(Ocurre al mismo tiempo que el capítulo de Sora)
Nunca he sido del tipo que se complica la vida.
Nací alfa, sí, pero jamás me importó llenar expectativas. Papá y padre nunca me cargaron con la idea de que debía ser algo que no quería; crecí libre, sin presiones absurdas, sin esos discursos rancios de “liderar, procrear o imponer”. Yo solo quiero divertirme, construir cosas y estudiar lo que me gusta. Así que estoy en ingeniería mecatrónica, rodeado de robots, cables, soldaduras… y cero dramas sentimentales.
O al menos eso creía.
Porque todo se fue al carajo el día que lo vi.
Iba caminando por el campus, un café en la mano, cuando un Omega pasó junto a mí.
Ni siquiera fue algo dramático; no había viento moviendo su cabello, ni luz celestial cayendo sobre él. Nada así. Solo… un chico precioso, con expresión cansada, piel suave, ojos brillantes y un olor dulce que no era coquetería, sino agotamiento. Un aroma a miel diluida y sueño atrasado.
Me quedé quieto.
Literalmente quieto.
—¿Qué demonios…? —murmuré viéndolo alejarse.
No supe ni su nombre, pero desde ese momento mi estómago hacía cosas raras. Y odio admitirlo, pero terminé siguiéndolo.
A una distancia razonable.
Pues no soy un acosador. Solo un idiota curioso.
¿Por qué camino tan rápido?
¿Por qué cambia de edificio?
¿Por qué… demonios entra a la cafetería a trabajar si acabamos de tener clase?
Sí.
Tenía DOS trabajos dentro de la universidad.
Y más tarde descubrí que era becado. Y luego…
Bueno, luego me enteré de lo realmente jodido.
Lo vi salir de la facultad a paso apurado. Ya era de noche, y en esta zona no es tan seguro si vas solo. Así que lo seguí otra vez.
Y sí, sé lo que parece.
Pero tenía ese presentimiento molesto, uno que no te deja dormir.
Lo vi entrar a una tienda pequeña y vieja. Me acerqué y me quedé afuera fingiendo ver mi celular. Cuando salió, traía una bolsa con medicamentos y un rostro preocupado. Lo escuché hablar por teléfono.
—Sí, ya pagué la mitad… No, no, no me alcanza para todo.
—Dile a esos idiotas que esperen. Mi hermana apenas está saliendo del hospital.
—No… no tengo quién me preste, Haru…
Sus manos temblaban.
Un enojo caliente me subió por la garganta. ¿Quién carajos le está exigiendo dinero a un Omega? ¿Cobradores? ¿Un maldito préstamo? ¿Extorsión?
Cuando colgó, respiró hondo y siguió caminando.
Y yo detrás.
Otra vez.
—Ya deja de seguirme —dijo de pronto, sin voltear.
Me congelé.
—¿Eh…? Yo no… —mintiendo fatal.
—Tu olor es fuerte, aunque intentes mantener distancia. Eres alfa. Los alfas creen que los Omegas no nos damos cuenta de estas cosas —dijo, y ahí sí volteó, mirándome con esos ojos dulces pero filosos por el cansancio—. ¿Qué quieres? ¿Una aventura? ¿Un rato de diversión?
Sentí que me atravesaban.
—No, yo solo quería…
—Ahórratelo —interrumpió, dándose la vuelta—. No tengo tiempo para que un alfa juegue conmigo.
Quise responderle. Quise gritarle que no, que no era eso, que no sabía ni qué estaba sintiendo yo mismo. Pero se fue demasiado rápido.
—Ni siquiera sé tu nombre… —susurré.
Desde la esquina, escuché su voz suave.
—Leo.
Y desapareció.
Esa noche no dormí.
Me quedé mirando el techo, dándole vueltas a todo.
¿Por qué lo seguí?
¿Por qué me arde el pecho cuando recuerdo cómo me habló?
¿Por qué quiero saber más?
¿Por qué no quiero que piense que soy como esos alfas idiotas que lo ven como un simple Omega?
Y la pregunta más importante:
¿Qué diablos me pasa?
Al día siguiente lo volví a ver en el campus, aunque no me acerqué. Estaba sentado en una banca repasando apuntes, con ojeras profundas. Movía los pies inquieto. Revisaba su celular cada dos minutos. Su olor era bajo, controlado, sin intención de atraer… solo para aguantar el día.
Era tan bonito que me incomodaba.
No por él, sino por lo que despertaba en mí.
Cuando finalmente me atreví a acercarme, él me ignoró por completo.
—Buenos días —intenté.
Silencio.
—Leo —dije más suave.
—No tengo tiempo para ti —contestó sin mirarme.
—No estoy buscando ligarte —mentí… o eso quería creer—. Solo quiero ayudarte.
Ahí sí me miró, con una dureza que no esperaba.
—¿Ayudarme? ¿Por qué un alfa que ni conozco querría ayudarme? ¿Sabes qué soy para ustedes? Una molestia, un entretenimiento, un cuerpo con feromonas. No tengo interés. No tengo tiempo. Y no tengo espacio para que un alfa me haga ilusiones.
Me dejó callado.
No había odio en su voz.
Solo cansancio. Y dolor.
—No todos somos así —quise defenderme.
Leo soltó una risa amarga.
—Siempre dicen eso. Pero nunca se quedan. Y yo no puedo darme el lujo de perder el tiempo.
Se levantó y recogió sus cosas.
—Leo… —llamé, sin saber qué más decir.
—Trabaja en ti antes de acercarte a mí —respondió, dándome la espalda.
Y se fue otra vez.
Los días siguientes, intenté no seguirlo. Quería darle espacio. Quería entender qué sentía yo.
Pero terminaba encontrándolo sin querer: en la biblioteca, en la cafetería, en los pasillos. Y siempre lo veía igual: cansado, cargando más de lo que cualquier Omega debería.
Un día, accidentalmente (o no tanto), coincidimos en la salida.
—¿Necesitas que te lleve? Se ve peligroso por aquí —le dije desde mi moto.
Él rodó los ojos.
—No necesito un escolta. Puedo solo.
—Nunca dije que no pudieras. Solo pensé que…
—No pienses por mí —interrumpió, ajustándose la mochila.
Mi corazón hizo un puto salto.
¿Por qué me gusta tanto ese carácter?
¿Por qué me gusta que me hable así?
¿Por qué carajos estoy sonriendo?
—Entonces déjame acompañarte hasta la parada del bus —insistí, idiota de mí.
—¿Por qué eres tan terco? —suspiró.