════ ≫ Lucas ≪ ════
—Espere —dice Diego, sacudiendo sus manos—. Eso no es necesario. No es a lo que me refería con hacerse cargo de la situación.
—No, por supuesto. Porque lo que ustedes pretendían era sacarle dinero a mi familia —refuto.
—Eso no es verdad —chilla Ayleen—, yo no quería nada de esto. Yo no quiero ni necesito nada de ti.
—Eso se nota —mascullo con desdén—. Pareces un cadáver. ¿Qué no estás comiendo?
Ayleen baja la mirada, avergonzada, y casi siento pena por ella.
Es increíble verla tan diferente desde la última vez que estuvimos juntos. Pensé que con el embarazo las mujeres ganaban peso, no que lo perdían. Pero yo qué sé de eso.
—La madre de Ayleen murió hace poco —gruñe Diego a la defensiva, haciéndome sentir como un idiota—. No sabes por todo lo que ha tenido que pasar estos meses y vienes a criticarla, cuando gran parte de lo que le sucede es gracias a ti.
—Diego. No hace falta que me defiendas más —objeta ella, aparentemente molesta—. Ya hiciste suficiente.
—Por lo que veo, sus planes no resultaron como lo pensaban. —me rio sin gracia.
—Señora, Ayleen no irá a vivir con Luc. Con su reconocimiento bastará. Ellos no se conocen lo suficiente y…
—Ese es el punto. Lucas no será uno de esos hombres que solo ven a sus hijos una vez al año y se pavonean orgullosos el día del padre, como si en verdad merecierna ese título. Y sabes bien a quién me refiero —advierte mi madre, lanzándome llamas por sus ojos.
«Por supuesto que lo sé», pienso. No hace falta que me recuerde al imbécil que dejó embarazada a mi hermana y la abandonó a su suerte con mi sobrino. Ojalá me lo encontrara un día para decirle unas cuantas verdades.
—Es la única manera en que mi hijo se hará responsable de sus acciones —declara mi madre—. Ayleen, sé que no es como querías que fueran las cosas, pero es lo mejor para ti. Créeme, en tu estado, pronto no podrás seguir trabajando. Ya ni hablar de cuando des a luz a mi nieto. Por favor, acepta.
—¿Tengo alguna opinión en esto? Mamá, ya soy un adulto, puedo hablar por mí mismo.
Mi madre entrecierra sus ojos y me observa con enfado. De pronto me siento como cuando tenía ocho años y me comía todas las galletas del frasco. La amo, pero es aterradora cuando quiere serlo.
—¿Y qué vas a decir?
—No puedes hacer un trato así sin consultármelo. Además, ni siquiera estamos seguros de que ese niño sea mío ¿y ya lo llamas «mi nieto»?
—Nunca he estado con nadie más que tú —susurra Ayleen entre lágrimas—. Fuiste el primero y el último.
De pronto me invade una extraña sensación de posesividad y satisfacción al saberla solo mía, pero desaparece en el instante en el que veo a Diego acercarla a su pecho.
—Y me lo voy a creer solo porque tú lo dices —escupo—. No me importa si estuviste con alguien más, pero no voy a permitir que me encajen un hijo que no es mío; por fortuna hay maneras de demostrarlo. Y, hasta que no lo haga, no me haré cargo de nada.
—¡Lucas! Si solo vas a hablar para decir estupideces, mejor quédate callado —me reprende mi madre—. No te convertirás en un patán. Te eduqué mejor que eso. Llevarás a Ayleen a vivir contigo y punto.
«¡Carajo! Mi madre y su tonta moral», maldigo.
—¡Está bien! —grito, furioso—. Solo te advierto que no cambiaré mi estilo de vida por nadie. Irá conmigo y no le hará falta nada, pero será bajo mis términos. Y, en cuanto nazca ese bebé, le haremos una prueba de ADN.
Ayleen solloza y se separa de Diego de un empujón.
—Fue un error venir aquí —gruñe él—. Vámonos Ayleen. De ninguna forma dejaré que te vayas con Luc.
La chica guarda silencio, seca sus lágrimas y no me pasa desapercibida la manera en que aprieta los puños a sus costados. Está molesta, y no es para menos. Mi madre supo darles la vuelta a sus planes. Tal vez ese hijo ni siquiera es mío.
—¿Ayleen?
—Ya basta Diego —murmura y retira su mano cuando él quiere tomársela—. Ya debes estar conforme. Te dije que no quería venir.
—No tienes por qué aceptarlo. Mi oferta sigue en pie, yo puedo casarme contigo y nadie tiene que enterarse de que no es mío. No te hará falta nada, piénsalo.
Diego suplica de forma patética, y me extraña la manera en que mi pecho se llena de orgullo al escucharla decir:
—No. Lo siento, pero no puedo aceptar. —Limpia la humedad de sus pómulos con su mano y sorbe su nariz antes de seguir—: Mi hijo no es ni será razón de vergüenza. Y si debo sacarlo adelante yo sola, así lo haré. Muchas gracias por su apoyo, señora Marcela, pero no es necesario que hagan nada más por mí. Y, Lucas, lamento que hayas tenido que interrumpir tu ocupada agenda solo para esto.
Ayleen cuadra sus hombros y camina erguida hacia la puerta. Se abraza a su vientre al pasar por mi lado, y una ligera brisa de su perfume inunda mis fosas nasales, haciéndome suspirar. Es tan delicado, tan insignificante, pero al mismo tiempo tan dulce, que me lleva a recordar esa noche que pasamos juntos: lo hermosa que se veía como Dios la trajo al mundo. La manera en que tembló entre mis brazos. El brillo en sus ojos cuando la hice gemir de placer…