Nota: los siguientes capítulos son pequeños extras que tienen saltos temporales, son capítulos que me gustaría simplemente incluir.
-------
Nunca me gustó visitar la oficina de Rikuya. Era demasiado grande, demasiado silenciosa, demasiado llena de personas que se movían rápido y hablaban fuerte. Yo no encajaba ahí.
Pero ese día terminé las clases temprano, y pensé estúpidamente, quizá que sería lindo pasar a dejarle comida. Él llevaba dos días sin desayunar, y no iba a dejar que se siguiera matando solo por el trabajo.
Tenía el recipiente entre mis manos, caliente, oliendo a casa.
Lo imaginé sonriendo.
Valía la pena venir.
Caminé hasta el escritorio de la secretaria, justo frente a la entrada privada de Rikuya.
Ella me miró como si hubiera pisado la alfombra con los pies llenos de lodo.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó, empujando los lentes en su nariz con gesto irritado.
—Sí —dije con una sonrisa tímida—. Vengo a ver al señor Kyo. Solo serán unos minutos.
—¿Tiene cita?
—No.
La sonrisa profesional desapareció. La reemplazó una expresión de asco muy mal oculta.
—El señor Kyo no recibe visitas sin cita previa —dijo con firmeza—. Y menos a omegas.
El golpe en mi pecho fue inmediato.
No dije nada.
Respiré profundo.
—Solo avísele que estoy aquí.
—No pienso molestarlo con esto —replicó cruzándose de brazos—. Él no tiene ningún tipo de relación con usted. Así que no invente cosas.
Mi ceja tembló.
—Espera… yo no estoy inventando nada. Solo dile—
—Joven —interrumpió, condescendiente—. El señor Kyo no tiene nada que ver con omegas. Mucho menos con uno que viene sin cita y con comida de quién-sabe-dónde. Retírese, por favor.
Mi paciencia se rompió un poco.
—Llámalo.
—Ya dije que no.
—Llámalo.
Ella chasqueó la lengua.
—Mire, si sigue insistiendo llamaré a seguridad. No voy a permitir que alguien como usted cause desorden.
«Alguien como tú».
Mi respiración se aceleró.
Era humillación, sí.
Pero era algo más… un calor extraño recorriéndome la espalda.
Y antes de poder controlarlo, dije:
—Soy su esposo.
La oficina entera quedó helada.
Hubo empleados que literalmente dejaron caer sus plumas.
Hasta un teléfono dejó de sonar.
La secretaria abrió los ojos como si hubiera escuchado la mayor mentira del planeta.
—¿Tu qué?
—Esposo. Con todas sus letras. —Le mostré el anillo, sin delicadeza—. Así que llámalo.
Ella retrocedió un paso.
—Eso… eso no puede ser verdad. El señor Kyo jamás se casaría con—
—¿Con un omega? —pregunté, sintiendo cómo mis feromonas querían liberarse—. ¿Sabes qué? No importa lo que creas. Avísale que estoy aquí.
Ella negó repetidamente.
—¡Guardias! —gritó repentinamente—. ¡Seguridad! ¡Hay un omega intentando entrar a la fuerza y mintiendo sobre el jefe!
—¡¿Qué?! —exclamé, dando un paso atrás—. ¡No estoy mintiendo!
Dos guardias comenzaron a cruzar la oficina hacia mí, con las manos levantadas como si fuera un criminal.
Y ahí sí, algo se quebró por completo.
—¡No me toquen! —grité, retrocediendo—. ¡Solo quiero ver a mi esposo!
La secretaria estalló:
—¡Deja de decir mentiras! ¡El señor Kyo jamás elegiría a un omega como tú!
Ese “como tú” fue el detonante.
Mis feromonas, contenidas durante años, empujaron sin control.
La temperatura de mi cuerpo subió, mis manos temblaron, y la caja con comida comenzó a doblarse bajo mi agarre.
—¡Llámalo! ¡Ahora mismo! ¡No tienes idea de lo que—!
—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —una voz profunda tronó desde el pasillo.
Todo se detuvo.
La secretaria palideció.
Los guardias dieron un paso atrás.
Y mi corazón dejó de latir por un segundo.
Rikuya estaba ahí.
Respirando rápido.
Pálido.
Los ojos casi rojos por la mezcla de alarma y furia.
Su mirada fue directo hacia mí.
Tal vez por cómo estaba temblando.
Por cómo respiraba.
Por cómo dos guardias estaban a punto de sujetarme.
—Itsuki —susurró, caminando hacia mí como si cada paso le doliera—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Ellos te hicieron algo?
Yo negué, pero el temblor no me ayudó.
La caja con comida cayó al piso con un golpe sordo.
Rikuya me tomó por los hombros inmediatamente.
—¿Te lastimaron? —sus manos revisaban mis brazos, mi cuello, mis muñecas—. ¿Te tocaron? ¿Te gritaron? ¿Qué pasó?
La secretaria tragó saliva.
—S-señor Kyo… este omega intentó entrar… diciendo que… que es su… su…
—¿Su qué? —preguntó él sin voltearla a ver, con una calma tan peligrosa que los guardias retrocedieron.
—Su esposo —dijo uno de los guardias, temblando.
Rikuya por fin giró hacia ellos.
—Porque lo es.
Su voz fue tan fría que la oficina entera sintió la temperatura bajar de golpe.
La secretaria abrió la boca, sin poder procesar.
—Se-señor… usted nunca dijo que… que—
—Porque no tenía por qué decírselos —respondió él tajante—. Mi vida privada no es asunto de nadie aquí. Pero él —señaló hacia mí, con la mano firme en mi espalda— siempre tiene acceso a mí. Y si alguien vuelve a ponerle una mano encima, aunque sea por error… se despiden.
Los guardias bajaron la cabeza.
La secretaria casi se desplomó en la silla.
Rikuya bajó su tono para hablarme solo a mí.
—Itsuki, amor… vámonos. No tienes que soportar esto.
Y al escuchar ese “amor” frente a todos… mis ojos ardieron un poco.
Solo pude asentir.
Él me tomó de la mano y me guió hacia su oficina, como si el mundo allá afuera no importara.
Cuando la puerta se cerró detrás de nosotros, los latidos en mis oídos seguían fuertes.
—Me asusté —dijo él, acariciando mi mejilla con suavidad—. Escuché los gritos. Dijeron “omega”, “seguridad”, “mentiroso”. Pensé que estabas… pensé que estabas mal.