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La mañana había comenzado como cualquier otra. El cielo estaba claro, el aire fresco, y el sonido cotidiano de la ciudad empezaba a despertar. Nada indicaba que, para una joven en particular, ese lunes marcaría el inicio de una cadena de eventos desafortunados, todo comenzó con un simple error: quedarse dormida.
Sakura Haruno se despertó de golpe al ver la hora.
—¡No puede ser! —exclamó, incorporándose con torpeza—. ¡Voy tarde!
Se vistió a toda prisa, tropezando con su mochila mientras buscaba el celular entre las sábanas desordenadas.
—¡Mamá! ¿Por qué no me despertaste?
—Intenté hacerlo. Incluso golpeaste el despertador medio dormida —respondió su madre desde la cocina, con voz resignada.
—¡Genial! Lo rompí y ni me acuerdo…
—Al menos lleva algo de desayuno —dijo su madre, alcanzándole una pequeña bolsa con pan y jugo—. No puedes salir con el estómago vacío.
—Gracias, mamá. Prometo arreglar el despertador después —dijo con una sonrisa apurada y le dio un beso en la mejilla antes de salir corriendo.
El reloj no estaba de su lado. Mientras corría hacia la parada, intentaba no pensar en la advertencia que su jefe le había hecho la semana anterior. Un retraso más y estaría fuera.
Había pasado buena parte de la noche trabajando en un diseño nuevo. No podía evitarlo. Cuando una idea llegaba, era como una corriente eléctrica: intensa, insistente, imposible de ignorar.
A pesar de sus esfuerzos, llegó a la cafetería con varios minutos de retraso. Intentó colarse sin hacer ruido, pero la voz de su jefe la detuvo antes de cruzar la cocina.
—Señorita Haruno —dijo sin levantar la vista de la libreta—. Otra vez tarde.
Sakura se detuvo en seco. Inhaló hondo antes de hablar.
—Lo siento mucho. De verdad. No volverá a pasar.
El hombre la miró con expresión fría.
—Ya lo ha dicho antes.
—Por favor —insistió, inclinando ligeramente la cabeza—. Necesito este trabajo.
Una voz conocida interrumpió la tensión.
—Señor, podríamos dejarlo pasar por hoy. Además, el repartidor sigue enfermo. Sakura podría encargarse de los pedidos —sugirió Ino, su compañera y amiga.
—Estoy de acuerdo —intervino Sakura, aferrándose a esa oportunidad—. Puedo encargarme de eso y de atender aquí. Solo… por favor, déme otra oportunidad.
El gerente suspiró, tras unos segundos, asintió con frialdad.
—Por hoy, será repartidora y atenderá a los clientes. Pero si vuelve a llegar tarde… no se moleste en regresar.
—No volverá a suceder. Lo prometo —respondió con una reverencia agradecida.
Cuando el gerente se alejó, Sakura miró a Ino con alivio.
—Gracias. Me salvaste.
—No fue la mejor solución, pero era eso o que te despidieran. ¿Otra vez te desvelaste dibujando?
—Sí… tuve una idea y no podía dejarla ir.
—Sakura… estuviste a punto de perder tu trabajo. Entiendo que ames diseñar, pero tienes que ser más responsable.
—Lo sé —admitió con pesar—. Tendré que hacer doble turno ahora, pero es mejor eso que quedarme sin empleo.
—Admiro tu ánimo —respondió Ino con una pequeña sonrisa—. Vamos, limpiemos antes de que abran.
Con un gesto cómplice, ambas se pusieron a trabajar. La jornada fue larga, entre entregas, limpieza y atender a los clientes. Sakura trató de mantenerse ocupada, sin darle espacio al cansancio ni a los pensamientos pesimistas.
Cuando el turno casi terminaba y empezaba a ilusionarse con volver a casa, su jefe la interceptó una vez más.
—Tiene una última entrega —le dijo sin mirarla.
—¿Ahora? —preguntó agotada.
—Usted sabe por qué está haciendo este trabajo. Cumpla con su responsabilidad.
—Sí, entendido —respondió con una sonrisa forzada.
—Nos vemos mañana. Y recuerde: puntualidad y el pago del cliente —agregó antes de marcharse.
—¿Otra entrega? —preguntó Ino al verla ponerse el casco de la moto.
—La última. Luego por fin podré irme.
—Cuídate, ¿sí?
—Lo haré. Gracias.
Sakura montó en la vieja motocicleta de reparto y se dirigió al destino indicado: un moderno edificio de oficinas. Subió al piso correcto y entregó el pedido. Cuando ya se marchaba, una voz la detuvo.
—Disculpa, falta el refresco —dijo un joven desde uno de los escritorios.
—¡Cierto! Un segundo…
Se giró rápidamente para buscar el vaso en la bolsa térmica, pero no se percató de la persona que pasaba justo detrás de ella. En un instante, el vaso resbaló de sus manos y se estrelló contra el traje impecable de un hombre que no había visto venir.