Un desastre perfecto

29

El salón de baile del Hotel Imperial era un remolino de luces cristalinas y aromas controlados, un mundo que olía a colonia cara y a feromonas amortiguadas por parches de lujo esos adhesivos caros que neutralizaban sin irritar, liberando un velo sintético de neutralidad que hacía que todo pareciera civilizado, no salvaje.

El aire estaba cargado de murmullos elegantes, del tintineo de copas de champán sin alcohol y del roce sutil de sedas y trajes que susurraban promesas de donaciones generosas para la fundación de Omegas en terapia.

Yo, un Omega masculino de veintidós años con un traje negro sencillo que Rikuya había elegido ajustado en la cintura pero holgado para no presionar recuerdos de partos recientes, me sentía como un pez fuera del agua. Mi parche en la nuca picaba bajo el cuello alto y mi voz interna temblaba, dividida entre inseguridad y supervivencia:

¿Qué hago aquí? ¿En medio de Alfas que huelen a poder y Betas que negocian sonrisas? Soy el Omega de una beca, no de galas. ¿Y si digo algo tonto? ¿Y si mi feromona se filtra y todos perciben mi nerviosismo?

Rikuya, a mi lado, era mi ancla. Su traje negro impecable moldeaba su figura como una segunda piel y su aroma ahumado realzado por un parche premium que hacía que oliera a cafe después de la lluvia, protector sin ser abrumador me envolvía. Me apretó la mano con gentileza mientras cruzábamos las puertas dobles, el salón abriéndose ante nosotros como un mar de rostros sonrientes y joyas brillando bajo los candelabros.

—Respira, Suki —murmuró, su aliento cálido rozando mi oreja, mientras su pulgar trazaba círculos en mi palma—. Eres el más guapo aquí. Y el más valiente. Solo sonríe y sé tú.

Asentí, aunque mi voz salió temblorosa:

—Fácil para ti decirlo. Tú eres el Alfa que carga Omegas ebrios como si fueran plumas. Yo… yo solo quiero no derramar el jugo sobre el traje.

Rikuya rió bajo, ese sonido ronco que vibraba en mi pecho y calmaba mi pulso errático.

—Si derramas, te cargo de nuevo. Prometido.

La gala apoyaba una causa que me tocaba el alma terapia gratuita para Omegas con traumas de vínculos rotos, pero el ambiente era un baile de egos: Alfas altos con copas en mano, Betas con libretas de contactos, y Omegas dispersos como perlas entre conchas, portando parches que nos mantenían invisibles pero presentes. Rikuya me guió por el salón con su mano en mi espalda baja como un escudo invisible, y pronto comenzaron a acercarse personas no como lobos, sino como curiosos educados.

La primera fue una Beta elegante de unos cuarenta años, con un vestido plateado que olía a jazmín sintético y a cheques generosos.

—Rikuya, querido —dijo, besando su mejilla con aires de tía lejana—. ¿Y quién es este encantador Omega? No lo había visto en tus círculos.

Rikuya sonrió con orgullo, rodeándome con su brazo de forma que la posesión no era feroz, sino tierna.

—Elena, te presento a Itsuki, mi esposo. Estudia psicología en la Mixta, con una beca que se ganó con una carta que podría mover montañas. Itsuki, Elena dirige la fundación que honramos esta noche.

Tragué saliva y extendí la mano.

—Encantado, señora. Su trabajo… es inspirador. Leí sobre los programas para Omegas post-celo. Cambian vidas.

Ella tomó mi mano con una sonrisa genuina.

—Oh, un estudiante. ¿Psicología? Perfecto para esta labor. Y casado con Rikuya… el Alfa más codiciado que supo evitar todas las trampas sociales. Cuéntame, Itsuki, ¿qué te trae aquí? ¿Apasionado por la causa?

Asentí, encontrando firmeza en la mano de Rikuya en mi espalda.

—Sí. Como Omega… he vivido lo que estos programas salvan. Vínculos que duelen en vez de sanar. Quiero ayudar a que otros salgan enteros.

Los ojos de Elena brillaron.

—Bien dicho. Rikuya, lo has atrapado bien. Vengan a la subasta; les guardaré asientos. ¡Y trae esa pasión a la fundación algún día!

Nos alejamos y Rikuya besó mi sien.

—Lo hiciste perfecto, Suki. ¿Ves? Eres brillante. Nadie puede resistirte.

El siguiente grupo estaba en la barra: un círculo de trajes que olían a colonia cara y acuerdos tácitos. Rikuya me presentó con el mismo orgullo, su tono grave pero cálido.

—Caballeros, mi esposo Itsuki. Estudiante estrella en la Mixta, futuro terapeuta que va a revolucionar cómo vemos los lazos.

Uno de ellos, un Alfa corpulento de barba recortada, soltó una risa profunda:

—¡Un Omega en psicología! Valiente. ¿Qué te motiva, chico? ¿Arreglar Alfas como nosotros?

Reí con timidez, pero respondí con honestidad:

—Algo así. Arreglar lo que la sociedad rompe. Vínculos que atan en lugar de elevar. ¿Y ustedes? ¿Aquí por la causa o por los contactos?

La Beta del grupo, una mujer con gafas que olía a libros y eficiencia, intervino:

—Ambas. Pero tu perspectiva… fresca. ¿Cómo maneja Rikuya a un Omega tan… independiente?

Rikuya respondió antes que yo, apretándome contra su costado:

—Lo adoro por eso. Itsuki no necesita manejarse; me maneja a mí. Pregúntenle por su carta de admisión: es poesía que corta como navaja.

El Alfa barbudo silbó.

—Suena a que ganaste la lotería, Rikuya. Felicidades, Itsuki. Si necesitas mentoría, estoy en reclutamiento para la fundación.

Asentí con un “Gracias, lo haré”, y seguimos avanzando entre el mar de luces.
Mi corazón seguía latiendo rápido.

—Kuya… ¿soy tu lotería? —susurré, medio en broma, medio en serio.

Él me miró, sus ojos oscuros brillando con esa intensidad cálida que siempre me hacía sentir seguro.

—Eres mi todo, Suki —murmuró—. Mi lotería, mi premio… mi hogar. Y mírate: los tienes comiendo de tu mano.

Me alejé unos pasos después, el salón abrumándome con su brillo exagerado copas tintineando como campanas, risas que olían a egos victoriosos y perfumes costosos.

—Voy por un postre —susurré, intentando sonar casual.

Rikuya asintió, su sonrisa suave.

—Te alcanzo en un minuto. Ve, conquístalos.



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En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 20.11.2025

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