Un duende enamorado

Capítulo 9

Desde que Martín apareció en su vida, tan pocos son los días de verlo, hablarlo y saber casi nada de él, Peggy siente la imperiosa necesidad de protegerlo.  La idea que su sola presencia entre ellos, le provoque un gran problema a Martín. 

 

Ve la seriedad en el rostro de Santa y la preocupación en Martín.  Ella avanza lento mirando a Martín que se queda en su sitio sin levantar su vista del suelo.  ¿Habrá hecho lo correcto o perjudicará a Martín?.  Continúa su caminata tras Santa.  Todo el lugar parece salido de los cuentos navideños que su padre le regalaba.  Cabañas como tiene Martín puede divisar a medida que avanza.  Muchos de aquellos seres salen para mirarla.  Parecen muy sorprendidos de verla.  Será que nunca han tenido a un humano tan cerca. 

 

Luego de dejar atrás a esos duendes, y a Martín que no salió de su cabaña, se presenta ante Peggy una casa más grande.  Una chimenea va tirando una gran humareda.  Luces dentro se nota una sombra que camina ahí.  Santa abre la puerta pero le da lugar a ella para que ingrese. 

 

  • ¿Qué pasará con Martín? -pregunta ella antes de entrar.
  • ¡Primero quiero que conversemos! -responde Santa dando señal para que entre por esa puerta.

 

El calor interior lo da un gran fuego de una chimenea al fondo.  Luces de varios pequeños faroles están encendidos y ubicados en distintos lugares de una sala que Peggy va admirando.  La casa no se ve tan grande para estar en esa sala que se ve mucho más espaciosa.  ¿Será la magia de Santa?. 

 

Al fondo alcanza a escuchar una melodiosa voz que canta un villancico.  Es la voz de una mujer, se nota dulce y suave para interpretar tan linda canción.  Aparece ante ella una mujer de cabello completamente blanco.  Su gran vestido rojo termina hasta el suelo, con sus bordes blancos y un delantal verde cuadrillé, va adivinando que está ante sus ojos, la esposa de Santa Claus.  No muchos cuentos hablan de ella, y ahora Peggy la tiene justo al frente. 

 

  • ¡¡Llegó nuestra invitada, qué linda eres!! -exclama la señora Claus extendiendo sus brazos a lo largo hasta atraparla en un apretado abrazo.  Peggy no sabe reaccionar.
  • ¡Señora Claus, déjala respirar un poco! -exclama Santa sentándose pesadamente en un sillón grande y rojo.
  • ¿Usted es... es la... -sus palabras no salen por más que lo intente.
  • ¡Ay, querida... sé que todo esto te parece muy sorprende, pero para nosotros también lo es, no acostumbramos a recibir a nadie! -dice la señora Claus casi sin respirar- ¿Cierto, señor Claus? -pregunta mirando a Santa.
  • ¡Muy cierto! -dice Santa- ¡Ven, niña... siéntate aquí! -pide él mostrando otro sillón rojo pero de menor tamaño.
  • ¡Ve ahí, y te traeré mis deliciosas galletas! -dice la señora Claus empujándola suavemente en directo a Santa.
  • ¡Un plato para mí también, querida! -pide Santa.
  • ¡No, he vuelto a cocer tu traje para Navidad y me doy cuenta que estás demasiado redondo, no más galletas hasta Noche Buena! -dice la Señora Claus en una puerta, mirando a su esposo muy seria.  A Peggy le regala una dulce sonrisa hasta desaparecer.
  • ¡Mi esposa exagera un poco, igualmente me traerá de sus exquisitas preparaciones! -exclama Santa bajando la voz solo para Peggy.
  • ¡No lo haré, querido! -exclama su esposa desde la cocina.

 

Es tan extraño lo que está experimentando ahí.  Es un calor de hogar que hace mucho tiempo no lo experimenta en su vida.  En esta actual vida que no ha sido la soñada.  Aunque desde el principio se auguraba su futuro lleno de sacrificios y desesperanzas.  Quiere a Raúl, pero esa llama entre ellos se va disminuyendo poco a poco.   

 

La señora Claus con su agradable sonrisa, pone ante los ojos de Peggy, una pequeña bandeja plateada.  Los coloridos de esas galletas, son todos con motivos navideños.  El hombre de jengibre, la casita nevada, el hombre de nieve, un reno con su nariz roja, un duende que le recordó a Martín, y un Santa Claus apegado a una señora Claus.  Tanta perfección en esas galletas, hacen presumir que todo es magia. 

 

  • ¡Yo las hice con mis propias manos, yo no uso magia en mi cocina! -comenta la señora Claus.
  • ¿Lee la mente también? -pregunta Peggy asombrada.  La risa de Santa inundó la habitación.
  • ¡Mi esposa tampoco tiene ese don, pero sus manos son mágicas para hacer muchas cosas deliciosas en la cocina! -dice Santa acercándose a la bandeja que reposaba tranquila e intocable en la mesita de centro.  Un fuerte y seco golpe en la mano de Santa, le da aviso a él que no tiene permitido comer.
  • ¡Me adulas pero no conseguirás comer más galletas, esposo mío! -exclama la señora Claus- ¡Prueba mis galletas, querida niña! -pide ella acercándole la bandeja.

 

Peggy agradece la atención de la esposa de Santa, escogiendo al duende verde.  Santa por su parte, se cruza de brazos al no obtener probarlas también.  Prueba la galleta y el sabor a jengibre y anís hace explosión a su boca.  Cierra sus ojos para retroceder en el tiempo.  

 

Es el sabor y aroma que salía de la cocina de su casa, en estas mismas fechas.  Ella en la sala con su padre y hermanos, tratando de armar el árbol.  Siempre terminaban en medio de la habitación, en el suelo, rodeando una gran bandeja de galletas navideñas con una jarra de sabrosa leche blanca.  Peggy era la encargada de dejar un pequeño plato con cuatro galletas y un vaso de esa rica leche. 



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En el texto hay: romance, amor, magia

Editado: 19.12.2021

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