Un deseo que viene del futuro

Parte tres. La magia del tintineo

No podía creer lo que ese niño extrañó había hecho. No solo había sido capaz de derramar su café hirviendo sobre él, también se atrevió a robarle con tanta impunidad, que sentía que no había conocido a nadie de su estatura con semejante coraje. ¡¡LO QUEMÓ!! ¡¡LE ROBÓ!! ¡¡HUYÓ!! 

«¿Y así decía que le habían enseñado a ayudar al prójimo?» 

Pese a la furia que sentía, el ardor en su pecho y en su lengua por la quemadura de esa bebida, aquel hombre llegó a escuchar como el dueño de la tienda pronunció su nombre llamándolo a los gritos. 

«Te tengo pequeño ladrón…»

Por supuesto que después de sentir como tironeaba de su cuello quiso correr para alcanzarlo pero hasta que reaccionó, ese chiquillo cleptómano ya estaba demasiado lejos. No importaba, porque aparentemente era bastante conocido y no perdió tiempo para averiguar más sobre ese niño y sobre todo, el nombre de la calle que tanto necesitaba.

El cuerpo de aquel hombre se paralizó, esa sensación que le entibió el pecho apenas oyó el sitio donde estaba, o mejor dicho donde había caído, fue tan perturbadora y a la vez, ¿linda?, como cuando vio el rostro de ese pequeño espía que se asomó en ese callejón.

  —Solo es un estúpido deseo, Armie… ¡Cálmate! —Se reprendió comenzando a caminar mientras recordaba a ese sujeto llamado Matías—, no se hará realidad. ¿Por qué se haría realidad? Demonios… debí prestar atención a todo lo que ese anciano decía.

Los ojos de Armie se fueron convirtiendo en dos platos voladores gigantes, apenas se halló frente a la exhibición de navidad más grande que hubiera visto en su vida. Sus pupilas se llenaron de lucecitas de colores y ni hablar de ese Santa gigante que halló sonriente en la entrada, sosteniendo un plato de galletas caseras. No pudo evitarlo, miró hacia todos lados y se llenó los bolsillos de ellas, sin antes meterse una a la boca, masticándola como si nunca hubiera probado galletas de jengibre y la Navidad se acabara al otro día.

  —Y yo que creía que el de la tienda bromeaba —masculló aún con la boca llena y cerrando los ojos por sentir ese sabor a familia que nunca había saboreado.

Era verdad, el sujeto de la tienda no mintió, esa casa era reconocible hasta desde el espacio porque no existía otra igual con tanto espíritu navideño.

Era una sensación ambigua la que sentía mientras subía las escaleras para plantarse frente a esa puerta. Por un lado, su corazón se sentía abrigado, cálido, sus ojos se llenaban de todos esos destellos, admirado de tanto esfuerzo e incluso, contagiado por la emoción bonita que esas personas deberían sentir por vivir una época que él jamás pudo experimentar. Pero por otro lado… dentro de Armie, surgía el espíritu Grinch que le decía que sería muy afortunado si no salía de allí vomitando duendes y renos.

  —Bien... Aquí vamos —pronunció dándose fuerzas a sí mismo y tragando los restos de aquella deliciosa galleta, antes de tocar la puerta.

Esperó unos minutos, zapateó impaciente y cuando su rostro comenzó a fruncirse con desespero, ya que no era un sujeto que estuviera acostumbrado a esperar, su respiración se detuvo y su corazón comenzó a bombear como si le hubieran inyectado adrenalina.

«Cálmate… cálmate, corazón… solo es una señorita».

La mujer que abrió la puerta se quedó contemplándolo a los ojos, vestía una piyama de color verde con estampas de renos y sobre su cabello, a modo de vincha… unos adorables cuernitos que la convertían en la criatura más tierna y… encantadora.

  —Mmm ¿Hola? —preguntó la mujer al ver que él se quedó demasiado tiempo mirando como un idiota. Armie debió obligar a su boca a modular, pero la culpa era de ella, que hacía bailar su corazón mientras movía los ojos esperando que hablara—. ¿Necesita algo?

 «Despierta, tonto…»

  —Perdón… Bue… buenas tardes, soy Armie —balbuceó y debió pestañear con fuerzas sacándose las emociones del cuerpo. «¡¡A lo que vinimos, Armie!! ¡¡Concéntrate!!»—, estoy buscado a un niño llamado Axel y…

  —Es mi hijo… —exclamó la bonita mujer, cambiando su adorable carita y poniéndose a la defensiva—. ¿Qué quiere con él?

¡¡Ay, no!! Ella era demasiado joven y hermosa para ser madre de ese pequeño ladrón… aunque podía intuir que detrás de esa carita de ángel también existía una mujer con carácter por la forma que sus brazos se colocaban en jarra y ya avanzaba amenazante. 

  —Escuche… su hijo —pronunció Armie levantando las manos para atajarse de una posible agresión. De todas maneras… no se sentía tan mal ver su cara de Hulk tan cerca, ya que pudo absorber esa exquisita fragancia que desprendía «¿Recuerdas por qué estás aquí, Armie? Reacciona, amigo»—. No se altere, solo vine a decirle que su hijo hace unos minutos me…

  —¡¡No le creas, mamá…!! —No pudo continuar porque aquel chiquillo escandaloso apareció de la nada gritando y agitando sus brazos—. ¡¡Es un mentiroso!! Yo no lo hice, fue él quien lo hizo primero.

  —¿De qué hablas, pequeño ratón? —exclamó Armie sintiéndose ofendido. ¡¡Lo que faltaba!! Podía ser muchas cosas en su vida pero jamás un mentiroso—. ¡Mira cómo me dejaste! Me quemé entero por tu culpa, ¡¡Mi lengua!! —chilló sacando su lengua, mostrándole la irritación de su paladar, sin embargo, la guardó de inmediato al ver la cara de horror de esa mujer—. Ni siquiera puedo hablar bien… ¡Y mi ropa! ¡¡La arruinaste!!

Se sacudió las manchas con su mano como si así pudiera quitarlas y se acomodó la camisa lo más que pudo. De verdad parecía un pordiosero… no recordaba que esa última fiesta descontrolada que vivió como festejo de Navidad lo haya dejado en tan malas condiciones, ¿o sí? «¡¡OH!! Creo que sí». Se respondió mentalmente. De todas maneras no importaba… estaba allí nuevamente y tenía que hacer… ¡¡Lo que tenía que hacer!!  

  —Que su voz sea chillona y se parezca a la de una niña berrinchuda no es mi culpa —lanzó Axel mirándolo orgulloso y Armie abrió sus ojos aún más exasperado por lo atrevido que era—, y su apariencia reclámele a su mamá que no lo hizo con amor.




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