La semana se había estirado como un elástico a punto de romperse. Entre clases que dejaban mi mente zumbando con teorías sobre feromonas como puentes y traumas que se heredan como aromas persistentes, y las noches interrumpidas por el llanto de Kai, me sentía dividido en dos. Sin embargo, siempre estaba él. En medio de la penumbra, cuando el cansancio pesaba más que mis párpades, los brazos de Rikuya nos envolvían a Kai y a mí, y su voz ronca susurraba en la oscuridad:
"Tranquilo, Suki. Lo tenemos bajo control".
Poco a poco, el campus empezaba a perder su aire de laberinto hostil. Con el parche neutralizante como un escudo discreto que amortiguaba mi dulzor ansioso, podía respirar sin la constante presión de ser un faro para instintos ajenos. Y en ese territorio nuevo, Lena se había convertido en mi ancla inesperada. Nuestras charlas rápidas en los pasillos, sobre ensayos imposibles y el café quemado de la máquina expendedora, y sus risas fáciles, me hacían olvidar, por momentos breves, el inmenso peso que cargaba sobre mis hombros.
Pero todo dio un vuelco el jueves por la tarde.
Estábamos recogiendo nuestros libros en la biblioteca, en ese rincón acogedor que siempre olía a madera vieja y a páginas amarillentas por el sol. Los rayos del atardecer se filtraban por las ventanas altas, iluminando el polvo que danzaba en el aire. Haru, el líder de nuestro grupo de estudio ,un Beta alto cuya sonrisa blanca parecía sacada de un anuncio, soltó la invitación con una casualidad que sonó deliberada.
—Oigan, para romper un poco la rutina, hay una reunión de nuevos ingresos este viernes en el Bar Sereno —anunció, cerrando su cuaderno con un golpe seco que hizo volar una nube de polvo de tiza—. Nada del otro mundo. Unas bebidas suaves, charla, quizás una ronda de trivia para animar. ¿Quién se apunta? Vamos, no sean tímidos.
El aire se llenó de murmullos de aprobación.
"Yo me apunto, suena bien", dijo una chica Beta desde el otro extremo de la mesa. Cerca de ella.
Otro Omega rio entre dientes: "Si hay trivia, cuenten conmigo. La última vez gané un shot gratis... aunque terminó siendo de jugo de manzana".
Yo, por mi parte, sentí que el pánico me trepaba por la garganta como una enredadera venenosa. Mi mente, al instante, buscó refugio. No es necesario. No hace falta que vaya. Tengo una vida, una familia... ¿Para qué forzar esto? No encajo ahí.
Abrí la boca, ya preparando una excusa suave sobre "compromisos familiares", pero Lena fue más rápida. Su voz, fresca como la menta, cortó el aire antes de que yo pudiera articular palabra.
—Suena genial, Haru —dijo, y luego me lanzó una mirada rápida, arqueando ligeramente las cejas en un gesto que claramente decía 'ni se te ocurra negarte'—. Itsuki y lo pensamos un poco y mañana te confirmamos, ¿vale? No nos queremos perder la trivia, desde luego. ¿A qué hora es?
Haru sonrió, encogiéndose de hombros mientras se colgaba la mochila al hombro.
—Perfecto.A las ocho, la entrada es por la calle lateral. Y eh, traigan su mejor parche; el bar es zona neutral, pero siempre es mejor prevenir que un Alfa se emocione por un malentendido con algún aroma fugado. ¡Nos vemos entonces!
El grupo se dispersó en un coro de "¡Hasta mañana!" y "¡Chao!". En cuanto estuvimos solos en el pasillo, con el eco de nuestros pasos resonando en las baldosas frías, me giré hacia Lena, bajando la voz.
—Lena, yo... la verdad, no sé si podré —murmuré, ajustando y reajustando la correa de mi mochila, buscando un punto fijo en el universo—. Suena divertido, en serio, pero tengo... cosas en casa. No hace falta que vaya, ¿no? Puedo faltar y nadie lo notará.
Ella se detuvo en seco, cruzando los brazos sobre el pecho. Una sonrisa juguetona se dibujó en sus labios, haciéndome sentir como un niño pequeño al que pillan en una travesura.
—Itsuki, ¿en serio? —exclamó, con un deje de exasperación cariñosa—. Es solo una reunión social. Bebidas sin alcohol, charlas intrascendentes. Nadie va a sacar una puntuación sobre tu capacidad de ser el alma de la fiesta. Y, oye —añadió, bajando un poco la voz—, si tú no vas, ¿quién me va a salvar de tener que aguantar los chistes malos de Haru sobre los Betas? Vamos juntos. Te lo prometo: si en algún momento te sientes incómodo, nos escapamos a un café tranquilo y nos quejamos de la clase. Trato hecho.
Solté un suspiro, y noté cómo una sonrisa tímida asomaba en mis labios, venciendo a mi nerviosismo.
—Está bien...lo pensaré. En serio, gracias por... bueno, por cubrirme.
Esa noche, en casa, el mundo olía a seguridad. El aroma del estofado de Elvia flotaba desde la cocina, y la voz ronca de Amelia, tejiendo cuentos de caballeros valientes para Kai, llenaba la sala de calidez. Mientras doblábamos la ropita diminuta de nuestro hijo en la habitación , con Rikuya sentado en el suelo frente a mí y una pila de bodies blancos en su regazo, le conté sobre la invitación.
—Una reunión en un bar, ¿eh? —repitió él, y su voz grave tenía ese tono de diversión protectora que siempre conseguía hacerme sonrojar—. Suena... civilizado. ¿Tienes ganas de ir?
Doblé un calcetín azul minúsculo con un cuidado excesivo, evitando su mirada por un momento.
—No lo sé.Una parte de mí sí quiere... eso, ¿sabes? Normalidad. Charlar con gente sin que el tema central sean los pañales o los ensayos de filosofía. Pero es que... —Hice una pausa, buscando las palabras correctas—. No he dicho nada de... de nosotros. Del anillo, de Kai. No es que me avergüence, Kuya, jamás —dije, alzando por fin la vista para que viera la sinceridad en mis ojos—. Es solo que no siento que sea necesario soltarlo así, de entrada. Llevo el anillo, es visible. Si preguntan, les cuento. Pero... ¿y si piensan que soy el tipico caso precoz? ¿El Omega serio y anclado que no tiene nada en común con ellos?
Rikuya dejó su pila de bodies a un lado y se movió hacia mí, arrodillándose en el suelo para quedar a mi altura, tal como había hecho el día de nuestra boda. Sus manos, grandes y cálidas, envolvieron las mías, y su aroma ahumado, familiar y calmante, me envolvió como un manto, apaciguando el pulso acelerado en mi pecho.