Llevando dos días libre de las responsabilidades de su cargo antiguo, el ahora duende Martín se ve con mucho tiempo para él. De igual manera se ha integrado al trabajo en el taller. Volvió a sus antiguas tarea fabricando hermosos carruseles infantiles. Lo hizo con tanta alegría porque ese juguete fue uno de los más favoritos de Peggy.
Al igual que ella, el duende Martin observó ese carrusel girar y girar. Su corazón no podía más de felicidad por la alegría que ese juguete le daba a Peggy. Si ella estaba alegre, él también. Si ella estaba triste, él también. Pero ese objeto de animosos caballos y colores brillantes, le produjo muchas satisfacciones al verlo listo. Y el resultado final, la alegría de Peggy. Qué mejor premio para él.
Recuerda verlo siempre en un mueble en su dormitorio, cada vez que se daba el tiempo para espiarla. Suena como un espantoso acosador, pero nunca dejó de querer saber de ella. A medida que pasaba el tiempo, ella disfrutaba de su carrusel. El duende Martin con eso se daba por pagado.
Ahora con tantos años transcurridos, observando a otra Peggy más adulta y triste, tiene una gran curiosidad para saber el destino de su carrusel. Sentado en su escritorio, sin despegar su vista de su monitor, planea los últimos detalles de su viaje. A pesar de las miles de críticas de sus amigos, a los cuales les encuentra razón, él seguirá con la idea de ir a visitar a Peggy. Con simplemente verla de lejos pero más cerca que desde el helado Polo Norte.
Se queda mudo ante las dudas de su gran jefe, mientras guarda cuidadosamente la caja donde portará el regalo para Peggy. Concentra su vista al monitor el cual apagó antes que Santa preguntara más. Acomodado en un gran sillón, Santa se dedica a observar a su alrededor.
Santa prueba las galletas una a una, también la leche tibia. El duende Martín analiza lo que dijo su jefe. ¿Qué tanto sabe de Peggy?. Lo queda mirando, analizándolo fijamente. No pretende entrar a su mente para averiguarlo, porque no tiene ese don. Queda pegado en su silla, quitándole las ganas de comer esa galleta que dejó a un lado. Bajo la intensa mirada de Santa, movía su pierna por su estado nervioso.
El gran hombre de rojo se aleja de su casa, y él al verse solo otra vez suelta un fuerte soplido de alivio. Estaba creyendo que era descubierto en su plan de salir de ahí. Su plan de viaje hacia el mundo de Peggy. Su plan de verla más cerca. Su plan de querer ayudarla a volver ser feliz.
Cierra la puerta y se apresura para volver a desplegar el papel donde escribe la carta para el mismo Santa. Precisamente lo tuvo sentado hace un momento en su sillón. No tuvo la valentía necesaria para enfrentarlo, porque antes de permitir que un duende cruce el gran portal del Polo Norte... Santa Claus lo encierra bajo mil llaves en el tal del Polo Norte. Además, sería presentado ante todos los demás duendes como un desertor. Quedaría sin hogar, sin trabajo y sin amigos.