════ ≫ Lucas ≪ ════
—¿Nos vemos mañana? —pregunta Lidia, mordiendo su labio con coquetería cuando la empujo con delicadeza hasta llegar a la entrada de mi departamento.
—Te llamaré cuando pueda —miento con tal de no provocar una discusión, y abro la puerta, incitándola a salir.
—Estuviste genial, como siempre —ronronea, guiñándome un ojo—. No puedo esperar a repetirlo.
—Sí, yo igual. —Dejo un rápido beso en sus labios y sacudo mi mano a manera de despedida, antes de cerrar la puerta y regresar a mi habitación.
Mi relación con Lidia es lo más constante que he tenido desde hace un año. A pesar de que nunca hemos sido exclusivos el uno del otro, no he encontrado a otra mujer que tolere mi estilo de vida como ella. Me gusta lo que tenemos, pero me encanta tener mi propio espacio.
Amo mi vida justo como está. Tengo un buen empleo, mi propio departamento, un par de chicas con las que puedo divertirme sin sentirme presionado por formalizar una relación, y un grupo de amigos por los que metería mis manos al fuego. Lo tengo todo, y no cambiaría absolutamente nada de mi rutina: voy a donde quiero, cuando quiero, regreso si quiero y si no, no hay nadie que me reproche. Solo debo ocuparme de mí mismo y así será durante muchos años más si de mí depende.
Voy a la ducha y lavo los restos de la noche de mi cuerpo. Al terminar, me visto para el trabajo y, cuando estoy por salir del departamento, una llamada de mi madre me hace detenerme en seco.
—¿Mamá? Justo estoy saliendo al trabajo, ¿te puedo llamar después?
—No lo creo, Lucas —espeta más seria que nunca—. Necesito que vengas a casa en cuanto puedas.
—¿A casa? —resoplo, incrédulo—. Debes estar bromeando. Sabes que no puedo hacerlo, ni siquiera son vacaciones.
—Ya hablé con Gabriel y él está de acuerdo en que faltes unos días a tu puesto.
—¡¿Hablaste con mi hermano?! ¿Quieres decirme qué es lo que sucede?
—Lo haré cuando llegues, así que no me hagas esperar.
—Okey, ahora me estás asustando. ¿Estás bien? ¿le pasó algo a papá?
—Estamos bien. No se trata de eso.
Suspiro con alivio al escuchar que están bien, después de la urgencia con la que está exigiendo que viaje de regreso al pueblo. Como sé que no la haré cambiar de opinión, y solo porque ahora me siento más que curioso por saber qué es lo que está pasando, acepto su petición sin rechistar más y me encamino a mi habitación para hacer mi maleta.
—Está bien, mamá. Hablaré con Gabriel sobre los detalles de mi permiso; tampoco puedo irme así sin avisar. Nos veremos en unas horas.
—¿Ahora sí quieres ser un hombre responsable? —cuestiona de mal humor, y empiezo a sentirme como un niño regañado.
—No entiendo qué es lo que está pasando, o por qué estás tan molesta, pero te aseguro que no he hecho nada malo desde… bueno… dejémoslo en que no he hecho nada malo durante esta semana. —Trato de bromear, pero mi madre me sorprende cortando la llamada.
«Ni siquiera se despidió», pienso. Lo que sea que la haya hecho enojar, sin duda debe ser serio.
Completamente intrigado, marco el número de Gabriel, mi hermano mayor y mi jefe, y me llevo otra sorpresa al escuchar que atiende la llamada al segundo tono, cosa rara en él.
—¿Sigues en la ciudad?
—Sí, hola a ti también —respondo con sarcasmo—. No sé qué bicho le picó a mamá, pero me llamó para exigirme que vaya al pueblo ahora mismo.
—¿Y qué estás esperando?
—Bueno… quería confirmar que hubiera hablado contigo.
—¿Dudas de ella? —cuestiona, endureciendo más el tono de su voz, como si eso fuera posible.
—Claro que no dudo de ella, pero no podía irme sin hablar antes contigo —me defiendo—. ¿Tienes alguna idea de lo que le pasa?, parecía enfadada.
Gabriel suspira con pesadez, logrando que se forme un nudo en mi estómago.
—Solo diré que esta vez la cagaste de verdad.
La sangre abandona mi cuerpo, y mis pies se convierten en plomo al escucharlo. Si él dice que es malo, es porque en verdad es malo.
—Adelántame algo, no me dejes con la duda, hermano.
—Mamá me mataría si lo hago, pero me compadezco de ti.
«¡Carajo! Si quería asustarme, lo logró».
No pierdo más tiempo tratando de adivinar lo sucedido, y termino la llamada. Me apresuro a hacer mi maleta sin importar si me estoy dejando algo, y salgo del departamento, directo al aeropuerto.
El viaje me lleva cuatro horas, contando el tiempo de vuelo, más el camino en taxi hasta mi pueblo, ya que, para mi desgracia, mis padres no se dignaron a esperarme en el aeropuerto como de costumbre.
Mis manos sudan al entrar al pueblo, y mi corazón late desbocado al recordar las vacaciones de diciembre y todo lo que sucedió esa semana. Mis ojos recorren las calles en busca de no sé qué, y los nervios atraviesan mi columna al divisar mi casa a la distancia.
—Gracias —digo al taxista al bajar del auto frente a mi casa, y cruzo el portón de la entrada esperando recibir una cálida bienvenida que nunca llega y me toca llamar a la puerta como lo haría cualquier visita—. ¿Mamá?