Capítulo 10
Llegando a la puerta de la casa de Santa, el duende Martín vigila ansioso por saber qué está pasando allá adentro. El frío está más intenso pero no le va importando eso. Necesita saber qué hace su jefe con Peggy. Está realmente preocupado.
Su oreja puntiaguda toca la fría madera de la puerta. En un movimiento lento ésta se abre ante él. La señora Claus aparece dándole la bienvenida con su habitual y amable sonrisa. El duende Martín no lo duda por un segundo, ingresando al hogar de Santa. Buscando a su alrededor, llega a la sala donde encuentra a los dos. Suelta el aire que retenía desde que la vio partir.
- ¡Pasa, mi querido duende Martín! -dice Santa.
- ¡Yo... yo vine a ver ...a Peggy porque... porque se demoraba, estaba preocupado! -dice él.
- ¡Estoy bien! -contesta Peggy sin mirarlo. Algo anda mal.
- ¿Pasa algo? -pregunta el duende mirándola y luego a Santa.
- ¡Nada malo, estábamos charlando sobre ti y ella! -contesta la señora Claus.
- Señora Claus... ¿Puede traernos más de sus deliciosas galletas? -pregunta Santa.
- ¡Con gusto les traigo a ellos más galletas! -dice la señora Claus levantando la bandeja- ¡Pero tú no puedes comer más! -le contesta borrando su sonrisa.
En ese instante, el duende busca la mirada de Peggy para cerciorarse que todo esté bien. No se ha quedado conforme con su extraño comportamiento. Se ve lejana. El duende se acomoda en un sillón quedando frente a ellos dos. Santa Claus los observa atento.
- ¡Ahora que estás aquí -lo mira atento- ...debo ayudarte para que Peggy vuelva! -dice Santa dejando al duende doblemente preocupado.
- ¿Qué dices? -pregunta el duende levantándose de golpe- ¿Volver? -consulta buscando otra vez los ojos de Peggy.
- ¡Sí, oyes bien... ella debe regresar a su vida, duende Martín! -dice Santa- ¡Nosotros no podemos alterar los destinos de los humanos! -sentencia él.
- ¡Peggy, dime que no deseas volver a eso que te hace infeliz! -dice el duende sentándose lentamente.
- Creo que... que es lo mejor -dice Peggy levantando su mirada.
- ¡NO, no puede ser posible! -responde el duende Martín, inquieto.
- ¡Las cosas son así, y tú la ayudarás a regresar! -dice Santa.
- ¿Yo? -pregunta el duende sintiendo que su jefe le está mandando la prueba más dura que deberá hacer.
- Duende Martín, tenemos mucho trabajo en estas navidades, te necesito aquí en la fábrica, al mando de todo otra vez -dice Santa.
- Elegiste a un nuevo jefe de duendes, ya no me necesitas –dice el duende Martín.
- Tú y yo sabemos que el duende Serafín deseaba tanto tu cargo, que yo decidí ponerlo al frente para que viviera la experiencia, pero temo que la presión de tantas responsabilidades lo ha vencido... necesito que te encargues de todo –explica Santa.
- Martín, yo necesito regresar a mi vida, es allí donde pertenezco –dice Peggy de repente.
Ante esas palabras, el duende Martín se enfrenta a una de las más grandes batallas para tomar la decisión correcta. Por un lado, la niña traviesa que siempre recibía su ayuda, protección y hasta cariño ha crecido. Deseaba entregarle otro mundo sin preocupaciones, sólo amor. Aquí está Santa Claus, su jefe y amigo que está en problemas con tener a tiempo el trabajo listo y alegrar los corazones de los niños y niñas que lo esperan.
Su corazón latiendo acelerado, su mente bombeando también, hacen que el duende Martín se levante mire a Peggy y a Santa. A lo lejos la señora Claus lo observa con sus ojos apenados. Ella está triste porque a nadie le gusta estar entre dos amores y buscar la decisión correcta. No hay decisión buena o mala. Todos tienen un destino. Quiso cambiarlo, pero no puede perjudicar a los niños y niñas.
- ¡Peggy, yo te contó todo cómo fue que llegué a ti en ese restaurante –cuenta él muy serio y preocupado- … pretendía protegerte, alegrar otra vez tu vida, que tuvieras otros momentos mejores, ser el que te devolviera la sonrisa, quise cambiar un poco tus... tus penas –sigue hablando con la mayor atención de ella sobre él- que han sido parte de tu vida en estos últimos años, pero hasta ahora estoy comprendiendo que... que debo estar aquí! -explica finalmente bajando su mirada.
- ¡Martín, no sabes cuánto me agradó conocerte, eras el cliente más extraño que había conocido en mis años en ese restaurante –dice ella casi riéndose, el duende le muestra una sonrisa- ...y esa sonrisa –le señala ella- ...era siempre una satisfacción para mí y mi trabajo. Yo agradezco todo lo que tu buen corazón buscó hacer para mí, pero Santa tiene razón -explica elevando sus hombros- la Navidad no puede faltar, no le puedes fallar a todos esos niños y niñas que lo esperan ansiosos, yo lo hacía cuando niña a pesar de hacer travesuras, y ahora resulta que tenía a alguien aquí que me defendía desde hace mucho tiempo... eso también te lo agradezco! -dice ella mostrándole una sonrisa feliz.
- ¿Serás feliz? -pregunta el duende.
- ¡Cuando vea a un niño feliz con su juguete traído por Santa, seré feliz –dice ella- Cuando vea a una niña feliz peinando a su muñeca nueva, seré feliz –cuenta sonriente- Cuando haya alguien que siga celebrando la fiesta de Navidad y rescatando el espíritu navideño, yo seré feliz porque significa que tu trabajo fue un éxito... y eso no lo dudo por un segundo! -termina finalmente levantándose para mirar a todos.
- ¡Es hora, duende Martín! -dice Santa.
- ¿Y las galletas? -pregunta la señora Claus saliendo con una bolsita roja- ¡Todas las navidades, tendrás una igual a esta en tu árbol, lo prometo! -dice ella emocionada. El duende busca limpiarse sus ojos también capturado por esa emoción, o más bien por la pena.
- ¡Gracias por todo, el poco tiempo que la pasé aquí... fui feliz por sentir este calorcito de hogar! -dice Peggy igualmente emocionada.
- ¡Tu hogar está aquí -dice Santa mostrando el corazón de Peggy- ...y es tu deber construir uno más fuerte, alegre y lleno de amor, vive estas fiestas como si fueras una niña, llénate de todos esos lindos recuerdos que estas fechas hacían en tu corazón y sigue fuerte... eres fuerte, Peggy! -dice Santa con sus manos en las de ellas, transmitiendo una paz que llega a su corazón.