebla protectora.

—Buenos días, mi prometido —murmuró, su voz ronca por el sueño, haciendo que un rubor subiera por mi cuello.

"Prometido" creía que nunca lo escucharía.

—Buenos días —respondí, girándome para mirarlo, mi voz temblorosa pero ligera—. ¿Dormiste bien?

Él se sirvió café, el chorro negro humeando en la taza, y se sentó frente a mí, sus piernas rozando las mías bajo la isla.

—Mejor que nunca. Tenerte aquí, en casa... es real. —Sus ojos bajaron a mi vientre, y su expresión se suavizó, un dedo trazando un círculo invisible sobre la mesa—. ¿Cómo te sientes hoy? ¿El estómago?
Asentí, mordiendo una tostada crujiente que sabía a miel y sol.

—Mejor. El té ayuda. Pero... anoche soñé con todo. Con el cachorro, con la boda. Era como si corriéramos por un parque, y él —o ella— reía, con tus ojos y mi sonrisa.

Rikuya rio bajo, un sonido que vibró en mi pecho como un ronroneo.

—Suena perfecto. Y lo será. Hoy llamaré a mi asistente para reorganizar mi agenda; quiero estar más aquí, contigo. Nada de contratos a medianoche.
Pero su teléfono vibró en el bolsillo, un zumbido insistente que rompió el hechizo. Lo sacó, frunciendo el ceño al ver la pantalla.

—Es de la empresa. Un problema con el envío de ayer. —Suspiró, pero no apartó la mirada de mí—. ¿Quieres que lo ignore?

—No —dije, aunque una punzada de decepción me apretó el corazón—. Ve. Yo estaré bien. Puedo estudiar un poco, repasar las guías para el examen de preparatoria.

Él se levantó, rodeándome con los brazos desde atrás, su barbilla descansando en mi hombro. El calor de su cuerpo me reconfortó, su aroma calmando el leve nerviosismo que empezaba a bullir.

—Te amo —susurró, besando mi sien—. Vuelvo pronto. Y esta noche, cena como prometí. Solo nosotros.
Sonreí, aunque él no lo vio,.

Lo vi irse, la puerta cerrándose con un clic suave. Solo entonces, el silencio se asentó, pesado como una manta. Me quedé allí, con la taza tibia en las manos, mirando el anillo que ahora parecía demasiado grande para mi dedo delgado.

"¿Y si no estoy listo?", pensó mi Omega interno, un eco ansioso.

"¿Y si el mundo nos alcanza? Mi madre, mi padre... el juicio de todos."

Sacudí la cabeza

"No, eh podido con más"

Me obligué a abrir el libro de matemáticas sobre la mesa.
Las ecuaciones bailaban en la página, números fríos que prometían un futuro controlable.
Todo era un laberinto de instintos y reglas, pero en este momento, con el sol calentando mi piel y el eco de la risa de Rikuya en mis oídos, sentí un atisbo de paz.

No todo sería fácil —sabía que vendrían náuseas peores, exámenes que devorarían noches, y quizás sombras del pasado acechando—, pero por primera vez, no me sentía solo en la carrera. Teníamos un equipo: él, yo, y esa vida diminuta que ya nos unía.
Afuerra, el día avanzaba, perezoso y luminoso. Y yo, por fin, empecé a creer que podía correr hacia él.
El día se arrastró con una lentitud perezosa, como si el sol se negara a hundirse del todo, dándome tiempo para digerir la vorágine de emociones que bullían en mi interior.

Después del desayuno, me sumergí en las páginas del libro de matemáticas, el lápiz raspando el papel con trazos irregulares, pero mi mente vagaba más que concentraba. Cada tanto, mi mano libre descendía a mi vientre, un gesto instintivo que ahora me hacía sonreír en lugar de temblar.

El té de jengibre se enfrió en la taza, su aroma cítrico desvaneciéndose, y el reloj marcó las horas con un tic-tac que parecía contar no solo minutos, sino promesas. Rikuya me mandó mensajes un:



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En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 29.10.2025

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