Un duende enamorado

Capítulo 3

Un duro y agobiante turno en el restaurante tuvo Peggy.  Ahora goza de un pedazo de pastel que el chef Pierre le hace probar en esos minutos de descanso que tiene.  Untando el tenedor de postres en ese biscocho, ella se vuelve cada vez más pensativa.  El sabor se asemeja a los pasteles que su padre les traía a todos al llegar de su trabajo. 

 

  • ¿Algún problema hoy? -pregunta el chef acercándose a ella que se sienta en un mesón.
  • ¡No tanto como problemas... es Raúl! -responde ella.
  • ¿Qué te hizo ese rufián? -consulta Pierre algo molesto por escuchar ese nombre.
  • ¡No lo llames así! -pide Peggy mirándolo con súplica.

 

Siempre sale a defenderlo cuando allí lo nombran de diversas formas.  Y es que Raúl también tuvo su oportunidad para trabajar ahí.  Pero muchos problemas en atrasos, mala conducta con los clientes y el más grande enfrentamiento lo tuvo precisamente con el chef. 

 

Desde un buen tiempo se empezaron a desaparecer muchas cosas de la cocina, lo que hizo levantar un fuerte sumario.  La investigación no tardó en dar con el o los culpables de dichos robos.  Lamenta mucho Peggy que todo recayó en su conviviente.  Sólo Raúl se llevaba una cosa en cada turno que tenía en el restaurante. 

 

Peggy dudaba de Raúl desde que llegaba a casa portando algún postre o alimentos que nunca podrían comprar.  Es así como lo hizo casi una semana, y luego se levantó el sumario.  Ella nunca le creyó que comprara eso con sus propinas, ya que Raúl con su mala conducta no recibía buenas pagas. 

 

  • ¡Querida Peggy, deja ese hombre! -pide el chef.
  • ¡No empiece con ese tema, Pierre! -dice Peggy desanimada y cansada.
  • ¡Claro que lo haré, tantas veces que terminaré por convencerte! -dice Pierre probando su sopa entre humo y aroma a hierbas frescas.
  • ¡Raúl es mi pareja, yo... yo lo quiero, y prometí estar a su lado! -dice ella.
  • ¡Ay, mi niña! -exclama Pierre mirándola con lástima.

 

Después de esa corta charla en la cual Pierre de nuevo intenta lo imposible, ella se lanza a terminar de atender las últimas mesas.  Toma una bandeja de una copa de helado verde.  Chocolate menta es el sabor solicitado por un cliente solitario.  Peggy lo ha atendido la mayor parte de la noche que se ha dedicado a comer de todo.   

 

Camina ella con gran gracia y agilidad entre las mesas repletas de comensales.  Se acerca al cliente que le sonríe ampliamente cuando ve delante de él su gran copa.  Ha pido explícitamente dos copas de helados, pero vertidas en una sola.  Cuatro porciones del chocolate menta hacen una torre que peligra en derrumbarse en cualquier momento por el calor ambiental. 

 

  • ¡Señor, su helado... que lo disfrute! -dice Peggy sonriente.  Con los clientes del restaurante ha aprendido a sonreír por mostrar eficiencia en el trabajo.
  • ¡Muchas gracias, Peggy! -dice el cliente también muy sonriente.
  • ¿Nos conocemos, señor? -pregunta ella mirándolo extrañado.
  • ¡Sí, o sea... perdón, no! -contesta el hombre.  Peggy abre enormes sus ojos al ver que prueba una gran cantidad de helado de una sola vez, sin parecer que le afecte.
  • ¡Es que me habla con tanta familiaridad, pero resulta que no lo reconozco! -comenta ella al tiempo que ordena los platos vacíos y sucios en la bandeja.

 

No recibe respuesta, ni ella lo espera.  Debe seguir con su trabajo.  Ordena todos los platos que el cliente ha dejado sucios.  Procura tener el equilibrio suficiente para llevar todo eso con gran atención a no tirarlos.  Son vajillas demasiadas costosas como para romperlas.  Lamentaría tener que responder con su salario el pago por alguna vajilla rota. 

 

Su cuerpo se mantiene tenso desde la mesa del cliente solitario hasta fijar su mira a la puerta de la cocina.  Se siente satisfecha caminar con seguridad.  La distancia a ese punto se va acortando mucho más.  Es un alivio para ella llegar con toda la vajilla sana y salva.  Pero su suerte se ve peligrando cuando una persona en la mesa cerca de ella, se levanta repentinamente. 

 

Lanza la bandeja mirando el volar de los platos por el aire.  Peggy a su vez está petrificada calculando en su mente el costo de todo eso.  Otro descuento que debe asumir.  Otro poco salario que recibirá a fin de mes.  Eso no será bueno.  No podrá cumplir con el pago del alquiler.  Nuevamente problemas con el dueño de ese departamento.  Y un gran fulgor de muchas luces la dejan casi ciega.  Se tapa los ojos cuando ya parece no ver nada. 

 

  • ¡Señorita, señorita! -dice la mujer que hace un momento provocaba el choque con Peggy.
  • ¡Los platos! -exclama Peggy mirando por todos lados.
  • ¡Aquí están! -dice el cliente solitario detrás de ella, portando la bandeja con las vajillas en sus  manos.
  • ¿Usted? -pregunta Peggy mirándolo asombrada por realizar ese trabajo.
  • ¡Se le quedó la bandeja en la mesa! -dice él.
  • ¡Señor, lo lamento tanto... permíteme! -dice Peggy apresurada a tomar la bandeja, pero éste la esquiva.
  • ¡Yo le ayudo! -dice el cliente.
  • ¡No, por favor... usted vuelva a la mesa! -dice Peggy insistiendo otra vez para recuperar los platos.
  • ¿Algún problema aquí? -pregunta el señor Morris, jefe de garzones.



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En el texto hay: romance, amor, magia

Editado: 19.12.2021

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