Cuantas veces tuvo que repetir plato tras plato para comprobar que su sabor nunca lo ha probado en su larga vida de duende. Martín devora las carnes, pastas, guisados, pasteles, ensaladas, y su gran copa de helado al final fue lo más impresionante.
Hielo de color verde y el chocolate que se derrite en su boca con ese gusto picante de la menta. Lo encontró sabroso. Tanto que quería repetir, pero al ver toda la gente que se colocaba de pie y se marchaba del lugar, pensó que también llegaba su turno de irse. Cosa que no quería, al tener la posibilidad de verla y hasta su gran suerte de hablarle.
Se queda observando muy atento a cada movimiento que hace en el resto de las mesas. Entra y sale de la cocina, portando los platos sucios que han dejado las otras personas. Martín desearía ayudarla más de lo que hizo en la cocina. Se atrevió a ayudarla con sus propios platos.
No entendía la reacción de ese otro hombre que llegó a colocar nerviosa a Peggy. Eso no le gustó para nada a Martín. Pero de igual manera osado lavó todo en rápidos movimientos. No debió usar un poco de magia en eso. Lo hizo que pareciera tan natural, que sus polvos mágicos pasaron desapercibidos.
Peggy se ve agotada, pero al mismo tiempo hace su trabajo muy rápido. Martín queda con la idea de hablar con el jefe. Teme que los malos augurios que le dijo Peggy, se hagan realidad y ella pierda su trabajo por su culpa. Eso no lo soportaría. Él vino para ayudarla, no para perjudicarla.
Como dijo el hombre, varios autos se estacionan frente al local en fila. Varios conductores se ofrecían atender al señor Morris mirando a Martín como un posible cliente. Siente algo de molestia viéndose prácticamente ser arrojado a la calle por el jefe de Peggy. El señor Morris hace una leve reverencia, que Martín imita creyendo que las costumbres de ese mundo parecen algo raros.
Mira hacia atrás, el restaurante va quedando sin clientes, solo los trabajadores. Martín no logra ver a Peggy desde esa distancia. Mentalmente sus pensamientos llegan a ella, deseando una buena noche. Pidiendo que mañana pueda llegar temprano y seguir cerca de ella. Soltando un suspiro, ,el local desaparece de su vista.
Acomodándose en el asiento, su cuerpo se va sintiendo bastante agotado. Eso no le pasa en el Polo Norte. A pesar de trabajar mucho en la fábrica de juguetes, nunca se cansa de lo que hace. Pero ahí, va sintiendo agotamiento. Principalmente sus ojos pican casi al punto de cerrarse sin él quererlo.
Ella muy amable y paciente le ayudó a contar los billetes que tenía en su chaqueta. Otra vez la magia le resultó factible usarla en ese entonces. Al parecer ahora debe hacer lo mismo con el hombre que conduce esa máquina. Y mirándolo muy sonriente, introduce su mano a la chaqueta en el bolsillo interior, que dio al contacto un resplandor disimulado a los ojos del conductor. Varios billetes volvieron a salir de ahí.