Un Destino MÁgico

EL LIBRO MÁGICO

Cerré la puerta despacio, como si cualquier movimiento brusco pudiera romper el hechizo que aún flotaba a mi alrededor.
Me quedé allí, con la frente apoyada en la madera fría, tratando de ordenar lo que sentía. Pero no podía. Era demasiado grande, demasiado antiguo.

Era como si algo que había estado dormido dentro de mí acabara de despertar.

Cerré los ojos. Vi destellos de otros tiempos, de otros lugares. Rostros que no conocía pero amaba, promesas susurradas en lenguas olvidadas. No sabía cómo, pero mi corazón recordaba. Y recordaba a Nereo.

Unos pasos suaves me sacaron de mi ensoñación.
Me giré.
Allí estaban: Carmen, con su delantal floreado, y mamá, envuelta en su bata de lino, ambas mirándome con una mezcla de preocupación y ternura.

—Maya, hija, ¿dónde estabas? —preguntó Carmen en voz baja, acercándose.

Sus palabras no llevaban reproche, solo un cariño infinito.

Me aparté de la puerta y avancé hacia ellas.
Nos sentamos las tres en la sala, bajo la luz cálida de la lámpara. Todo parecía suspendido en un tiempo más lento.

—Nereo me fué a buscar—dije, bajando la vista a mis manos—. Cuando me traía para casa...me invitó a cenar.

Carmen ladeó la cabeza, con esa expresión suya que siempre parecía leer más allá de las palabras.

—¿Y qué pasó, niña? —preguntó, acariciándome el cabello.

Tragué saliva.
No sabía por dónde empezar.

—Es difícil de explicar —murmuré—. Cuando estoy cerca de él, siento que ya lo conozco. No como a alguien que acabas de ver y te cae bien... no. Es algo mucho más profundo. Como si... como si hubiéramos estado juntos antes. En otra vida.

Vi cómo Carmen intercambiaba una mirada significativa con mamá.

Mamá me tomó la mano con suavidad.

—¿Lo sentiste tan claro? —me preguntó, su voz apenas un susurro.

Asentí, sintiendo un nudo en la garganta.

Carmen se acomodó en su asiento, con esa sabiduría suya tan natural.

—Te lo dije, niña —sonrió, aunque sus ojos brillaban con algo más profundo—. Los sueños que tienes no son solo fantasía. Son recuerdos. Retazos de vidas que tu alma no ha olvidado.

Mamá apretó mi mano entre las suyas.

—A veces —dijo—, cuando las almas están destinadas, se buscan vida tras vida... hasta encontrarse de nuevo.

Me sentí temblar por dentro. No de miedo.
Era la certeza la que me estremecía.

—No es casualidad que haya aparecido ahora —dije, más para mí que para ellas.

—Ni él, ni el libro —agregó Carmen en voz baja.

Asentí, estaba dispuesta a averiguar más sobre mi vida pasada y con Nereo, también sobre el libro.

En lo más profundo de mí,supe que ya mi vida no sería la misma.

Me acomodé entre las sábanas con el cuerpo aún agitado por la cena. Nereo. Su voz, su forma de mirarme… algo en él me arrastraba sin remedio hacia un lugar que no podía nombrar. Y sin embargo, lo conocía. Como si ya hubiera estado allí antes.

El móvil vibró en la mesita. Lo tomé de inmediato, como si lo estuviera esperando.

Nereo: “¿Llegaste bien?”

Yo: “Sí. Todo en silencio. ¿Tú?”

Nereo: “También. Pero sigo pensando en ti. En lo que hablamos esta noche.”

Me quedé mirando la pantalla un momento. Luego escribí:

Yo: “Yo también. De hecho… esta noche quiero contarte algo que no me atreví a decir en la cena.”

Nereo: “Dímelo.”

Respiré hondo. Mis dedos temblaban un poco al escribir.

Yo: “Soñé contigo. Hace unos días. Era distinto a los otros sueños. Más real. Más oscuro.”

Tardó unos segundos en responder.

Nereo: “¿Qué viste?”

Yo: “Eras un comerciante griego. Llevabas una túnica clara y tenías un puesto con ánforas y objetos tallados en piedra. Yo paseaba por Petra,iba hacia tu puesto para verte. El sol caía y el aire olia a especias. Yo te observaba desde lejos.”

Nereo: “¿Y qué pasó?”

Yo: “Mientras atendías a un hombre… otro apareció por detrás. Llevaba una capa oscura, la capucha le cubría el rostro. Sacó una daga… y te apuñaló por la espalda. Yo grité ,intentaba avanzar y no podía caminar, tú me tendías la mano pero no llegaba a ella.”

No pude evitar que los ojos se me llenaran de lágrimas al recordar la escena. Había sentido el dolor en el pecho como si fuera mío.

Él tardó más en responder esta vez.

Nereo: “¿Crees que fue real?”

Yo: “No lo sé. Pero se sintió como un recuerdo. No como un sueño. Como si lo hubiera vivido… como si te hubiera perdido.”

Nereo: “Eso explica la tristeza en tus ojos cuando me miras.”

Me cubrí la boca con la mano. No sabía que se notaba tanto.

Nereo: “Gracias por contármelo. No me asusta. Al contrario… me hace sentir más cerca de ti.”

Yo: “No quiero volver a perderte.”

Nereo: “Entonces quédate. Esta vez no pienso dejar que me maten sin saber quién soy contigo.”

Me quedé mirando esa frase, sintiendo algo encajando en mí, como una pieza antigua que vuelve a su lugar.

Yo: “Buenas noches, Nereo.”

Nereo: “Hasta mañana, Maya.”

Apagué la pantalla. Y por primera vez, el recuerdo del sueño dejó de doler tanto.

Esa noche el sueño no me arrastró… me llamó.

Me vi en un espacio sin forma ni tiempo. No había suelo ni cielo. Solo una niebla dorada que lo envolvía todo. Y en medio de aquella niebla, flotando como si no obedeciera a ninguna ley, el libro.

Era el mismo que había aparecido hace unos días en mi vida, sin explicación, sin autor, sin origen. Su cubierta de cuero parecía latir suavemente, como si tuviera pulso. Como si esperara.



#155 en Paranormal
#68 en Mística
#1824 en Otros
#111 en Aventura

En el texto hay: misticismo, aventura magia y amor

Editado: 12.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.