Un Destino MÁgico

EL SUSURRO DE LO INVISIBLE

El aula ya estaba casi vacía. Solo quedaban unas pocas voces apagadas y el eco de sillas arrastradas. Guardé mis cosas con calma, esperando que los últimos estudiantes salieran. Era ahora o nunca.

El profesor Navarro seguía en su escritorio, hojeando unos papeles con aire distraído. Tenía esa mirada que parecía estar siempre en dos mundos: uno académico y otro invisible.

—Profesor Navarro —me acerqué con decisión, pero sin perder la suavidad—. ¿Puedo hablar con usted un momento?

El profesor Navarro levantó la vista con una sonrisa.

—Claro, Maya. ¿Todo bien?

—Sí... bueno, en realidad, quería contarle algo. Es sobre un libro. Uno muy... diferente.

Entrecerró los ojos, curioso, y se recostó en la silla.

—Eso suena interesante. Cuéntame.

Me senté frente a él. Dude un segundo, pero luego empezé a hablarle del libro que había llegado a mis manos. Le hablé de las frases en nabateo y griego, del aura extraña que parecía envolver sus páginas, y de cómo había sentido algo inexplicable al tocarlo por primera vez.

Mi profesor no me interrumpió. Solo me observaba con atención, como si cada palabra fuera una pieza de un antiguo rompecabezas.

—No lo tengo yo —añadi al final—. Lo tiene alguien a quien conocí hace poco. Bueno, lo conocía de antes… pero eso es otra historia.

El profesor Navarro apoyó los codos en el escritorio, fascinado.

—¿Y confías en él?

Asentí sin dudar.

—Sí. Él puede leerlo. Al igual q yo. Es extraño pero los dos entendemos el nabateo,aunque yo no conozco el griego. Hay una magia extraña que lo rodea.

Una chispa se encendió en los ojos del profesor.

—Entonces estamos ante algo verdaderamente interesante. Un libro con lenguas muertas, una conexión energética... ¿Sabes que muchos textos antiguos eran más que palabras? Algunos eran llaves. Otros, espejos.

Maya lo miró con asombro.

—¿Llaves?

—Llaves a algo más. A veces a conocimientos perdidos. Otras... a ti misma.

Me sorprendió la manera en que sus ojos brillaron. No como cuando un profesor se interesa en una teoría nueva, sino como si acabara de reconocer una señal antigua, algo que llevaba tiempo esperando.

—¿Llaves? —repetí, intentando entender a qué se refería.

Elías asintió despacio, como si estuviera hablando con una colega y no con una alumna de primer año.

—Llaves a otras realidades, a otros planos de conciencia. Algunos textos antiguos no eran solo escritos. Estaban diseñados para ser activados por personas específicas, en momentos específicos. No es casualidad que ese libro haya aparecido ahora, Maya.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. No porque me asustara, sino porque una parte de mí sabía que tenía razón. Ese libro... me estaba buscando.

—¿Y qué hago con eso? —pregunté, casi en un susurro.

Elías me observó en silencio unos segundos antes de responder.

—Escúchalo. Observa lo que se mueve dentro de ti cuando lo piensas, cuando lo tocas. A veces, la respuesta no está en descifrar cada palabra, sino en cómo resuena contigo. ¿Confías en ese hombre?

Asentí, sin dudarlo.

—Sí. Él también siente que el libro es especial. Lo puede leer. Las lenguas... no le son ajenas. Como si siempre hubieran estado con él.

—Entonces estás bien acompañada —dijo, y se inclinó hacia adelante—. Pero ten cuidado, Maya. Los libros que contienen poder también despiertan sombras. No dejes que la lógica apague tu intuición. Y si en algún momento necesitas hablar de esto, aquí estaré.

Le sonreí con agradecimiento. Había algo tranquilizador en su forma de hablar. Me levanté despacio, y antes de salir, me giré hacia él.

—Gracias, profesor Navarro.

—Llámame Elías, cuando hablemos de estas cosas. Esto ya no es solo una lección. Es tu camino.

Salí del aula con el corazón latiéndome fuerte. Sentía que acababa de abrir una puerta. No sabía qué iba a encontrar al otro lado, pero estaba lista.

Cerré la puerta de la habitación con cuidado, como si temiera que, al hacerlo bruscamente, los pensamientos que traía se dispersaran. Me apoyé un segundo contra la madera, respirando hondo. La conversación con el profesor Navarro había removido algo dentro de mí. No era solo el libro… era todo. Las palabras, sus miradas, las preguntas sin responder. Algo se estaba abriendo, y no sabía si me gustaba.

Emma estaba en el suelo, rodeada de cojines, con las piernas cruzadas y su libro favorito abierto sobre el regazo. Alzó la vista y me miró con una sonrisa ladeada.

—¿Te pasa algo? Tienes esa cara de "vi algo que no quería ver".

—¿Sí? —intenté sonreír, pero me salió torcido—. Supongo que he tenido una charla… intensa con el profesor.

No dije más. No podía. Aún no estaba lista.

Emma no insistió. Volvió la vista a su libro mientras yo me dejaba caer sobre la cama. Desde donde estaba, podía ver las páginas amarillentas, llenas de dibujos antiguos y mapas. Petra. Esa ciudad que me acechaba desde hace meses.

—¿Es el libro sobre Petra, no? —pregunté, intentando sonar casual.

—Sí —respondió sin apartar la vista—. Lo amo. Lo encontré en Londres, en una feria de libros antiguos. Está lleno de cosas raras, teorías sobre cámaras ocultas, símbolos, incluso hay pasajes tachados a mano… Me fascinó desde el primer momento.

La miré unos segundos en silencio. Su pasión era genuina, lo veía en sus ojos cada vez que hablaba de esa ciudad.

—¿Crees que podría leerlo un rato? —le pedí, con el corazón acelerado—. Me gustaría saber más. No sé, me ha entrado curiosidad.

Emma levantó la mirada, sorprendida. Creo que no me había escuchado interesarme por algo así desde que llegamos. Dudó un momento, pero luego asintió.

—Está bien. Pero trátalo como si fuera oro. Es único para mí.

—Lo prometo —dije, sentándome con las piernas cruzadas sobre la cama.

Me entregó el libro con cuidado, como si me pasara una reliquia. Lo abrí despacio, respirando el aroma antiguo del papel gastado. Las páginas estaban llenas de vida: dibujos de templos, anotaciones en los márgenes, diagramas con líneas rojas que sugerían rutas secretas.



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En el texto hay: misticismo, aventura magia y amor

Editado: 04.06.2025

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