Esperaba que esta fecha nunca llegara, que surja una invasión zombi, un Tsunami, un temblor, incluso que el dichoso carruaje de Santa se pusiera al día con la tecnología para así usar propulsión, vuele demasiado alto y se encuentre a unos alienígenas que lo secuestren. Pero ¡¡NOOOOO!!… Al final ese desdichado día llegó.
Su madre ya lo esperaba para desayunar, hacía rato que la oía en la cocina cantando como si estuviera en un concierto de Los Boys… Boys, mmm, bueno, algo así se llamaba la banda que ella amaba y cantaba como si estuviera en uno de sus conciertos, aunque Axel nunca entendió cómo podía decir eso de que coreaba como en los recitales, si nunca había asistido a ninguno de ellos. De todas maneras, lo que le asombraba era la energía que cada año demostraba cuando llegaba esta fecha.
Sacaba la lista de regalos para sus abuelos, tíos y primos y algún amigo nuevo que no faltaba. Esa mujer era demasiado sociable, le hablaba a los perros, gatos, aves, incluso tenía una rana que la venía a visitar cuando salía al patio, y luego de saludar a ese extraño anfibio que se aparecía como si tuvieran una cita, miraba el cielo por horas, sentada en su mecedora…
«Mi mamá es rara… aunque sé que las mamás lo son, pero sospecho que la rareza de la mía supera los niveles normales. ¿De qué hablaba? ¡Ah, sí! ¡La lista!»
De alguna manera, sobrevivió a cada Navidad. Sí, esa lista enorme nunca desapareció ni cuando la Navidad dejó de tener sentido para Axel.
Pero había un momento exacto, la hora fea, la macabra… la hora en que hacía tres años su papá nunca llegó. Su madre lo había llamado todo el día para saber si ya había tomado su vuelo de regreso, recibiendo solo el contestador como respuesta. Axel jamás iba a olvidar ese instante en que su madre recibió minutos después de Navidad una llamada de él, diciendo que no volvería. No, su padre había decidido no regresar junto a su familia porque se había enamorado de su asistente y se iría con ella.
Así nada más…
Ese recuerdo lo tendría por siempre en su memoria. El abrazo de consuelo de sus abuelos y tíos asustados, los murmullos y maldiciones de los adultos en secreto y finalmente, esa mirada de lástima sobre él. Sin embargo, lo que marcó el corazón de aquel niño esa Navidad fue la sonrisa de su madre. Sí, Axel en sus pocos años de vida nunca había visto en ella una curva más hermosa. Llena de amor, contención y fuerza, una sonrisa que lo acompañó hasta ese día como si la tuviera tatuada.
Su madre nunca lloró, nunca dijo una mala palabra, ni le dedicó un insulto a ese hombre. No, ella siguió adelante centrándose en él, en su hijo, con la energía positiva, tratando de contagiarlo como si fuera su único objetivo.
Con el paso de los años, entendió que su padre los abandonó para seguir su corazón… esa era la explicación más profunda que esa mujer pudo darle, aunque, en la mente ya un poco insensible de Axel, retumbara una disconformidad con esa respuesta.
«¿Cómo es que sigues algo que llevas dentro? No es como que sales a correrlo porque se te escapa. ¿O sí?»
Pero su mamá jamás bajó los brazos para que recupere la ilusión en esa fecha, para que brille junto a la familia en Navidad y se llene de ilusión como todos los niños. Obviamente, no hubo manera, pero ese año algo cambió, una idea despertó dentro de Axel llevándolo a convertirse en un niño perfecto. Se portó bien, cumplió con cada tarea que su madre le pidió, fue un alumno admirable y casi no rezongó por tener que detenerse en cada esquina a saludar a los conocidos de su madre.
No obstante, todo lo hizo para que Santa viera que sí era un niño bueno y merecía su regalo… ¡¡Un regalo que valiera la pena para él!!
—¡¡Axeeel!! Ya es hora… vamos a llegar tarde por tus abuelos. Baja ahora mismo o subo y te sacó como estés —gritó su madre, «Voy a contarles algo, mi madre tiene la virtud de amenazar como todas las mamás pero a diferencia de las demás, a mí tocó una que sí las cumple». Con esa verdad en su mente, Axel corrió escaleras abajo pero antes de salir de su habitación, sonrió con picardía al tomar ese sobre que le cambiaría la vida—. ¿Por qué tardas tanto? El desayuno se enfría.
—Estaba buscando mi bufanda gris, no la encontraba… —comentó Axel con su carita de ángel, caminando a paso veloz pero disimulado, directo al árbol navideño para dejar, según él sin que su madre lo viera, la dichosa carta—. ¿Qué vamos a desayunar? Ya no quiero comer tus intentos de hotcakes navideños, ese color del gorro de Santa es horrible. Deberías ser una mamá normal y a la moda, de esas que compran sus…
—¡Espera ahí, muchachito! —gritó ella, sobresaltándolo y dejándolo con sus ojitos estáticos—. ¿Qué pusiste en el árbol…? —Su madre tenía esa mirada suspicaz y alerta mientras se encaminaba al pino decorado, pero antes de que pudiera siquiera acercarse, Axel se abalanzó con toda su rapidez y juventud para levantar su sobre y esconderlo detrás de su espalda—. ¡Oye!... ¿Eso… es…? ¿Eso es una carta? —Valeria balbuceó su pregunta con su característico tono sentimental y Axel se preparó para verla desplegar su talento de mamá.
«Es increíble el don que tiene mi madre para llorar como si le hubieran arrancado las cejas. ¿Se preguntan cómo llegue a esa conclusión? Fácil. A mis 6 años se me ocurrió probar su cera fría y ver si me vería como Goku en Face ultra Ego… ¡¡olvídenlo!! Quizás ni entiendan de lo que hablo, la cuestión es que solo logré que esa mujer, que ahora gimotea acongojada, se burle de mí, para después regañarme, y no nos olvidemos del ardor insoportable que sufrí por días. Ese día aprendí que las mamás también se divierten a costa de sus pobres niños».
—¿Y qué es eso de mamá normal? ¡Yo soy una mamá normal!... —vociferó su madre como si reaccionara a su comentario ya pasado—. ¿Dime, esa es tu carta para Santa?
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Editado: 23.12.2023