'*•.¸♡ ♡Ayleen♡ ♡¸.•*'
—¡Ayleen! ¡Está listo el pedido para la mesa seis!
—¡Voy! —grito desde el baño mientras lavo mis manos apresuradamente.
Es la quinta vez que debo salir corriendo para orinar en lo que va de la mañana a pesar de que no he bebido tanta agua. La sensación de plenitud de mi vejiga ya comienza a molestarme, sobre todo por las noches, pero especialmente mientras me encuentro en el trabajo. Solo me pregunto hasta cuándo podré sostener este secreto, antes de que el embarazo comience a notarse y por fin se confirmen los rumores que ya corren sobre mí en el pueblo.
Me pregunto si la señora Alma me pedirá que deje el trabajo, y eso me pone muy nerviosa. No sé qué haría sin esa entrada de dinero en mi vida.
Seco mis manos y me apuro a llegar a la cocina cuando escucho al cocinero por segunda vez. Tomo la bandeja con el pedio y lo llevo a la mesa donde se encuentra un grupo de chicas que fueron mis compañeras en la preparatoria y ahora todas ellas estudian sus carreras universitarias.
—Hola, Ayleen, ¿cómo estás? —pregunta Nohemí. Sus ojos recorren mi cuerpo con descaro, como si buscara algo en particular—. Siento mucho lo de tu mamá. Perdón por no asistir al funeral; la universidad es muy demandante.
—No hay problema —murmuro al tiempo que coloco los platos en donde corresponden y no logro reprimir el malestar que me provoca el olor de los pepinillos en la hamburguesa de Pilar.
—¿Te sientes bien? —cuestiona Pilar—. Pareciera que vas a vomitar sobre mi hamburguesa —se burla, haciendo reír a sus amigas.
—Estoy bien —digo.
—Debe ser muy difícil trabajar en una cocina en tu estado —masculla Miriam, barriéndome con la mirada.
—¿Mi estado? —cuestiono con nerviosismo.
—Ya sabes…
—¿Todo bien, chicas? —saluda Diego a mi lado, colocando su mano en mi espalda de manera protectora. El gesto no pasa desapercibido por las chicas, quienes comparten una mirada cómplice que me hace retirar la mano de mi amigo como si su toque me quemara.
—Que disfruten su comida. Llámenme si necesitan algo más —balbuceo, antes de salir casi corriendo de la cafetería e ir a la cocina.
—No les hagas caso —dice Diego—. Son unas chismosas igual que toda la gente de este maldito pueblo.
—Pero tienen razón —murmuro cabizbaja—. Pronto se notará, ya sabes… y no habrá manera de negarlo. Si ahora se portan así, no quiero imaginar lo que dirán cuando confirmen los rumores.
—¿Has pensado en mi propuesta? —cuestiona seriamente.
La verdad es que lo he hecho. Ha pasado una semana desde que le confesé lo de mi embarazo y no ha habido una noche en que no piense lo que sería de mi vida si acepto su oferta, pero ¿eso en qué me convertiría? En una mentirosa. No sé si podría volver a ver a la cara a la señora Alma después de hacerle creer que mi hijo es su nieto.
—Lo siento, Diego, pero no me siento cómoda hablando de esto aquí.
—Entiendo, pero me gustaría que lo habláramos después. Los días pasan y ya comienza a notarse…
Por instinto, cubro mi vientre con ambas manos al escuchar lo que ya me temía. Pensé que solo yo podía notarlo, pues de un día para el otro comencé a sentirme incómoda con la ropa y he tenido que sujetar mi delantal más arriba en mi cintura para no apretar mi barriga. Es como si de la noche a la mañana hubiera aumentado dos tallas.
—Solo quiero ayudarte, sin pedir nada a cambio —murmura bajando la voz cuando se acerca uno de los ayudantes de cocina—. Es mejor que tengas una pareja cuando se confirme tu estado. La gente está acostumbrada a vernos juntos, no será difícil de creer. Además, pronto no podrás seguir trabajando. ¿Qué harás cuando eso pase? Necesitarás ayuda.
—Lo pensaré. Lo prometo.
Diego suspira frustrado y asiente, agachando la cabeza.
—Bueno, tengo trabajo que hacer. Vendré cuando termine tu turno —se despide y sale de la cocina después de dejar un beso en mi frente.
Como prometió, Diego regresa a mi hora de salida y me lleva a casa. Una vez que hemos llegado, hace el amago de bajar del auto, pero lo detengo antes de que abra su puerta.
Sé tal vez estoy cometiendo un terrible error que marcará mi vida y la de mi hijo para siempre, pero, después de pensarlo mucho, he tomado una decisión.
—Ya lo pensé bien, Diego —suspiro, sujetando su mano. Sus ojos se iluminan al observar nuestras manos juntas, mi corazón se apachurra y me entran unas enormes ganas de llorar cuando digo—: No puedo aceptar tu propuesta.
—Pero… pensé que lo harías —murmura decepcionado—. Soy tu mejor opción, Ayleen. Yo… te quiero.
—Lo sé…
—No, no lo sabes —me interrumpe—. Yo te quiero en verdad. No como una amiga. Estoy enamorado de ti.
«Por supuesto que lo sé», pienso. Tendría que ser demasiado tonta para no darme cuenta de sus sentimientos hacia mí. En parte, esa es una de las razones por las que he decidido rechazar su ofrecimiento. Diego es un buen amigo. El mejor. Y cualquier mujer estaría agradecida de poder compartir su vida con un hombre como él, pero… yo no siento lo mismo, y me aterra nunca llegar a sentirlo. Me niego a ser yo quien le robe la posibilidad de encontrar a una buena mujer que sí pueda amarlo de la forma en que se merece, y no tenga que conformarse con mi agradecimiento.