Un desastre perfecto

Sora

Mi nombre es Sora Kyo: hijo Omega de Itsuki y Rikuya, mellizo de Ren, estudiante de administración de empresas internacionales, orgulloso, bonito, sí, lo sé y absolutamente determinado a no dejar que nadie me reduzca a mi género secundario.

Y, aun así, estoy aquí… con siete bolsas enormes colgando de mis brazos después de un día entero de compras.

Con mis zapatos nuevos impecables, mi bufanda de diseñador y mi cabello perfectamente en su lugar, empujo la puerta principal. La casa huele a café, vainilla y un toque de pino… papá Itsuki, claramente.

Dejo las bolsas sobre el sillón y, antes de anunciar mi llegada, escucho voces.

Las voces de mis papás.

Me quedo quieto.
No suenan como una discusión, pero sí como algo serio.

Me acerco silenciosamente hasta quedar a unos pasos del despacho. La puerta entreabierta deja salir sus susurros.

—No pienso permitirlo —dice papá Rikuya, su voz baja pero tensa.

—Riku, cálmate… —Itsuki suspira—. Solo es una propuesta, no estamos obligados a aceptarla.

Mi ceja se arquea.

¿Propuesta?

—Es una propuesta de mierda —gruñe Rikuya—. No voy a entregar a cualquiera de mis hijos a una empresa por un tratado comercial. No son monedas de intercambio.

Una punzada me atraviesa el pecho… no por dolor, sino porque siento que algo está muy mal.

—Lo sé —responde Itsuki, suave, como siempre que intenta calmarlo—. Pero esa empresa es grande. Muy grande. Y el tratado sería… demasiado beneficioso.

Silencio.

—Ni así —responde Rikuya—. No entregaré a Sora, ni a Ren, ni a Ayla. Mucho menos a Sora… él no es—

—No digas eso —lo corta Itsuki—. Sora es fuerte.

—Sí —resopla Rikuya—. Demasiado fuerte. Y justamente por eso no quiero que tenga que soportar que lo usen. Esa gente quiere un matrimonio tradicional: un Alfa y un Omega para asegurar hijos, herederos y “equilibrio familiar”. ¿Están locos? No pienso obligarlo a nada.

¿Matrimonio?
¿Una empresa quiere casarse con un Kyo?
¿Con uno de nosotros?

Mis dedos se cierran sobre la bolsa más cercana.

—La empresa Minato es poderosa —dice Itsuki en voz baja—. Poderosa al nivel de influir en exportaciones, transporte, bienes raíces…

—Y precisamente por eso me huele a trampa —escupe Rikuya.

Mi respiración se acelera.
Mi apellido y Mi familia es fuerte.
Pero la empresa Minato… esa sí es otra liga.

Me alejo antes de que me descubran, subo a mi cuarto, dejo mis bolsas y prendo mi laptop.

Tecleo: “Corporativo Minato – acuerdos matrimoniales – tradición familiar”.

Y ahí está.

La familia Minato mantiene acuerdos matrimoniales desde hace generaciones.
Buscan Omegas para asegurar descendencia.
Buscan matrimonios funcionales, no románticos.
Buscan equilibrio entre compañías.
Buscan alianzas de sangre.

Trago saliva.

Exactamente lo que dijeron mis papás.

Cierro la laptop y me observo en el espejo.

Mi cabello Rubio, mis ojos claros, mis rasgos finos de Omega… pero también la expresión orgullosa, dura e inquebrantable.

Parecida a la de papá Itsuki cuando se enoja.
A la de papá Rikuya cuando protege a alguien.

Me siento en la cama y pienso.

Amo mi carrera.
Amo mi apellido.
Y, sobre todo…
Amo a mis padres.

No pienso permitir que pierdan una oportunidad enorme solo para protegerme.

No soy un niño.
Soy un Kyo.

Y si para traer prosperidad a mi familia tengo que convertirme en un Omega tradicional por un tiempo…
si tengo que fingir que soy dócil, delicado, delicadamente silencioso…
si tengo que sonreír dulce, bajar la cabeza y comportarme como esperan de un Omega según una visión arcaica…

Puedo hacerlo.

Pero no me van a poseer.
No me van a romper.
No me van a convertir en un adorno.

Si quieren un matrimonio político, lo tendrán.
Si quieren un hijo… podría hacerlo.

Pero jamás…
jamás seré un objeto.

Me levanto decidido.

A la mañana siguiente bajo a desayunar con una determinación que casi brilla.

Kai está sentado con su café.
Ren revisa su celular.
Ayla intenta robarle pan a papá Itsuki.
Rikuya lee su tablet con el ceño fruncido.

Todos levantan la vista cuando me sienten entrar.

—Buenos días —digo, acomodándome el cabello.

Itsuki parpadea.
Rikuya frunce aún más el ceño.

—Sora… —dice Itsuki—. ¿Dormiste bien?

—Sí. Y estuve pensando —respondo.

Ren alza una ceja.
Kai deja su taza.
Ayla sonríe por inercia.

Me coloco frente a mis padres.

—Escuché su conversación de anoche.

Ambos se congelan.

—No debiste— —empieza Rikuya.

—Lo sé —lo interrumpo.
—Pero lo hice —añado.

Sus ojos muestran miedo, irritación, sorpresa.

Yo respiro hondo.

—Quiero hacerlo.

Un silencio brutal cae sobre la mesa.

—¿Qué? —susurra Itsuki.

—No vas a meterte en eso —gruñe Rikuya—. Es peligroso, injusto y—

—Papá. —Lo miro fijamente—. Soy adulto. Tengo veinte. Estudio negocios internacionales. No soy débil, ni ingenuo, ni manipulable.

—Sora… —Itsuki traga saliva—. Ellos no buscan un acuerdo. Buscan un Omega tradicional.

—Y puedo fingir serlo.

Ren suelta su celular.
Kai abre los ojos por completo.
Ayla se queda quieta, con una miga en la mano.

—No eres así —dice Itsuki, dolido.

—Lo sé. Y ustedes lo saben. Pero… —respiro hondo—. Si puedo asegurar el futuro de nuestra empresa, si puedo darles estabilidad, si puedo ser útil… estoy dispuesto.

Rikuya golpea la mesa con la palma.

—No. No vas a sacrificar tu libertad por una empresa.

—No es un sacrificio —respondo suave—. Es estrategia.

—¿Y si quieren que tengas hijos? —pregunta Itsuki, con la voz temblorosa.

—Entonces… tendré uno.

Itsuki se cubre la boca.
Rikuya parece que va a romper la mesa.



#1419 en Novela romántica
#414 en Otros
#188 en Humor

En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 23.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.