El árbol se ilumina por las nuevas luces. Todo está adornado con gracia y esfuerzo por Tomás y Anita. Su esposo trae la última caja de la bodega. Faltan más adornos qué colocar. Su cocina luce realmente hermosa, como siempre lo soñó. Azúcar, pimienta y sal en los recipientes en forma de Santa Claus. Bandejas con motivos navideñas, así como el porta papel, como los manteles, las cortinas y uno que otra figura es de Santa, renos y duendes.
En la sala, dormitorios, baños y jardín también tuvieron su atención. Toda la casa se ha adornado para la Navidad. Tardan dos días en arreglar. Cada vez que llegan estas fiestas recuerda a su familia y se llena de emoción. Peggy está siguiendo la tradición.
No es extraño que tenga tantos duendes adornados en diferentes partes de la casa. A sus hijos les gustan, porque son sus seres favoritos. Todas las noches ella lee los cuentos infantiles. En las navidades, lee cuentos de duendes. De seres especiales que ayudan a Santa para que todo niño o niña tenga su regalo, y tenga una feliz navidad junto a sus familias. Luchan codo a codo para repartir los regalos por el mundo.
Aprendió de la nada preparar ricas y lindas galletas en forma de hombres de nieve, el hombre de jengibre, duendes, y Santa Claus, sin olvidar a la esposa. Sacando la última bandeja del horno, deposita cada galleta en otra bandeja. Sus dos hijos llegan corriendo directo a ellas.
Unos fuertes brazos rodean su cintura, y su esposo se aferra a ella, alargando un brazo para obtener como premio una de esas galletas. Él también se vuelve un niño travieso en estas fechas. Es un obsesionado por la Navidad. Agradece haberlo conocido. Su alegría y buen corazón la contagió desde que salieron juntos.
Costó mucho enfrentarse a la triste realidad de estar en una relación fallida y no aceptarlo. De la noche a la mañana, se vio sola en su antiguo departamento. No volvió a saber de Raúl, tiempo después enterarse que estaba en la cárcel. Ella lo fue a visitar, algo decía que debía verlo. Sólo fue para despedirse, porque su vida no podía seguir en caída. Tenía que levantarse, y a su lado no lo estaba logrando. Fue una pena dejarlo ahí, pero él lo aceptó sin pedir explicaciones. Raúl también quiso terminar esa equivocada relación.
Que su actual esposo apareciera en su vida, fue casi de milagro. Ella estaba absorta en su nuevo trabajo en una tienda en el centro. Siempre en estas fiestas, la dueña cambiaba todo para vender sólo cosas relativas a la Navidad. Martín visitaba casi todos los días el lugar. Compraba casi todo lo que aparecía nuevo. Así ella lo conoció, al atenderlo un día, y al otro día, y al otro día. Pasó una sola semana de verlo en la tienda, y la invitó a salir. Lo pensó una semana más. Dudaba que ella fuera capaz de aceptar a otro hombre en su vida, pero él le demostró con creces que era distinto. Hasta hoy, se muestra un hombre único. Buen esposo, buen padre y buena persona. El hombre que nunca pensó encontrar, pero que se convirtió en pocos meses de salir juntos, en el amor de su vida.
Otra vez corriendo sus hijos entran a la cocina, quedando sorprendidos por verlos abrazados así. Dudan un poco si seguir hacia ellos. Es Peggy que abre sus brazos. Los niños reaccionan aferrándose a su falda, abrazándola también. No puede más de dicha. Su mundo ha dado un giro inmenso. Ha quedado atrás todo rastro de dolor. Abrazando a su familia, su vista queda fija en una foto en la pared. Alcanza a divisar la foto de su familia en esas navidades especiales.
Un golpe en la puerta, saca a la familia Gómez de su abrazo de amor. Es Martín que sale de la cocina para atender a la visita que ha llegado. Él regresa con su expresión cambiada. Peggy se acerca preocupada por su cambio brusco. Los niños se quedan disfrutando de las galletas.
Peggy camina hacia la sala, entre cajas y adornos que faltan colocar. Lentamente llega reconociendo enseguida a las inesperadas y sorprendentes visitas. Es que todo esto se hace difícil para ella. Patrick y Leonel, sus hermanos, están ahí. No pensó nunca volverlos a ver. Patrick es el primero en caminar hacia ella.