Hola lunáticos!!! Os traigo nuevo capítulo. Pero antes agradecer las cincuenta y cinco visualizaciones y a las trece personas que lo agregaron a sus bíblios.
además recordaros que esto es un borrador, pueden haber errores sueltos por ahí, nada que no tenga arreglo, y que os sigo animando a contar es vuestras experiencias personales durante este confinamiento para incluirlas de manera adaptada a mi novela. Siempre tendréis crédito al final.
Un saludo grande y POR FAVOR dejadme algún saludo to por aqui para no morir ignorada!
Su madre no había parado de llamarla en toda la mañana. Como si inexplicablemente intuyera que Ross no estaba en clase. A los estudiantes como ella, impecables y con un futuro prometedor por delante, les daban la mañana libre para estudiar y para terminar con las cartas de Presentación para las universidades extranjeras.
Ross no estaba estudiando. Estaba pegándose el filetazo, lo que viene siendo un buen magreo, con Marcos Cruz, el chico más buenorro del instituto. Su madre podía esperar, Marcos Cruz no.
Ross rio. Con esa frescura que volvería locos a los chicos. Con la dulzura que engallaba a los adultos y le hacían confiar. Ross era única para hacer que los demás acabaron haciendo siempre lo que ella quería. Menos esa estúpida Celeste. Su hermana pequeña vivía para fastidiarla. Era pura envidia. Ross lo había tenido claro siempre. Desde que comenzó el instituto su hermana le había cogido inquina. Siempre pendiente de todo lo que hacía para correr con el chisme a su madre.
Maldita Celeste. ¿Acaso era posible que su hermana estuviera diciéndose hacía ellos en ese momento?
La chica se apresuró a buscarla a medio camino para evitar que Marcos Cruz oyera cualquier cosa que tuviera que decirle. La tenía muy bien aleccionada sobre no molestarla en sus asuntos pero la mediana de los Pola parecía no tenerlo claro todavía.
Su hermana se acercó a la cara de Celeste de forma desafiante.
Celeste hizo un gesto a su hermana para que se abrochara los botones que Marcos le había abierto en un arrebato de lujuria callejera y esta, sonrojada, colocó sus brazos en jarra y la desafió con la mirada.
Ross se volvió para marcharse y hacer ver que la conversación había terminado pero Celeste la cogió del brazo para impedirlo.
Ross Pola recorrió la distancia que separaba el colegio de casa en tiempo récord. Iba en la vespa turquesa que sus padres le habían regalado hacia un año , por reyes, con su hermana en la parte de atrás agarrada como si pudiera caer por un periplo en cualquier momento.
Ross sentía el corazón latir demasiado rápido. No había comenzado sus estudios en medicina pero sabía que aquello no podía ser bueno. ¿Estaría sufriendo una arritmia? Suplicó a su corazón que aguantará los quinientos metros que faltaban para llegar a casa. Podía verla desde dónde estaba.
Su hermana, Celeste, había tenido que apretar el paso demasiado para poder seguir el ritmo de su hermana. Por fin abrió la puerta de casa y vio a su padre sentado, de espaldas, en la mesa del comedor.
Y era cierto. Porque fue nombrar a su padre y Ross había comenzado una carrera que no concluyó hasta abrazarlo. Hasta comprobar que estaba bien. No era ningún secreto para cualquier persona cercana a la familia que Ross sentía una predilección y un amor por su padre incondicional. Con su madre la relación no era mala. Un poco tirante a veces. Algo típico, hubieran dicho, entre madres e hijas. Pero su padre era su héroe, su mentor y su mejor amigo.
Ross veía demasiadas series de televisión en las que los médicos de urgencias eran atacados por pacientes trastornados o delincuentes a los que debían atender . Así que Ross vivía con el continuo miedo de que a su padre querido le ocurriere cualquier cosa. Algo exagerado pero comprensible a ojos de una cria.