Un desastre perfecto

Ayla

Nunca pensé que cumplir dieciséis me hiciera sentir tan… inquieta. No era ansiedad, tampoco tristeza. Era una necesidad que llevaba años guardada en una parte de mí que siempre intento ignorar. Pero últimamente, cada vez que veo a mis compañeros hablar de sus familias, o cada vez que mi profesor de arte menciona que “el origen influye en la obra”, algo me aprieta el pecho.

Mi origen.

El mío es un hueco.
Un hueco con nombre, con una historia que me duele pero que nunca he escuchado completa.

Sé que mi madre biológica me abandonó. No lo dicen así, mis papás nunca lo dicen así. Solo dicen que “me dejó” en el consultorio de papá Itsuki, dentro de una caja con una manta rosada.
Pero una caja es abandono.
Y saber que me dejaron porque soy Omega… esa parte la entendí sola, mucho antes de que ellos tuvieran el valor de confirmarlo.

Suspiro, tratando de que el grafito deje de temblarme entre los dedos. Estoy dibujando a una mujer sin rostro; sin querer, siempre termino haciendo lo mismo. Cabello rubio, manos finas, postura rígida. Algo en mí insiste en que ella se ve así, aunque no tenga memoria alguna.

—Te estás distrayendo —escucho detrás de mí. Es Sean, molesto porque no estoy terminando una tarea grupal.

—Lo sé, perdón —respondo.

Pero en cuanto él se va, la sensación vuelve. Ese tirón incómodo que ya no quiero ignorar.

Quiero saber quién es.
Aunque me duela.
Aunque no me quiera.
Aunque la respuesta sea peor que el silencio.

Esa misma tarde, cuando llego a casa, encuentro a papá Itsuki preparando la cena y a papá Riku revisando unos documentos de la compañía. Todo se ve normal, cotidiano… y justo por eso sé que si no lo digo ya, nunca me atreveré.

—¿Puedo hablar con ustedes dos? —pregunto, intentando que mi voz no tiemble.

Los dos levantan la vista al mismo tiempo. Ese simple gesto, tan sincronizado, siempre me recuerda que ellos sí me eligieron. Que no soy una carga aquí. Que nunca lo he sido.

—Claro, amor —dice Riku, dejando lo que hace.

—¿Todo bien? —Itsuki se acerca un poco, como si ya supiera que no estoy del todo tranquila.

Me siento en la mesa y ellos se sientan conmigo. No quiero mirarlos, pero tengo que hacerlo. Si me escondo, nunca van a entender.

—He estado pensando mucho últimamente —empiezo— sobre… sobre mi mamá biológica.

El silencio cae como un peso. Ninguno de los dos habla, pero tampoco me interrumpen.

—No quiero reemplazarlos —agrego rápido— ni estoy molesta con ustedes, ni nada así. Es solo que… necesito saber. Quién es. Por qué me dejó. Si realmente fue solo porque nací Omega.

Veo a Itsuki apretar un poco las manos sobre la mesa. Sé lo que eso significa: le duele. Él también es Omega, él sabe lo que es que alguien te desprecie por algo que no puedes controlar.

—Ayla… —murmura él.

—No quiero odiarla —digo, aunque parte de mí sí lo hace—. Pero tampoco quiero vivir con esta pregunta atravesada en la garganta toda la vida. No quiero seguir dibujando a una mujer sin cara. Quiero saber la verdad. Y… quiero buscarla.

Rikuya intercambia una mirada con Itsuki. Es una conversación silenciosa, una de esas que solo ellos dos entienden. Me preocupa. Me emociona. Me da miedo.

—Si eso es lo que quieres —dice Riku al fin—, entonces vamos a ayudarte.

Mi pecho se suelta un poco.

—Pero tienes que saber —añade Itsuki, con esa voz suave que usa cuando le duele recordar algo— que ella… no es una buena persona, Ayla. Creció en un ambiente horrible, lleno de odio hacia los Omegas. Y cuando naciste, no supo qué hacer más que repetir lo que le enseñaron. Eso no es tu culpa. Nunca lo fue.

—Lo sé —digo. O al menos trato de creerlo.

Itsuki se acerca y toma mis manos. Sus dedos tiemblan un poco.

—Si decides buscarla, estaré contigo en cada paso. Los dos lo estaremos. Pero necesito que entiendas algo: quizás no encontremos lo que quieres. Quizás no encontremos amor.

Trago saliva.

—No estoy buscando amor —susurro—. Solo quiero respuestas.

Rikuya me pasa un brazo por los hombros.

—Entonces vamos a encontrarlas —dice—. Buscaré entre los documentos del consultorio de tu papá, y hablaremos con un par de contactos. Te prometo que no vas a hacerlo sola.

Su voz es firme, segura. Me quiebra un poco.

No porque quiera a mi madre biológica.
Sino porque siento, por primera vez, que no tengo que temerle a la verdad.

Estoy lista para escucharla.

Aunque duela.
Aunque me cambie.
Aunque cierre una herida… o la abra del todo.

Encontrar a mi madre biológica fue más simple de lo que imaginé.
Doloroso… pero simple.

Papá Rikuya consiguió la dirección en pocos días. Papá Itsuki no quería que fuera, al menos no sola, pero yo necesitaba hacerlo. Necesitaba mirar a la mujer que me dejó en una caja afuera de un consultorio y entender, aunque fuera por un segundo, quién era.

Y ahora estoy aquí: frente a un edificio viejo, agrietado, con un olor a humedad que sale hasta la calle. La puerta del departamento 2C está mal pintada, como si alguien hubiera intentado arreglarla sin ganas.

Respiro hondo.
Toco.

Cuando la puerta se abre, lo primero que pienso es: no se parece a mí.
Y lo segundo: sí se parece un poco a Itsuki.
Ese mismo cabello claro, aunque el de ella es opaco y descuidado. Sus ojos no tienen ternura ni brillo; solo cansancio y fastidio.

—¿Qué quieres? —pregunta, sin reconocerme.

Mi garganta tiembla, pero hablo.

—Soy Ayla… tu hija.

Sus ojos apenas se abren un poco. Nada de lágrimas. Nada de sorpresa. Solo… indiferencia.

—Ah. —Se cruza de brazos—. La Omega.

Mi pecho aprieta.
No porque no lo supiera, sino porque duele escucharlo así, como un insulto.

—Quisiera hablar contigo —digo—. Solo un momento.

Ayse se hace a un lado sin decir “pasa”. Solo se mueve, como si yo fuera un repartidor dejando un paquete.



#1419 en Novela romántica
#414 en Otros
#188 en Humor

En el texto hay: omegaverse, confusion, chicoxchico

Editado: 23.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.