Episodio 13

MILANA

Timur se fue, pero yo no puedo calmarme. Este hombre me inquieta, por más que intente resistirme. Es atractivo y, por lo que parece, responsable. La verdad es que nunca antes había conocido a un padre soltero. Madres solteras, en cambio, sí. He visto muchas y con frecuencia.

Llamo a mi madre y hablamos largo rato. Mientras tanto, ella está en la cocina, porque según su criterio, la comida más deliciosa es la que se prepara con las propias manos.

Cuando terminamos la conversación, cuelgo el teléfono y voy hacia las maletas. Guardo la ropa en los armarios y espero con ansiedad que den las cuatro de la tarde. Aún no he decidido qué deseo más: quedarme sola o, después de todo, celebrar el Año Nuevo con Justina y su padre.

Aunque, al pensar en Timur, un estremecimiento recorre mi cuerpo. Estoy llena de emociones. Y cuanto más se acerca la hora, más crece mi inquietud y mi deseo de estar junto a este hombre y su hija.

Porque sé muy bien que si me quedo sola, acabaré llorando, torturándome con pensamientos y recuerdos.

Cuando el reloj marca las 15:30, con una mezcla de nerviosismo y excitación, comienzo a prepararme para el encuentro con Timur. Me sorprendo a mí misma, pues hasta ayer, los hombres no solían despertar en mí tal inquietud.

Enciendo las guirnaldas, me visto rápidamente, me aplico un ligero maquillaje y arreglo mi cabello.

El timbre de la puerta me sobresalta. Exhalo con el corazón agitado y corro a abrir. No puedo ocultar mi alegría al ver a Justina y a su padre en el umbral.

—Milana, ¿no vienes a almorzar con nosotros? —pregunta la niña con ojos grandes y confundidos.

—¡Voy, Justina! —le aseguro apresurada y les pido—: Entren, solo un momento.

Termino de arreglarme rápidamente y, en un minuto exacto, ya estamos saliendo de mi casita.

Siento la mirada de Timur sobre mí. No es un simple vistazo, y eso me hace sentir una agitación incontrolable.

Apenas estamos en la calle cuando Justina me toma de la mano y luego agarra la de su padre también.

Me siento completamente desconcertada, pero cuando encuentro la mirada de Timur, quien me sonríe, me relajo un poco.

Justina, en cambio, no deja de hablar. Relata con entusiasmo todo lo que ve. Y la verdad es que la calle parece un cuento de hadas: el cielo está cubierto de nubes casi violetas y cae una nevada fina. Todo el complejo brilla con luces de colores. Yo misma estoy cautivada por la escena.

Tras hacer nuestro pedido, elegimos una mesa junto a la ventana.

Timur ayuda a su hija. Su ternura y cuidado me conmueven. No puedo apartar la vista de él, y cuando me sorprende observándolo, me sonrojo, bajo la mirada y revuelvo distraídamente mi ensalada.

—Milana, ¿qué has decidido sobre esta noche? —pregunta Timur de repente, con un tono completamente serio.

—Milana, la abuela Nastia dice que en Nochevieja no se puede estar solo. Ven con nosotros al baile —Justina deja el tenedor y me mira con esos ojitos azules llenos de expectativa—. ¿Vendrás? —insiste.

—¡Sí, iré! —no puedo negarme a la pequeña, y si soy sincera, tampoco quiero. De verdad deseo celebrar el Año Nuevo con esta pequeña princesa y su padre.

—Milana, ¿hablas en serio? —confirma Timur.

—¡Totalmente en serio! —le aseguro.

El hombre me observa con intensidad durante unos segundos, y luego, sonriendo, dice:

—Bien, mis princesas, si vamos al baile, les aconsejo que se apresuren, porque todavía tienen que arreglarse.

—Milana, ¿me ayudarás a vestirme? —pregunta Justina, mirándome feliz.

—¡Por supuesto! —sonrío y añado—. Pero creo que deberías tomar una siesta. Aún tienes tiempo. Yo también dormiré un poco.

—¿Ves, hija? Esta vez no fui yo quien lo dijo —Timur sonríe y, mirándome, explica—: Milana, yo también le recomendé que durmiera un rato.

—Está bien, dormiré —acepta la niña.

Nos sonreímos y seguimos almorzan

do, bromeando y disfrutando de la vista desde la ventana.