El ruido de la tetera en la cocina daba cuenta que el agua estaba lista para hacer su café de la mañana. Se dio cuenta que los platos de anoche, siguen ahí. Sucios y apilados en el lavaplatos solo significan que Raúl llegó tarde otra vez. Comió todo lo que quiso pero no se dio el tiempo para lavarlos. ¿Cuánto daría ella por tener esas máquinas que se usan para lavar las cosas mágicamente?.
Es gracioso ver que ahora su vida adulta, siga pensando en la absurda magia que sus padres le contaban en estas mismas fechas. Diciembre, y se acerca la Navidad. Peggy dejó de celebrar esas fiestas porque Raúl no le gusta, porque simplemente son fechas para gastar mucho dinero. Es lo que no tienen.
Lleva viviendo con Raúl Montes casi dos años. Ni siquiera están casados, porque a Raúl no le gusta el matrimonio, encontrando absurdo el hecho de tener un papel que diga eso. No es necesario estar casado. Ella creyendo estar enamorado, lo aceptó. Además, ni él ni ella tenían dinero suficiente como para gastar en anillo, ropa y fiestas. Eso es mucho gasto, y ellos dinero no tienen.
<<Mis hermanos siempre se dedicaban a desordenar más con sus juegos en medio de la sala, mi madre horneaba galletas de muchas figuras, y tú... tú te encargabas de las luces y demás adornos en la calle, todo era así en estas fechas. Pero crecimos, te fuiste y la vida no volvió a ser la misma. Todo es oscuro y triste, por eso ya no quiero celebrar.>>
En los ojos de Peggy saltan sus silenciosas lágrimas. Se sienta con su humeante café en la pequeña mesa plástica que se mueve peligrosamente por su inestabilidad. Ella mira a su alrededor, conformada de lo que tiene y de lo que es ahora. Garzona en un restaurante de lujo. Poca paga, si no fuera por las buenas propinas de clientes habituales que la saludan afectuosos.
Además, el chef Pierre siempre se las ingenia para regalar uno que otro plato fino para llevarse a casa, o los elegantes postres que solo los clientes que visitan ese restaurante podrían pagar. Es así como ahora saca su pastel tres leches, que saborea con felicidad. Solo come la mitad, y el resto lo deja en el refrigerador. Seguro a Raúl le gustará.
Con ese pensamiento, llega hasta el sofá para verlo dormido. El olor a cerveza da cuenta que no alcanzó a llegar hasta el cuarto de ellos. Sus largas piernas no alcanzan en ese mueble. Se ve algo incómodo para dormir así. Ella se preocupa acomodando su cuerpo, hasta que él abre sus pesadas pestañas.
Con toda pereza, él se mueve cambiando de postura, hasta buscar una posición más incómoda. Peggy lo mira decepcionada por todo el empeño que hizo para hacer que su dormir fuera más agradable, pero fue en vano.
Camino a su trabajo, los pies van arrastrando su adolorido cuerpo. La caída fue bastante fuerte y sus glúteos quedaron algo delicados. Ni hablar su columna que se ve afectada al dar solo un paso. Cno todo esto, debe seguir. No puede darse el lujo de perder un día de trabajo. Ellos no tienen dinero.