Un Dia Cualquiera

Un Dia Cualquiera.

Un Día Cualquiera

El despertador sonaba a las seis de la mañana en punto, al escucharlo, despegaba, fastidiado, mi rostro de la almohada, y miraba a ese mismo maldito reloj con más odio que nunca, pero recordaba en ese instante, que yo mismo le había dado cuerda todos estos años para que sonara justo a esta misma hora; un poco molesto por ese ensordecedor «timbre», lo apagaba con un frío y duro golpe destruyéndolo por completo, y con mucha satisfacción. Ya compraré otro, decía mientras me levantaba de la cama con un mal humor tan digno como una resaca de los mil demonios, entraba directo al baño, gruñendo como un perro enojado y con una fiaca que prácticamente fluía por todos mis poros. Me disponía a cepillarme los dientes, hasta que me daba cuenta que olvidé comprar la pasta de dientes, otra vez, resoplaba bastante fastidiado, y pensaba que este día no habría podido comenzar peor. Ya en la cocina preparaba mi desayuno, un par de huevos fritos, unas empanadas de queso que había comprado anoche para la cena, no las comí todas y me sobraron tres. 

Terminaba el desayuno y tomaba mi taza de café, sentándome en mi pequeño sofá y encendía la TV al mismo tiempo que el noticiero matutino comenzaba, por supuesto que no daban ni una sola buena noticia ni por casualidad y, terminaba insultando al conductor que parecía relatar esas malas noticias con ciertas animosidades incomprensibles, y de nuevo, resoplaba otra vez fastidiado y apagando el viejo televisor con mucha ira.

Terminaba de vestirme y salía de la pieza para ir al trabajo, no había avanzado ni medio metro por ese pasillo, cuando de repente la señora Aguirre aparecía frente a mí como por arte de magia, a pesar de haberlo intentado más de una vez, yo nunca había averiguado como hacia esas «apariciones» tan terroríficas por cierto. A primera y única vista, ella vestía su típico vestido de casa, que más bien parecía un camisón, tal vez lo era, nunca lo sabré, era blanco y tenía manchas de aceite y comida pegados en él.

Sin miramientos y sin anestesia como quien dice. Me exigía el pago atrasado de este mes sin siquiera darme los buenos días antes, mientras me gritaba por mi morosidad, miraba su cabeza casi sin quererlo observando sus eternos ruleros que luchaban por dar forma a esos resecos cabellos, también tenía pequeños restos de comida entre ellos, y llegaba a la conclusión de que esos ruleros jamás lograrían el objetivo por los que fueron puestos allí... ¿Me preguntó si alguna vez en su vida se los habrá quitado? Pensaba mientras la señora Aguirre seguía parloteando sin parar, disimuladamente miraba de reojo el pasillo, pensando en una forma de escaparme urgentemente de allí.

Entonces solo me excusaba interrumpiendo su parloteo, alegando que se me hacía muy tarde para ir al trabajo, y salía prácticamente huyendo de esa pensión. La señora Aguirre que nunca se rendía cuando se trataba de su dinero, me seguía muy de cerca y con sus gritos me exigía que salde inmediatamente esa deuda, a pesar de su edad tenía un buen estado y se acercaba cada vez más a mí, sin embargo, sus ojotas le juegan una mala pasada y hacían que tropiece en esa vereda sucia y rota de su propia pensión.

Ni lerdo ni perezoso yo aprovechaba su pequeño accidente y apuraba mi huida, y corrí lo más rápido que puede logrando perderla para siempre llegando exhausto hasta la parada de la esquina y con tanta buena suerte que el colectivo llegaba justo a tiempo, cosa que nunca había pasado en mi perra vida ¿quién podría creerlo?, por la forma que había empezado este día me decía a mi mismo mientras respiraba agitadamente.

Ya dentro del destartalado vehículo, sonreía victorioso por mi gran y exitoso escapé. El colectivo, como era habitual a estas horas de la mañana, estaba lleno hasta la manija, y no había más remedio que intentar abrirse paso ferozmente entre toda esa gente, y con valentía, me animo a hacerlo, al mismo tiempo que el chófer gritaba, ¡¡córranse para atrás, que hay lugar en el fondo!! Todos los pasajeros, al escucharlo, comienzan en ese mismo momento, un éxodo lento y tedioso, intentando llegar con vehemencia a ese destino. Pero los entendía, ya que viéndolo desde aquí, en medio de esta multitud, el fondo parecía un paraíso muy lejano e inalcanzable. Entonces, decidido que es allí en donde quería estar, y luego de una intensa y feroz lucha por abrirme paso entres las hordas de pasajeros, a duras penas, lograba alcanzar ese paradisiaco lugar, pero muy en el fondo mientras realizaba mi viaje entre esta multitud, sinceramente había pensado en rendirme y pensaba que era solo una utopía llegar a hasta aquí.

De pronto, toda esa multitud, incluyéndome, éramos expulsados de ese paraíso por una fuerza colosal y por los gritos que oía en ese momento, parecía que éramos arrastrados hacía el mismo infierno, y en ese mismo instante esa misma multitud se convertía en un entrevero de cuerpos amontonados y sufrientes, yaciendo en ese frío piso de metal mezclado con cauchos. Después de toda esa confusión y de los alaridos terroríficos y demenciales.

Me daba cuenta, que mi persona estaba por encima de todos los demás, intentaba mirar hacia el cielo desde ese lugar, que para mí, era privilegiado, pero mi vista era estorbada con más metal y más cauchos que me impedían ver esa, de la que estaba seguro, era una maravillosa y majestuosa vista. No sé por qué, en ese momento en el que mis ojos se cerraban lentamente, pensaba en el café que había tomado solo unos minutos atrás, recordando, que esa fue la única vez en mi vida que lo corte con un poco de leche, a sabiendas de que era intolerante a la lactosa. Antes de que la oscuridad llegue, me pregunto, ¿Por qué lo hice?, Pero ya nunca lograré hallar una respuesta, resignado, añadía irónicamente... Qué más da, mañana será otro día.

 



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En el texto hay: cuento corto, muerte

Editado: 22.08.2021

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