Un deseo para Navidad

Nochebuena

 

Las calles estaban abarrotadas de personas, como siempre lo estaban en esta época del año. A Celeste le producía conmiseración aquel atentado de último minuto por conseguir afecto a través de regalos y compras fútiles.

Luces parpadeantes iluminaban el mismo camino que estaba cansada de recorrer sola. El aire helado que soplaba traía consigo notas de pino y galletas recién horneadas, y ella pensó que así debía oler la Navidad, su festividad menos favorita del año.

Parejas tomadas de la mano, padres sonriéndoles a los hijos con las mejillas sonrosadas por el frío; todos creían en la magia y en la unión que surgía convenientemente alrededor de ese día. Para ella era uno más en el calendario. Ana, su mejor amiga, la llamaba cínica, ella se proclamaba realista.

—Anda, no seas aguafiestas, Celeste. Te vas a divertir, además es Nochebuena. Nadie debe estar solo este día, ni siquiera una Grinch como tú. —Ana intentaba convencerla para asistir a la casa de su padrino, pero la idea de convivir con gente desconocida la incomodaba—. Tú eres parte de mi familia —le aseguró y su tono firme le impidió intentar contradecirla. «Ya se comporta como toda una mamá», se rió por dentro porque detestaría que la evidenciara—. También estará David, el sobrino de mi padrino, quien acaba de regresar de Nueva York. El tampoco conoce a nadie.

—No porque estés casada y emocionada sobrepoblando el planeta. —Celeste inclinó su cabeza para señalar la protuberancia, y enseguida Ana le dio mimos, ilusionada, a su enorme panza—. Quiere decir que tengas que arreglarme la vida y emparejarme con quien se te cruce enfrente, tú has visto las malas experiencias que he tenido que soportar gracias a ti. Sospecho que terminaré como una solterona con diez gatos. Y a mí ni me gustan. No todo el mundo puede tener lo que tu tienes, Ana.

—Eres una dramática, Celeste, solo porque no has encontrado lo que buscas no quiere decir que no exista. Sí puedes tener lo que yo tengo, es cuestión de desearlo —aseveró sin más.

—¿Entonces solo tengo que chascar mis dedos y tan, tan: deseo concedido? —ironizó—. Eres una ilusa, los deseos no se cumplen, por eso no creo en ellos.

Celeste pudo percibir la decepción que le causaba a la futura mamá escucharla hablar de esa forma. Sin embargo, sus ojos brillaban con travesura, y ella se preocupó por lo que estaba tramando.

Ana revolvía el contenido de su enorme bolso y Celeste la observaba con aprensión. Nada más faltaba que estuviera buscando su varita mágica. Tratándose de su mejor amiga cualquier cosa era posible.

—Ten —Ana extendió la mano para que ella tomara lo que sostenía entre los dedos—. Yo ya no lo necesito más.

Celeste terminó por aceptar la invitación. Se marchó apretando contra su pecho el diminuto Cascanueces de madera y con unas palabras intrigantes revoloteando en su cabeza. «Él te dará lo que tu corazón necesita».

Al entrar a su departamento, ella exhaló con alivio. Tenía unos cuantas horas para inventar algún pretexto para zafarse de la dichosa cena. Pero lo pensó dos veces, porque Ana era capaz de venir a buscarla si era necesario y arrastrarla de una oreja.

Se despojó de su abrigo y antes de arrojarlo al sillón recordó lo que habitaba en uno de sus bolsillos.

Sostuvo en el aire al muñequito mientras lo analizaba con cierto recelo.  Deslizó su dedo pulgar por su cara delineando sus delicadas facciones y luego lo colocó sobre su cajonera y no pudo evitar regresarle la sonrisa.

—¿Y tú por qué sonríes? —le preguntó burlona al figurín—. ¿Crees que vas a salirte con la tuya?

Esta vez fue el turno de burlarse de ella misma cuando se encontró pidiéndole un deseo imposible al Cascanueces que la contemplaba estoico y orgulloso desde su puesto.

***

Cuando abrió los ojos se dio cuenta que los primeros rayos de la mañana se filtraban por la ventana. «¡Madre mía!», gritó con pánico para ella misma. Ana la mataría, se había quedado dormida.

Se sacudió las cobijas y antes de levantarse fue cuando escuchó un suave gruñido.

Celeste se quedó helada al ver al hombre que ocupaba el otro lado de su cama. Se bajó de un brinco y lo único que atinó fue tomar uno de los estiletos que estaban en el suelo y usarlo como arma de defensa.

—¿Quién eres y cómo entraste?—exigió saber al tiempo que le apuntaba con el tacón. La mano le temblaba y su corazón galopaba.

—Tú me trajiste. ¿No lo recuerdas? —Su voz era grave con un matiz melódico.

—Creo que recordaría algo como esto —respondió con indignación para mantener su dignidad.

Pese a la turbación que la invadía, Celeste no pudo evitar admirar al atractivo e irresistible desconocido que la miraba sonriente y con cierta ilusión en sus ojos. Algo en él le parecía familiar e inofensivo.

—Anoche estabas muy segura cuando deseaste que cobrara vida. —Los ojos de Celeste se ensancharon cuando observó vacía la cubierta de la cómoda.



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En el texto hay: amor y magia, navidad, cuentos de hadas

Editado: 06.12.2019

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