03 de marzo de 2020
La señora Méndez había preparado los canapés de salmón que tanto gustaban a su marido. Al pobre José pocos caprichos le quedaban ya en la vida pero, sin duda, uno era el fútbol y otro los canapés de su esposa. Por lo que una combinación de ambos le sabía a pura gloria.
- No hace falta que hagas tantos mujer, guarda algo de salmón para otra ocasión.
- No seas bobo José. No puedes bajar a ver el fútbol con las manos vacías. Además, si te hago pocos al final te quedas sin ninguno ofreciendo. – aseguró su mujer, la señora Méndez.
- Tienes razón- reconoció mientras se acomodaba en su sillón – La verdad es que ha sido toda una sorpresa que el presidente ofreciera la sala común para ver el partido del Valencia.
- Bueno, por algo es una sala común.
- Podría reservarse a cosas oficiales. Como las reuniones de la comunidad, por ejemplo.
- Bobadas- le contradijo su mujer mientras le metía un canapé de salmón, literalmente, por la boca- No hemos puesto dinero de nuestros bolsillos para no poder disfrutar de ella.
Justo cuando José iba a contestar alguien llamó a la puerta. Casi mejor, porque haber empezado una discusión con su mujer no hubiera tenido fin. Y estaba demasiado contenta como para estropearlo. Quizás si seguía de tan buen humor José consiguiera que preparara una tortilla de patatas con cebolla que se le acaba de antojar. Acompañando a los canapés de salmón y a una buena cerveza sin alcohol quedarían de vicio. El médico le había prohibido la sal y los fritos por su delicado estado de salud, o eso decía el médico, pero lo cierto es que José se encontraba como una rosa. Los típicos achaques de la edad y nada más. Nada que le sorprendiera en absoluto.
Pero lo que sí que le sorprendía era ver a sus vecinos en la puerta de casa con pintas de venir cargados de chismes.
- ¿Qué les trae por aquí muchachos?
- Señor José, ¿ha oído usted lo del partido de esta noche?
- ¿Qué es lo que tengo que oír? Porque yo oigo poco pero cuando se trata del Valencia hago un esfuerzo y, aun así, oír no he oído nada.
Su mujer había asomado ya la cabeza por la puerta de la cocina para intentar averiguar con quién hablaba su marido. Le pareció escuchar al vecino de enfrente, Luis, y juraría que también a su esposa. Si esa mujer se había unido al corrillo era porque la noticia valía su peso en oro. Así que la señora Méndez no se lo pensó dos veces y dejó la comida a medio hacer para unirse a su marido en la puerta.
- Buenos días vecinos- saludó atusando el delantal que vestía- Se me hace raro veros a tantos juntos por aquí. ¿Ha muerto alguien?
Ha muerto alguien era una expresión, hasta entonces, más que coloquial que venía a parecerse, sin ningún ánimo de ofender, a la expresión <<qué plato se ha roto>> o, lo que es lo mismo, qué demonios ha pasado y por qué venís a importunarme a mi casa a la hora de comer. La hora de comer es sagrada y se respeta tanto o más que la hora de la siesta.
- Qué nos acabamos de enterar de que se ha suspendido el partido del Valencia- soltó la bomba la mujer de Luis sin perder oportunidad.
- ¿Cómo has dicho?- preguntó asombrado José llevándose la mano al pecho.
- No digas eso mujer que me matas a mi José- se quejó alarmada la señora Méndez.
José había reculado hasta su sillón y se había sentado a duras penas mientras seguía sujetándose el pecho con cara de contrariado. Aquello tenía que ser una broma porque no podían cancelarle su partido con los canapés de salmón esperándole en la nevera.
- Pues es verdad, nos lo acaba de decir nuestro hijo que tenía las entradas sacadas desde hace una eternidad. Y ya ves, el pobre, en Valencia tirado y le dicen hoy que no hay partido.
- ¿Pero cómo va a ser eso? ¿Y por qué?- preguntó la señora Méndez.
- No lo sabemos porque el muchacho andaba con prisas y tenía que colgar el teléfono. Así que no me enteré de más.
- Qué sacrilegio, madre mía- se quejó José desde su sillón- Qué decepción más grande.
- Es que para mí José no hay nada más sagrado que un partido del Valencia. Todavía le cancelas otro y se conforma. Pero del Valencia no.
El presidente apareció por el rellano casi caído del cielo. No pudo ni salir del ascensor cuando los tres vecinos le abordaron por sorpresa. Los tres hablaban a la vez y el Presidente no podía entender nada de lo que le decían. Pero al ver a José, a través de la puerta abierta, sentado en su sillón con la mano en el pecho llegó a pensar que algo grave había sucedido.
- Por Dios, de uno en uno que si no es imposible. ¿Le ha pasado algo a José?
- Qué tiene un disgusto enorme- explicó su mujer- Por lo visto se ha cancelado el partido de esta noche. ¡Con la ilusión que le hacía verlo abajo con todos los vecinos!
- Me lo ha dicho mi hijo, que había ido a verlo- explicó la mujer de Luis sin que le preguntaran.
- ¿Usted sabe algo presidente?- insistió Luis.
- A ver, primero de nada me habéis dado un susto de muerte. ¿Todo este ajetreo por un partido de fútbol?- les regañó el presidente- Y segundo, el partido no se ha suspendido pero se juega a puerta cerrada.
- ¿Cómo que a puerta cerrada? ¿Eso qué quiere decir?- preguntó la mujer de Luis.
- Que se juega sin espectadores. Pero eso no quiere decir que no lo podamos ver desde casa, como habíamos planeado.
- ¿Has escuchado José, cariño?
Y José ya lo había escuchado porque de un brinco había llegado hasta el corrillo para enterarse bien de lo que decían.
- Pues sí que es raro que se juegue un partido a puerta cerrada. Así, de prisa y corriendo.
- Ha sido una recomendación del ministro de sanidad. – explicó el presidente- Pero ese y todos los eventos deportivos que estén pendiente. Es que por lo visto…Ha habido un fallecido en Valencia por el dichoso virus.