Un deseo insaciable sabor a muerte

Capitulo 2

17 de junio 2018

2 semanas después de aquel incidente de la puerta, me arrolló un carro “que
loco” si no es por ese muchacho de la panadería, estuviese quizás muerta, solo
me lastimé la pierna derecha y la cadera, pero lo más triste es que seguía con
vida, y sé que me llamarían egoísta y orgullosa, pero hay cosas que el ser
humano ni siquiera el mismo se puede explicar. ¿hay un descanso eterno?
Quizás, no lo sé, supongo que es mejor que estar viviendo esta vida de porquería.
—¿Te encuentras bien? —Dice un muchacho.
“Me acaba de arrollar un auto ¿y me vas a preguntar si estoy bien?
¡tienes que ser hombre!”
—Creo que la pregunta es un poco estúpida. —Lo fulmino con los ojos.
El me ayuda a levantarme, pero Dios, que horrible, duele mucho.
—Vamos al hospital, hay uno aquí cerca.
—Primero, no sé dónde carajos saliste, dos, mi madre va a estar como un
demonio y tres, nadie te pidió ayuda.
Me suelta y me mira como si le hubiera arrancado un pelo de los huevos, sacude
la cabeza mientras sonríe.
—Esto me pasa por andar ayudando a la gente. —Responde.
—Exactamente, nadie te dijo que me ayudaras en nada, así que vete, porque ni
siquiera te conozco.
Tomo mi bolso y voy caminando, “Dios mío, duele ni la mierda” pero hare como
si no me doliera, me quejare en mi cama.
El imbécil sigue de pie, ni crea que le voy a pedir disculpas, jamás. Pero para
mí mala suerte el dolor es tanto que se me sale un quejido fuerte que
prácticamente me hace llorar, así no puedo seguir, no puedo, miro mi reloj; son
las 3 p. m. puedo llegar a mi casa antes de que mi madre regrese, pero cada paso
que doy me duele más y aún falta como 18 calles, “no sé porque me vine
caminando”. El dolor se hace más y más tortuoso, casi el doble de doloroso que
antes, siento un escalofrió en mi cuerpo y no es por el dolor, es por la mano
grande que tengo en el hombro.

—Suéltame imbécil!
Con el bolso le pego y al voltearme es el mismo muchacho.
—No vas a seguir caminando así o vas a terminar peor. Me suelto de su agarre,
mirándolo mal.
—No te voy a darte disculpas, así que vete.
Sigo caminando con casi muertos de dolor, pero pura bendita mala suerte se me
dobla el pie y doy un grito, ya que siento que me voy a caer, pero otra vez me
sostiene.
—Deja de ser terca y vamos al hospital. Y deja de decir que no, que al cabo que
llegues a tu casa estarás más adolorida.
“¿Qué le pasa a este imbécil?”
Voy a hablar, pero es tarde para protestar, porque me subió a su espalda.
—Qué me bajes te digo.
Me acomodó en su espalda y es más delgado de lo que se ve, su cabello es más
lindo de cerca, aun así, que atrevido, prácticamente está corriendo conmigo,
“este imbécil como quiere que me remate con él.”
—Que te detengas te digo —solo lo manoteo, pero sé que, en cierta forma, tiene
razón— Esta bien, pero te largas cuando llegue al hospital.
Solo sigue trotando como si mi cuerpo fuese una pluma, si no tuviera la vida
demasiado salada, no tendría por qué estar en estas condiciones.
Cuando llegamos al hospital, con cuidado me baja, pero comienza a gritar
pidiendo un doctor, el doctor es muy alto, tengo muchas ganas de llorar, muchas.
—Necesito un médico —le dice a todos los que pasan y trae una silla de ruedas.
Llega un enfermero o quien sabe que, el dolor no me deja ni siquiera mirar a
quien tengo frente a mí.
Me sientan en la silla de ruedas, pero cada minuto que pasa es como si me dieran
golpes donde el estúpido carro me golpeo, hablan muy rápido que no entiendo
nada, “al parecer quien iba en ese auto me quería matar”. Me llevan rápido a un
cuarto y me suben a la camilla, juro por Dios que ya no puedo ser más fuerte, solo grito de dolor, me duele ahora aún más que antes, lloro, lloro por esto,
porque mi vida es un desastre, todo se me acumula y el nudo en mi garganta
está subiendo a mi boca, “ojalá mi muerte no duela, por Dios”. Lloro como una
niña pequeña, como cuando tenía 5 años, pero me toman de las manos haciendo
que abra los ojos y está el aun aquí, me abraza y solo me pide que respire, que
todo iba a estar bien y sin pensarlo dos veces lo abrazo y le digo lo mucho que
me duele, que me siento morir y sin imaginarme lo que sucedería después, que
las personas en algún momento llegan como ángeles, otros llegan como el inicio
de la segunda etapa del sufrimiento que llevas viviendo.
El dolor ha ido disminuyendo y con eso también llega el sueño, en pocos
momentos ya me he quedado dormida, poco a poco siento voces, voces lejanas,
algunos un poco más fuertes, supongo que hay personas en la casa, pero el frio
es muy fuerte para ser mi habitación, voy abriendo los ojos lentamente, ya que
el brillo blanco de alguna lámpara me fastidia, veo alrededor y estoy en el
hospital, con otra ropa y la pierna vendada, “maldito conductor” ¿Dónde está
mi bolso? Busco a mi alrededor y para mi sorpresa, está el muchacho recostado
a la pared en la única e incómoda silla que está al lado de la camilla.
—Oye, tu, imbécil —le digo fuerte y se levanta asustado— ¿estas bien? ¿te
dijeron algo?
Me lo quedo viendo con la cara de horror.
—¿Qué haces aquí todavía? No te dije que te fueras y que tampoco te iba a pedir
disculpas.
—Si, me lo dijiste, haber —cuenta con los de dos- 3 veces ya, y no estoy
esperando ningún agradecimiento, aunque si sigues viva, es por mi— se pone la
mano en la cintura.
—De todas formas, por mi parte no esperes agradecimiento -volteo mi cara para
el otro lado. hay una niña de más o menos 13 años riéndose y eso me hace
ponerme un tanto abrumada.
—Cuando esté grande, también quiero un novio como el tuyo
—¡Él no es mi novio! —me cruzo de brazo y ella se echa a reír aún más
—Ya quisieras que este hombre tan precioso fuera tu novio —hace gestos con
las manos y cara mientras habla y la niña vuelve a reírse mientras me contagia
a mí también.
—¡Ay, pero tú sonríes!
Inmediatamente lo miro mal y ruedo los ojos ignorándolo.




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