Un Error a la Medida

Capítulo 3. Ojos verdes

'*•.¸♡ ♡Ayleen♡ ♡¸.•*'

Abril

Siempre asocié a la muerte con los días nublados. Todos los funerales a los que había asistido en mi corta vida habían sido así: días fríos, lluviosos, tristes… Era como si el mismo cielo empatizara con el dolor de las personas que se despedían por última vez de un ser querido. Sin embargo, este día es muy diferente a como imaginé que sería.

Contrario a lo que pensé, es una mañana preciosa de abril. El sol brilla en lo alto, la brisa fresca de primavera me acaricia la piel y los pajaritos cantan alegres en los árboles, como si presintieran que el cielo está de fiesta al celebrar la llegada de mi madre.

—¿Estás bien? —pregunta Diego junto a mí—. ¿Ayleen?

—S-sí, estoy bien —respondo, con la vista perdida en la precaria tumba de tierra que ahora alberga los restos de mi madre.

Me abrazo a mí misma, buscando el consuelo que nadie más puede darme, y dejo que mis ojos se inunden y derramen las lágrimas que he reprimido desde que ella enfermó. No podía permitirme ser débil a su lado, pero hoy que no está, me es imposible seguir soportando el dolor que llevo atorado en el pecho.

Las personas comienzan a dispersarse a mi alrededor y puedo escuchar las expresiones como: «pobrecita, se ha quedado sola», «¿ahora quién se hará cargo de ella?», «¿cómo hará para mantenerse a sí misma?» y, «lástima, tendrá que dejar la escuela».

Me molestaría si no me hubiera hecho las mismas preguntas una y otra vez.

—Siento mucho tu pérdida, Ayleen —murmura doña Alma, la mamá de Diego, antes de envolverme en un abrazo—. Espero que no te ofendas, pero puedo ofrecerte un turno en mi cafetería, si te interesa. Sé que no es mucho, pero creo que te vendría bien el dinero.

—Gracias, doña Alma —balbuceo con voz entre cortada—. Es muy generosa.

—No hay nada que agradecer, hija. No te harás rica, pero es un trabajo honesto —espeta, apretando mis manos—. Servirá para solventar tus gastos ahora que tu mami ya no está.

Diego rodea hombro, dándome su apoyo, y asiento sin fuerzas, agradecida con Dios por contar en mi vida con personas tan buenas.

—Descansa unos días y, cuando estés lista, vienes a buscarme para decirte lo que harás.

—No hace falta —mascullo—. Puedo empezar mañana mismo; eso me ayudará a despejarme.

—Como te sientas más cómoda, cariño. —Acaricia mi mejilla—. Te esperaremos en el auto.

—Gracias.

La familia de Diego sale del cementerio, dejándome un momento a solas para despedirme de mi madre. Observo su tumba repleta de flores y no puedo dejar de pensar en lo mucho que la gente la quería.

Mi madre fue un ser de luz, alegre, amistosa y generosa. El pueblo la amaba y hoy lo demostraron. Asistieron al sepelio y se encargaron de hacerme sentir acompañada en todo momento, pero me aterra pensar en qué será de mí cuando deba regresar a una casa vacía. Cuando pasen los días y el mundo vuelva a la normalidad y yo ya no sea el centro de atención.

Siempre he sido una persona introvertida, pero mentiría si dijera que no agradezco que hoy todas las miradas estén sobre mí. Me hace sentir menos sola. Menos como una huérfana desamparada. Porque eso es lo que soy.

—Adiós, mami —pronuncio cuando me siento lista—. Descansa. Siempre estarás en mi corazón. Te prometo que, sin importar el tiempo que me tarde, seguiré adelante hasta lograr mis sueños. Hasta que te sientas orgullosa de mí.

Una racha de viento repentino sacude mi vestido y se enrosca en mi rostro, haciéndome sonreír. Se siente como una caricia. Como si mi madre tratara de consolarme una última vez.

Con ese sentimiento inundando mi pecho, me despido de ella y salgo del cementerio. La familia de Diego me espera en el estacionamiento y entro a su auto, preparada mentalmente para regresar a mi hogar.

—¿Estás segura de que no quieres quedarte esta noche con nosotros? —dice mi amigo cuando estamos frente a mi casa—. No me gustaría dejarte aquí sola.

—Esta es mi vida ahora, Diego —respondo, encogiéndome de hombros—. Mientras más pronto me haga a la idea, mejor. Nos vemos mañana en la cafetería —digo, forzando una sonrisa.

—Descansa, cariño —dice doña Alma—. Si necesitas algo, no dudes en llamarnos.

—Así lo haré.

Me quedo de pie en la acera, observando el auto hasta que dobla en una esquina, tratando de alargar el momento en que deba entrar a casa, pues no sé si podré soportar el vacío del lugar.

Abro la puerta, resignada, y, a pesar de todo lo que pensé que sentiría, la calma que encuentro es reconfortante. No hay malos recuerdos. No hay temor. Solo la paz infinita que me brindan los recuerdos de mi madre en cada rincón del espacio. Su sonrisa, sus cantos, su amor en cada pequeña cosa que hacía…

Me dejo envolver por el sentimiento agridulce, y me prometo a mí misma que mañana será mejor. Porque todo lo que haga, lo haré pensando en ella.

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—¿Están listos para ordenar? —pregunto, sujetando la libreta contra mi pecho con nerviosismo al ver a los amigos de Diego en la mesa.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 20.11.2024

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