Un Encierro Inesperado

31 de diciembre de 2020.

Rosa Pola. Rossy, como ha ella le gustaba firmar. Ross como obligaba a llamarla a sus amigos llevaba , literalmente, una hora y media frente al espejo. Intentaba estar perfecta para la noche más importante de su vida. La última noche del año. La más mágica. ¿Acaso había algún otro día más importante?

 

Su vestido nuevo, color champán, le caía como un guante ajustándose a cada curva de su cuerpo. Le había costado cuatrocientos euros. Algo caro para una sola noche pero eso para Ross no era un problema. 

 

Sus padres no le negaban casi ningún capricho desde que se habían enterado de la buena noticia. Ross iría en Septiembre a estudiar a Harvard. La habían aceptado a pesar de que aun no había realizado la selectividad. Claro que necesitaría sacar una nota impecable para que no se retractaran en su decisión.

 

A Ross le daba exactamente igual en que universidad estudiar. De hecho, su primera opción había sido Oxford de toda la vida. Pero tras la reciente separación de Reino Unido de la Comunidad Europea había decidido que, si ya no podía beneficiarse de ninguna ventaja por ser europea, la mejor opción sería Harvard. Mas lejos de casa, sí. Pero contra más lejos mejor.

 

Su decisión había estado fundamentada, además, por la popularidad de la universidad y lo increíble que resultaría ante su circulo social que fuera a estudiar al extranjero y a tan prestigiosa universidad nada menos. Luego estaba ese dejé de orgullo con el que su padre la miraba desde que había llegado la carta de aceptación. 

 

Lo primero que Ross había hecho al recibirla era subirla a Instagram seguida de varias decenas de hastag y un mini discurso  agradeciendo tan buena noticia.

 

Justo lo mismo que hizo cuando se dio cuenta, con orgullo, de que ya estaba lista para su increíble noche.

 

  • Ross- llamó su madre desde el pasillo- Llevas dos horas arreglándote , hija . Te necesito abajo para ayudarme.
  • ¿No puede ayudarte Celeste? Ella seguro que no tiene nada que hacer.
  • ¿Y por qué crees que no tengo nada que hacer?

Su hermana irrumpió en su habitación mientras la miraba con los brazos en jarra y el ceño fruncido. Odiaba esos alardes de su hermanita y la costumbre de dar siempre las cosas por hecho.

  • Es obvio que tu no tienes que arreglarte así que no tienes nada mejor que hacer. Ayuda a mama.- le inquirió Ross.
  • ¿Por qué crees que es tan obvio si puede saberse?
  • Ay hermana, está claro que no tienes ningún plan para esta noche. No tienes que hacer demasiados esfuerzos para cenar con la familia y meterte en la cama.

 

Celeste chasqueó la lengua resentida. Ross era un caso especial de petulancia y repelencia demasiado exagerado para su gusto. Que no soportaba a su hermana mayor era un hecho sabido por todos.

 

Hasta que Ross había comenzado el instituto eran inseparables. Compartían la misma afición que su padre por la montaña y todo lo relacionada con esta. Todos los domingos salían con él a caminar por el monte. Algunos días incluso llevaban las bicicletas para recorrer algún nuevo sendero. Su madre preparaba bocadillos de jamón serrano y queso y , eso, sabía a pura gloria bajo el sol de la montaña. 

 

Tenían un fuerte construido en el sótano. Un castillo de princesas como ellas solían llamarlo. Con almohadones en el suelo y fotografías de ambas esparcidas por las telas que constituían el fuerte. 

 

Su madre había aparecido un día con unas guirnaldas de luces que ellas colocaron con ilusión alrededor de su castillo. Era perfecto. Allí dentro se lo contaban todo. No había ningún secreto entre ellas.

 

Cuando nació Violeta, Celeste había sentido unos celos tremendos. No quería dejar de ser su hermana y ella para convertirse en tres. Ese pequeño retaco con una maraña de pelo en la cabeza no dejaba de llorar a todas horas. Estaba claro que no iba a poner las cosas fáciles a sus hermanas. No podía evitar mirarla con recelo a cada momento.

 

Ross, sin embargo, la trataba como a un muñeco. Estaba continuamente pendiente de la pequeña. Quería darle de comer y bañarla. Hasta cambiar su pañal con el asco que daba. Violeta era única para restregar toda su mierda desde su culo rosado hasta el medio de su espalda. Pero a Ross parecía no importarle en absoluto. La miraba embelesada.

 

Sin embargo cuando la hermana mayor llego al instituto cambió de repente. Ni si quiera lo hizo poco a poco. No fue un proceso, no. El primer día que volvió a casa Celeste se dio cuenta de que su hermana mayor no era la misma de siempre. Ni si quiera su mirada lo era. 

 

A Ross le habían crecido las tetas. Tenía un cuerpo perfectamente proporcionado. Una melena castaña , con reflejos rubios totalmente naturales como los que ella misma tenía, que llega hasta la mitad de su espalda y jamás estaba encrespado.

 

Su manera de vestir cambió con su personalidad. Comenzó a encerrase con sus nuevas amigas en la habitación y , por ende, a separarse también de su hermana.

 

Ahora que Celeste también estaba en el instituto ni si quiera podía dirigirle la palabra en publico pero a ella le daba igual. Aborrecía a su nueva hermana.

 

  • Para tu información, Doña engreído, sí que debo arreglarme porque esta noche tomaremos las uvas con el resto de la comunidad. Pero no necesito tanto tiempo como tú. Mi belleza es natural.

Celeste hizo una salida triunfal de la habitación intentando dejar a su hermana con la palabra en la boca. Sabía que era lo que más odiaba en el mundo y a ella le encantaba hacerla rabiar.

 

Ross bajó las escaleras como un toro buscando a su madre. La encontró en la cocina enfrascada en terminar unos huevos rellenos para la cena que les esperaba.

 

-Mamá, Celeste dice que vamos a tomar las uvas con el resto de la comunidad. Debe ser una broma, ¿verdad?




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