Llevamos casi una hora en el bar y empiezo a sentir que el aire acondicionado no enfría, sino que juzga. Viper y Lexy conversan animadamente mientras yo miro alrededor fingiendo interés, aunque mi mente está en otro lado. Cada vez que mi celular vibra, salto como si fuera una alarma de incendio.
El bar es elegante, con mesas bajas y luces que hacen parecer a todos más atractivos de lo que realmente son. La música está lo bastante alta como para que nadie escuche lo que uno piensa, lo cual me vendría bien si no fuera porque mi cerebro grita cosas como «vas a arruinarlo» o «deberías haberte depilado las cejas».
Viper está contando algo sobre su bebé mientras Lexy ríe y toma fotos de su cóctel para enviársela a Dogan, aún sabiendo que ninguna saldrá bien con esa iluminación. Yo doy un sorbo a mi bebida solo para mantener las manos ocupadas. Si dependiera de mí, estaría en casa con una taza de té y un borrador, sufriendo por un párrafo que no funciona.
—¿Sabes qué es lo peor? —digo sin pensar— Que ni siquiera estoy nerviosa por la cita, sino por parecer una idiota en público.
—Eso ya lo sabemos —responde Viper, divertida—. Por eso vinimos contigo. Para garantizar que, si haces el ridículo, lo hagamos todas.
—Qué solidarias. —Levanto el vaso y brindo por la humillación compartida.
Lexy me mira con esa expresión de amiga que mezcla ternura con desesperación.
—Sky, te mereces una noche divertida. No tienes que casarte, solo inspirarte. Pasa un buen rato sin analizar todo.
La miro y asiento, si bien, por dentro, una parte de mí sigue gritando que esto es una mala idea. Me cuesta disfrutar las cosas simples; siempre analizo todo como si fuera un manuscrito que necesita edición.
Mientras ellas hablan, observo a la gente. Hay parejas riendo, amigos tomando selfies, algún solitario revisando su celular con aire de resignación. Me pregunto si ellos también se sienten un poco falsos o si solo yo tengo un detector de incomodidad integrado.
—¿Y si no le gusto? —pregunto en voz baja.
—Entonces no pasa nada —dice Viper—. Pero si le gustas, y tú no haces nada, te vas a arrepentir.
Tiene razón. Odio cuando la tiene.
Doy otro sorbo, más por costumbre que por necesidad. El líquido fresco ayuda a que mis manos dejen de temblar, aunque mis pensamientos siguen corriendo una maratón sin meta.
—Además —añade Lexy—, imagina que esto te ayuda con tu bloqueo. Un romance frustrado da más material que uno feliz.
—Perfecto, entonces que me rompan el corazón por el bien de mi libro.
Reímos las tres, y por un momento me siento bien.
Cuando miro el reloj, noto que mi cita debería haber llegado. Reviso el teléfono y veo el
último mensaje del contador con quien me estaba escribiendo en la app. Me dice que llegó al bar y me ha enviado una foto con detalle de cómo está vestido.
—Dice que está en una mesa en el fondo y tiene puesta una camisa azul y corbata negra —respondo—, aunque temo que no sea el de la foto. Es demasiado guapo para mí. Ya saben que me trabo cuando hablo con hombres atractivos.
Ambas se giran para mirar, tratando de disimular, aunque fallan miserablemente.
—Es el de la foto y es guapo —confirma Viper—. Ve a hablar con él.
—Coincido. Tú eres guapísima, Sky —agrega Lexy—. Eres alta, tienes unas piernas largas y torneadas que muchas envidiarían.
—Ustedes dicen eso porque son mis amigas.
—Lo decimos porque es verdad —responde Viper mientras me empuja con una sonrisa—. Anda. Dijiste que le gusta leer. Usa eso a tu favor.
—Y si lo arruinas, siempre puedes hacernos la señal del pánico —añade Lexy—. Fingimos un drama y te sacamos de ahí.
—Son geniales. —Me río nerviosa y me levanto—. Si todo sale mal, recuerden que las culpo por el fracaso.
Termino mi bebida, me acomodo el cabello y camino con la determinación de quien va hacia una entrevista de trabajo en la que probablemente no quede. El corazón me late con fuerza y las manos me sudan. Me repito que puedo hacerlo, que soy una mujer independiente y que no necesito permiso para arruinar una cita.
Mientras me acerco, pienso en todas las frases tontas que podría decir y trato de escoger la que menos me haga quedar como idiota. Es inútil, todas me suenan igual de mal. Me río sola de lo ridículo que soy y me digo que, en algún universo paralelo, seguro soy la protagonista de una comedia romántica que aún no se estrenó.
Él mira su teléfono. Llego hasta su mesa, lo saludo y me sonríe con esa expresión que mezcla simpatía y sorpresa.
—¿Skyler? Por favor, dime que eres tú.
—Sí, soy yo, desde que nací.
Me río con nerviosismo. Él se levanta, corre la silla y me invita a sentarme. Lo hago con cuidado, rogando no derramar nada, porque la torpeza corre más rápido que yo y me alcanza sin problemas.
Mientras intento acomodarme, siento un temblor en las manos y en la voz. Pienso que si hablara más, probablemente diría algo completamente absurdo, pero aun así me sorprende que él no parezca intimidado ni aburrido. Eso me da una especie de ventaja imaginaria que, honestamente, no sé cómo usar.