Capítulo 6
Ha sentido malas sensaciones en su interior al ver el rostro pálido de Peggy. Estuvo casi todo el día en el restaurante, y pudo notar cambios bruscos de su conducta. No quiere pensar que su presencia le está provocando molestias. Eso dolería mucho. Sólo está allí para estar más cerca de ella, y tratar de sacarle más de esas sonrisas que no veía hace muchos años.
Es hora de cerrar, como siempre Martín nota que es casi de los últimos clientes que van quedando. Con más experiencia y conocimiento del comportamiento de los humanos, pide la cuenta para pagar lo consumido. Sus polvos mágicos actúan otra vez para darle varios billetes a Peggy. Otros extras son para ella. No escatima en darle unos billetes de gran valor, lo sabe por la expresión en el rostro de ella.
- ¡No puede darme este dinero! -exclama Peggy devolviéndole los billetes a sus manos.
- ¡Pero todos hacen lo mismo, lo he visto! -dice Martín en su inocente imitación de los demás clientes.
- ¡Yo le agradezco eso, señor! -dice ella viéndose incómoda.
- ¡Sólo dime Martín! -pide él sonriente.
- ¡Martín, es demasiado... no puedes estar regalando tanto! -dice ella con su expresión asombrada.
- ¡El dinero viene y va, a mí me llega por obra de la magia! -explica Martín disfrazando un poco su verdad.
- ¡Aunque sea así, todos trabajamos para tener dinero y poder vivir de ello, pero no significa que debas tirar todo lo que ganas! -dice ella asombrada.
- ¿Y qué hago entonces? -pregunta él un poco confundido- ¿Cuánto es lo normal que recibes? -pregunta curioso.
- ¡Eso es relativo, no me gusta hablar de eso! -dice ella evadiendo su pregunta.
- ¿Me aceptas estos dos? -pregunta Martín mostrándole dos billetes de más bajo valor.
- ¡Está bien! -responde ella.
Conforme con haber aportado en algo, Martín se retira del restaurante. No sin antes sentirse más observado que los otros días. Pasa por la recepción, llegando luego a la puerta. Un grupo de garzones están reuniones a un costado. Él pasa tranquilo, no sin antes voltear para conseguir verla por última vez. Y ahí está Peggy, muy dedicada a su trabajo. Desearía estar ahí ayudándole a llevar esas pesadas bandejas, cargadas con las vajillas sucias.
- ¡Ese es el tipo! -dice uno de los compañeros de Peggy.
- ¡Sí que se ve raro! -dice otro.
- ¡Peggy no debería hablarle, es una mujer con pareja y se ve mal que lo atienda tanto y se preocupe por él! -dice la voz de una mujer.
De reojo Martín alcanza a reconocer a la mujer que dijo ese comentario. No se explica cómo ellos siendo los compañeros de Peggy, puedan hablar esas cosas. No entiende bien lo que quieren expresar. Peggy es una mujer infelizmente casada, eso él lo sabe. Lo ha visto. Lo ha sentido al ver su tristeza expresar.
Pero él no vino a interferir en esa relación, aunque muy en el fondo le gustaría que ella lo dejara. Caminando pensativo en la acera, una bocina de auto llama su atención. El señor Flores, conductor del taxi que lo llevó por primera vez al hotel, sigue brindado sus servicios. Martín sonríe satisfecho de hacer amigos como él. Es un hombre mayor, muy sacrificado. Sigue trabajando para mantener a su pequeña familia, que la forma con su esposa y una hija enferma.
- ¡Buenas noches, señor! -saluda el señor Flores.
- ¡Buenas noches, señor Flores! -saluda Martín asomando su cabeza por la ventanilla.
- ¿Lo llevo al hotel? -pregunta el conductor amablemente.
- ¡Creo que sí! -responde él entrando a los asientos traseros- ¿Podemos esperar un momento más? -pregunta de repente, atento a las puertas principales del restaurante.
- ¿Esperamos a alguien más? -pregunta el señor Flores.
- ¡Sí, a... una amiga, pero no la veo! -dice Martín ganando más tiempo.
- ¡Voy a detener el taxímetro, y lo reinicio cuando su amiga suba aquí! -dice el señor Flores, demostrando una vez su amabilidad y buena voluntad. Eso a Martín lo hace sonreír de gusto.
Los compañeros de Peggy, reunidos en un rincón, dejaron el lugar, cada uno saliendo en varias direcciones. Eso deja a Martín más tranquilo para concretar su idea. Unos minutos restaron para fijarse en ella. Colgando su bolso en el hombro, Peggy se lanza a caminar por la acera con su vista perdida. Preocupado, Martín se asoma a la ventanilla que baja presuroso. No le dio el tiempo suficiente para llamarla.
- ¡Peggy... Peggy! -la llama cuando la distancia se hace más grande entre ellos- ¡Es ella, no me vio... por favor sigamos! -dice Martín algo ansioso al conductor.
El auto tuvo que marchar en forma lenta. Martín no dejaba de observarla entre las pocas gentes que todavía caminan a esas altas horas de la noche. Varias cuadras el vehículo hizo la maniobra para mantenerse apegado a la acera. Martín saca su cabeza al localizarla justo parada en una esquina.
- ¡Peggy, soy yo... Martín! -dice Martín sacudiendo su mano en el aire, llamando su atención.
- ¿Martín, qué hace aquí? -pregunta Peggy mirándolo sorprendida.
- ¡Esperando por una amiga para llevarla a casa! -responde él satisfecho por hacer algo más por ella.
- ¿Amiga? -pregunta Peggy todavía con esa expresión de sorpresa- ¡Pensé que usted... o sea, bueno... siempre se le ve solo, nunca con alguien acompañándolo... y... -queda muda esquivando su mirada.
- ¡La amiga que hablo... eres tú! -dice Martín.
- ¿Yo? -pregunta ella más sorprendida aún, retrocediendo unos pasos, a lo que Martín avanza a la vez.
- ¡Sí, todos estos días estando juntos te considero una amiga... y ahora me preocupa que te vayas sola a casa, por eso te esperé afuera! -explica Martín tratando de acercarse, pero ella más se alejaba.
- ¿¡Qué significa esto!? -pregunta una voz fuerte que los interrumpe.