Un deseo sorpresa

Capítulo 6: Brody

Exhalo con fuerza, sintiendo el peso del día en la espalda. El trabajo es agotador, pero lo peor no es la cantidad, sino la gente.

Dirigir un grupo de empleados que no siempre está a la altura es como remar con un remo roto. Avanzas, pero terminas empapado de frustración.

Algunos entraron por mérito; otros, por contactos. No necesito pruebas, se nota en la forma en que evitan tomar decisiones o miran el reloj esperando que el día se acabe. A veces me pregunto si la incompetencia es contagiosa, porque hay mañanas en que hasta el café parece rendirse antes de empezar.

Cuando el señor Johnson me ofreció el puesto para “poner orden” en la editorial, pensé que exageraba. No lo hacía.

Me dio libertad total, incluso para despedir gente. No es algo que disfrute, pero la paciencia también tiene fecha de vencimiento. No me pagan para hacer caridad, sino para que los números cierren y los libros salgan a tiempo. Y eso implica decisiones que otros prefieren evitar.

Miro las tres fichas sobre mi escritorio. Tres empleados, tres problemas. Les di oportunidades, advertencias y hasta consejos. Ninguno funcionó. En este punto, seguir dándoles margen sería una falta de respeto hacia los que sí trabajan.

Suspiro y me levanto. Necesito una segunda opinión. No de esos que me sonríen y asienten a todo, sino de alguien que diga lo que piensa, incluso si me deja mal parado.

Solo hay una persona aquí que cumple con eso. Y, lamentablemente, es la única a la que había prometido mantener a distancia.

Skyler Rowan.

Me gustaría poder decir que me resulta indiferente; sin embargo, estaría mintiendo. Cada vez que la veo, recuerdo lo incómodo que fue aquel primer día, cuando su mirada me despertó emociones que creía dormidas, y lo mucho que me cuesta ignorarla desde entonces. No sé si me molesta o la admiro por su falta de miedo, pero definitivamente me altera.

Salgo de la oficina rumbo al sector de corrección. El pasillo está lleno de ruido y, aun así, la distingo enseguida. A veces pienso que esta editorial es un ecosistema extraño donde todos sobreviven a base de cafeína y quejas. Y yo, de pura obstinación.

La encuentro enseguida. Está de pie, hablando animadamente con Donny Sawyer, uno de los correctores.

Él la mira como si le recitara poesía. Ella habla con entusiasmo, con ese brillo que parece encender cada rincón donde está.

No sé qué me molesta más, que hablen en horario laboral o que Sawyer la mire así.

Cierro el puño con fuerza. No tengo derecho a sentir celos, pero los siento igual.

Camino hacia ellos. La gente a mi alrededor se hace a un lado. Algunos bajan la mirada, otros fingen estar muy ocupados. Me da igual. No vine a caer bien.

Estoy a punto de hablar cuando escucho a Sawyer decir:

—Entonces tienes que ir el sábado. Va a ser divertido.

Y justo antes de que diga algo más, la señorita Rowan habla:

—¿Por qué pusiste cara de fantasma? Ni que hubiera aparecido el jefe amargado.

¿Amargado, yo?

Sawyer abre los ojos como platos y señala detrás de ella.

Emito una tos seca y Skyler Rowan se tensa.

—Está detrás de mí, ¿verdad? —pregunta sin girar.

Sawyer solo asiente.

Ella se da vuelta y me dedica una sonrisa forzada.

—A mi oficina. Ahora —exclamo con firmeza.

No necesito levantar la voz. Todos entendieron el mensaje.

El sonido de sus tacones me sigue de cerca por el pasillo. Intento no pensar en eso; no obstante, el eco se me mete en la cabeza. No debería afectarme, es solo una empleada y nada más. Una muy desafiante y con una boca peligrosa.

Cierro la puerta tras nosotros y tomo asiento. Ella queda frente a mí, expectante hasta que le señalo la silla y toma asiento.

—Señor Campbell…

—Primero me tira su bebida encima, luego me dice que no le agrado y ahora me llama “jefe amargado” frente a mis empleados. No sé si quiero imaginar qué más dice de mí cuando no la escucho.

Ella niega, tranquila.

—No, no quiere saber.

Frunzo el ceño.

—Lo decía en tono irónico.

—Lo sé —responde—. Aun así, es verdad. Nadie critica su trabajo, solo su carácter.

Alzo una ceja.

—Está mal juzgar sin conocer.

—O tal vez está proyectando, señor Campbell —responde sin dudar—. Se puede ser profesional sin hacer temblar a la gente. Todos pasamos por cosas difíciles, pero no todos convertimos eso en una muralla.

Me quedo callado. No estoy acostumbrado a que alguien me hable así y, menos aún, que tenga razón.

—No dije nada malo —continúa—. Solo que es amargado y parece un témpano de hielo, porque eso proyecta. Si no le gusta, puede intentar mostrarse distinto.

—Tal vez no quiero hacerlo o tengo motivos para ser así.




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