Comencé la semana con una calma extraña, como si algo en mí se hubiese acomodado después del torbellino del fin de semana. El beso con Nereo, el libro antiguo entre mis manos, todo seguía dando vueltas en mi mente, pero no me sentía agitada. Al contrario, una parte de mí se sentía más viva que nunca.
Me desperté temprano, con el murmullo de nana moviéndose por la cocina y el olor a pan tostado flotando en el aire. Mamá ya estaba sentada a la mesa cuando bajé, con una taza de café entre las manos y una sonrisa serena.
—Buenos días, mi amor —dijo, haciendo un gesto para que me sentara a su lado.
—¿Dormiste bien? —preguntó Carmen mientras colocaba el desayuno frente a mí: frutas frescas, tostadas y un poco de miel.
—Sí… —respondí, aún procesando los pensamientos que me rondaban—. Bastante bien, la verdad.
Nos sentamos las tres a desayunar, como si el tiempo no tuviera prisa. Mamá preguntaba por mis clases, Carmen hacía comentarios sobre el clima, y yo fingía que no tenía una montaña de pensamientos presionando mi pecho. El libro, el beso, los ojos de Nereo mirándome como si me conociera desde siempre…
Entonces sonó mi teléfono. Al ver el nombre de papá en la pantalla, un nudo se formó en mi estómago. Dudé un momento antes de contestar. Mamá y Carmen me observaron en silencio.
—¿Sí? —respondí.
—¿Dónde estás? —la voz de papá era seca, cargada de impaciencia.
—En casa —dije, tratando de mantener la calma.
—¿No deberías estar en la oficina desde las ocho? Se supone que tenias q estar en el departamento haciendo prácticas.¿O ya te olvidaste?
Cerré los ojos un momento antes de responder.
—He decidido no continuar, papá. Voy a centrarme en la universidad.
El silencio al otro lado de la línea fue breve pero denso.
—¿Decidido? ¿Tú? —soltó con una risa sarcástica—. Te pasaste dos años formándote para estar a la altura. ¿Y ahora simplemente decides desaparecer? ¡Esto no es un capricho, Maya!
—No es un capricho —dije, con la mandíbula apretada—. Es mi vida.
—Tu vida es lo que yo construí para ti. Lo que te abrí con esfuerzo, con contactos. Pero claro, ahora resulta que jugar a ser arqueóloga vale más que el futuro real que tienes en las manos.
—Papá… —intenté hablar, pero no me dejó continuar.
—Siempre fuiste blanda. Igual que tu madre. Por eso estás como estás, dando vueltas con sueños infantiles, dejando que una sirvienta y una mujer sin carácter te guíen. No cuentes con mi apoyo para esto. No más.
La llamada se cortó. Me quedé mirando la pantalla vacía durante unos segundos, sintiendo cómo el silencio de la cocina se hacía más denso.
—¿Qué ha pasado? —preguntó mamá, dejando la taza sobre la mesa.
—Papá ya sabe que no estoy trabajando en su empresa. Está furioso.
Nana resopló.
—Ese hombre no entiende otra cosa que no sea su propio reflejo. Hiciste bien, mi niña. No vivas para complacer a quien no te ve.
Mamá me acarició el brazo con ternura.
—Estoy orgullosa de ti —me dijo con una mirada firme pero amorosa—. No dejes que su ego apague tu verdad.
Asentí, respirando hondo. No iba a permitir que él me hiciera dudar otra vez. No ahora que estaba empezando a recordar quién era yo.
Poco después, el sonido del coche de Nereo llegó desde el exterior. Me levanté, tomé mi mochila y salí al encuentro de otra semana que, de alguna forma, intuía que no sería como los demás.
Nereo me abrió la puerta con esa expresión que siempre parecía contener algo más. Una historia sin contar. Me acomodé en el asiento trasero, y el coche comenzó a moverse por las calles.
—¿Todo bien? —preguntó, mirándome por el retrovisor.
—Mi padre ha llamado —respondí sin rodeos—. Está enfadado porque no he ido a trabajar en su empresa.
—¿Y tú cómo estás con eso? —preguntó, sin juzgar, solo con curiosidad sincera.
—Extrañamente tranquila —dije—. Creo que esta vez no me importa su opinión tanto como antes. Solo… me duele que me hable así. Pero sé que no puedo seguir haciendo lo que él quiere.
Nereo asintió lentamente.
—Elegir tu camino nunca es fácil. Pero lo importante es que sea tuyo. Eso lo vale todo.
Sus palabras se quedaron flotando en el coche, mientras yo miraba por la ventana, recordando la forma en que él había sostenido el libro entre sus manos. Sentí un cosquilleo en el estómago.
—¿Lo has leído? —pregunté finalmente.
—El fin de semana no fue suficiente —dijo, con una pequeña sonrisa—. Pero sí, he empezado. Es fascinante, Maya. Hay símbolos que no reconocía, incluso fragmentos en nabateo que no aparecen en los registros comunes y también en griego.
Lo miré, notando cómo su mirada se iluminaba con el mismo entusiasmo que sentía yo cuando tocaba ese libro.
—Quiero hablar con mi profesor sobre esto —dije—. Tal vez él pueda ayudarnos a descifrar más.
—Es una buena idea —respondió Nereo—. Pero ten cuidado con quién compartes esto. Ese libro no es cualquier objeto antiguo.
Lo miré a través del retrovisor. Él también lo sabía. Lo sentía.
—Lo sé —susurré.
Y mientras el coche se deslizaba entre las avenidas rumbo a la universidad, sentí que cada kilómetro me acercaba no solo a un nuevo día de clases, sino a algo más profundo. Algo que apenas comenzaba a revelarse.
Llegamos a la universidad y el coche estacionó en la puerta del campus. Nereo me abrió la puerta y cuando la cerró detrás de mi, nuestras miradas se cruzaron y de repente su mano acaricio mi mejilla,muy sutilmente como si se pudiera romper. Sentí que nuestra conexión era cada vez más fuerte y profunda. Acerco sus labios a los mios y en el preciso momento en que nuestros labios iban a tocarse,la voz de mi amiga Emma nos sobresalto.
—¡Maya! —gritó Emma desde la entrada, agitando los brazos con su energía habitual.
Nereo se apartó con delicadeza, aunque sus ojos permanecieron fijos en los míos un segundo más, como si ese instante hubiera quedado suspendido entre nosotros. Sentí que el aire vibraba alrededor, cargado de todo lo que no dijimos.