Un Error a la Medida

Capítulo 2. Su versión

════ ≫ Lucas ≪ ════

La conocí en la iglesia. Tropecé con ella cuando estaba a punto de huir del lugar, después de que mi madre me obligara a asistir. No podía negárselo. Era Nochebuena y yo acababa de regresar después de seis años y su primer instinto fue asistir a misa para darle gracias a Dios por mi llegada.

—Ahora regreso. Tengo que ir al baño —mentí con la finalidad de escabullirme. Necesitaba con urgencia un cigarrillo y sabía que no podría esperar a que terminara la ceremonia.

—Pero, hijo, la misa ya va a comenzar —renegó mi madre.

—No me tardo —dije, dándome la vuelta. Atravesé el pasillo y me disponía a salir por la puerta lateral, pero no logré dar un paso afuera cuando un pequeño y delicado cuerpo se estrelló contra mi pecho.

Retrocedí un paso para mirar al culpable, pero solo observé una mata de cabello castaño y ondulado. Su fresco olor a champú inundó mis fosas nasales y tuve que reprimir un suspiro. Sin embargo, cuando levantó la cabeza y esos enormes ojos cafés se fijaron en mí, dejé de respirar por completo.

Parecía un venadito deslumbrado por las luces de un auto. La inocencia en su mirada me robó el aliento y su delicada silueta me estremeció de los pies a la cabeza. Todo el conjunto parecía diseñado para cautivar. Pero su voz… Su voz fue el señuelo que logró atrapar mi atención.

No recuerdo a la perfección la breve conversación que tuvimos, pero solo sé que jamás podré olvidar la manera en que mi cuerpo vibró al escucharla cantar. No pude apartar mi vista de ella durante el tiempo que duró la misa. Y, cuando terminó, una amarga sensación se apoderó de mí al pensar que posiblemente no volvería a verla. Tenía que buscarla. Debía…

Allí estaba.

—Hola de nuevo —dije, ansioso por escuchar su voz una vez más, pero, para mi sorpresa, no fue ella quien respondió:

—¿Lucas? —La voz de Diego, mi viejo amigo, me hizo dudar.

«¿Acaso será su novia?», me pregunté.

—Hola, amigo. Cuanto tiempo sin vernos —murmuré sin emoción.

—¿Ustedes se conocen? —preguntó, asombrada.

—Más de lo que nos gustaría.

Después de lo que habíamos pasado años atrás, no creía que se alegrara de verme. Aun así, Diego hizo gala de su educación y terminó aceptando que lo acompañara cuando se ofreció a llevar a su amiga, quien para entonces supe, se llamaba Ayleen.

«Hasta su nombre era tierno».

El camino fue un tanto incómodo, para ella, pues yo no podía apartar mis ojos de su boca. Cada pequeño gesto suyo me resultaba fascinante y, si esa era la última vez que la vería, aprovecharía cada segundo de su presencia.

Por azares del destino, su casa se encontraba tan cerca de la mía que, sin ser religioso, agradecí a Dios por tan inesperado regalo.

—Pero qué pequeño es el mundo —exclamé sin poder ocultar mi excitación—. ¡¿Quién iba a pensar que seríamos vecinos?!

«Diego lo sabía, por eso no quería que lo acompañara», reflexioné al verlo frotar su rostro con frustración.

—¿Vecinos? ¿En dónde vives? —cuestionó la chica.

—Mis padres viven justo ahí. —Indiqué la casa al final de la calle, donde brillaban escandalosamente las lucecitas de colores, gracias a mi madre y su fanatismo hacia la Navidad.

—¿Eres hijo de doña Marcela? —preguntó con asombro—. ¿Por qué nunca te había visto?

—Vivo en Tijuana con mis hermanos desde los dieciséis años —expliqué y dirigí mi mirada a Diego, quien sabía mejor que nadie por qué había tenido que irme en primer lugar—. Imagino que eras una niña pequeña en ese entonces.

—¿Cu-cuántos años tienes? —El tartamudeo en su voz me hizo sonreír, y casi sentí temor al decir:

—Veintidós, ¿y tú?

—Dieciocho.

«Mayor de edad, ¡gracias al cielo!», pensé y, como respuesta a mis pensamientos, Diego me envió una mirada de advertencia que por poco me hace soltar una carcajada.

—Es noche, Ayleen. Tu mamá debe estar esperándote —dijo, desesperado.

—Sí. Muchas gracias de nuevo, Diego. ¡Feliz navidad!

La chica se abrazó al cuerpo de mi amigo y el retortijón que sentí en el estómago debió servir de advertencia para mí. Debí alejarme en ese momento, cuando, sin darme cuenta, mi cuerpo me avisó que en un futuro podría meterme en problemas.

«Ese fue mi primer error».

Dejé de prestar atención a su intercambio de palabras e hice lo que pude por no demostrar la inesperada molestia que me causó verlos tan cerca. Sacudí mi cabeza a tiempo para escuchar que se despedían al fin.

—Adiós. Descansa.

—Ustedes igual —dijo ella, volteando hacia mí—. Buenas noches.

—Nos veremos por ahí, Ayleen —prometí—. Presiento que nos llevaremos muy bien.

Solo pasaría una semana en el pueblo, y me aseguraría de aprovechar cada minuto.

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

—No sé qué es lo que estás planeando, pero deja a Ayleen en paz —advirtió Diego al día siguiente, cuando me buscó para hablar.




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