Un desastre perfecto

33

El silencio en mi consultorio era algo que realmente adoraba. Esa paz antes de recibir a un paciente siempre me había parecido un ritual sagrado: el olor a café tibio, el orden impecable del escritorio, el leve zumbido del aire acondicionado. Todo era predecible. Tranquilo.

Hasta que tocaron la puerta.

—Adelante —respondí, con la sonrisa automática de cada mañana.

Pero en lugar de mi siguiente paciente, entró mi secretaria. Evitaba mi mirada, su postura rígida, como si temiera decir algo imperdonable.

—Perdón, doctor Itsuki… pero tenemos un problema.

—¿El paciente no llegó?

—No, esto es… más grande.

Levantó las manos, mostrando una pequeña caja de cartón que sostenía como si estuviera viva. Caminó hacia mi escritorio con pasos tensos, dejando la puerta abierta, como si necesitara una vía de escape.

—No quise abrirla sola —susurró.

Antes de que pudiera preguntar, un sonido agudo salió desde el interior.

Un chillido.

Me quedé helado.

—No… —negué, casi sin voz—. Esto tiene que ser una broma.

Pero ella solo bajó más la cabeza. No había chiste ahí.

Me obligué a mirar dentro.

Y el mundo se me fue del cuerpo.

Un bebé. Un bebé real, diminuto, acurrucado entre mantas baratas. Su cabello era rubio, como el mío de niño, pero sus ojos cuando los abrió eran de un gris que jamás había visto. Su piel era tan pálida que parecía que el mínimo toque podría romperla.

—¿Quién… quién demonios mete a un bebé en una caja? —escapé en un susurro incrédulo.

Mi secretaria dejó otro objeto sobre mi escritorio: un sobre blanco, arrugado. Mi nombre escrito con la caligrafía que reconocería incluso sin verla.

“Ayse.”

Mi estómago se hundió.

Lo abrí con manos que no recordaba tener. La carta era corta, escrita con prisas:

Itsuki,
No quiero esto. No puedo. No voy a criar a un omega.
No sé quién es el padre y no me importa. Arruinaría mis planes y tú sabes que no pienso cargar con algo así.
Es tu problema ahora.

—Ayse.

Me quedé mirando esas líneas como si quemaran.

Mi hermana.
Mi propia hermana.
Y al mismo tiempo… claro que lo haría. Crecimos en una familia donde los omegas eran vistos como errores biológicos, cargas, seres quebrados. Un pensamiento que yo ya había desechado hacía años… pero Ayse, no. Ella seguía siendo exactamente la basura emocional que siempre fue.

—Doctor… ¿qué hacemos? —preguntó mi secretaria con voz rota.

No respondí. Tomé al bebé con cuidado; pesaba menos que mis mellizos al nacer. Y al sentir mi calor, se aferró a mi dedo. Tan pequeño. Tan indefenso. Tan… abandonado.

Sentí un nudo en la garganta que no esperaba.

—Voy a llevármelo —respondí, firme.

---

Rikuya estaba acomodando juguetes en la sala cuando llegué a casa. Nuestros tres hijos corrían por ahí entre risas y caos. Una escena normal, cálida… hasta que me vio entrar con la caja.

—Itsuki, ¿qué es eso? —preguntó, arqueando una ceja.
Pero cuando escuchó el quejido del bebé, su expresión cambió por completo—. No. No, espera. ¿Eso es…?

—Un bebé —suspiré, entrando.

—¿Y por qué traes un bebé en una caja? —se acercó mirando horrorizado—. ¿Quién haría…?

—Ayse. —Solo dije eso.

Rikuya se quedó helado. Sus ojos se oscurecieron.

—¿Qué hizo ahora?

Le di el sobre. Lo leyó en silencio. Vi cómo pasaba del shock al enojo, y del enojo a ese tipo de rabia silenciosa que solo le he visto cuando alguien lastima a uno de los niños.

—¿Abandonó a su bebé porque es omega? —escupió.

—Sí.

—Esa mujer… —Rikuya apretó la carta—. Itsuki, este bebé necesita ayuda. No podemos simplemente…

—Lo sé —me adelanté—. Lo sé, y no pienso dejarlo en ningún lado. Lo vamos a llevar al pediatra. Parece débil y Ayse dice que desde que nació necesitaba feromonas… por eso no paraba de llorar con ella. Claro, siendo beta… no quiso ni intentarlo.

Rikuya cerró los ojos un momento, respirando hondo.

—Bien. Prepara las cosas. Yo despierto a los mellizos y aviso que saldremos. Y luego… hablaremos de qué vamos a hacer con él.

Lo miré, con ese peso extraño en el pecho.

—Rikuya… es un bebé. Lo abandonó. No tiene a nadie.

—Entonces tiene a nosotros —respondió sin dudar—. No importa si es omega. No importa de quién sea. Nadie merece ser tratado como basura.

Y por un momento… me dieron ganas de llorar.

No por Ayse, no por el pasado.

Sino porque ahí estaba él: mi esposo, mi compañero, el mejor padre que pude haber elegido. Y porque ese bebé, sin saberlo, acababa de llegar al único lugar donde jamás volverían a abandonarlo.

---

—Vamos al hospital —dijo Rikuya mientras me tocaba el hombro con calma—. Y después… veremos cómo decirles a los niños que ahora tienen un hermanito más.

—¿Crees que podamos…? —pregunté, dudoso.

Él sonrió.

—Itsuki, ya criamos tres. Uno más no nos va a matar.

Miré al bebé nuevamente.

Y supe que, a diferencia de Ayse…
Nosotros sí lo íbamos a querer.
El hospital estaba tranquilo, y las enfermeras nos llevaron directo a una sala pequeña cuando vieron al bebé.

El pediatra llegó en poco tiempo. Era un hombre mayor, de voz suave, y miró al bebé con la expresión de alguien que ya sabía lo que iba a encontrar.

—Está deshidratado —dijo mientras revisaba su respiración, sus reflejos, su tono muscular—. Y tiene síntomas de privación de feromonas. Graves, para su edad.

—Sabemos que… bueno, que es omega —murmuré, aunque aún no parecía real decirlo en voz alta.
—Mi hermana es beta. No entendemos cómo es posible.

El doctor asintió como si ya hubiera escuchado esa pregunta mil veces.

—Es raro, pero sucede —explicó con calma—. Aunque ambos progenitores sean betas, puede ocurrir una mutación espontánea en la gestación que lleve al desarrollo de un omega. No es lo común, pero tampoco es imposible.



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En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 20.11.2025

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