Un Error a la Medida

Capítulo 9. Pesadilla

════ ≫ Lucas ≪ ════

—Lo digo en serio, Lucas, cuida de esa chica sin importar que creas o no en ella, porque, si resulta ser cierto lo que dice, no habrá flores en el mundo que te hagan compensar tus errores —aconseja mi padre mientras esperamos a Ayleen afuera de la casa de su madrina—. Piensa en todo lo que pasamos con tu hermana.

—Sinceramente, no creo que esté mintiendo —confiesa mi madre—. Si hubieran visto cómo se enfadó con Diego por haberla llevado ante mí…

—No seas tan inocente, mamá, pudo haber sido una buena actuación —resoplo, y algo en mi interior se retuerce ante la idea.

—Eso es solo tu coraje hablando por ti —dice mamá—. Sabes que esa chica no es como las lagartonas con las que te revuelcas. Su inocencia salta a la vista. De hecho, es tan inocente que se dejó embaucar por ti.

—¿Ahora soy el culpable? Debo recortarte cómo se hacen los bebés, mamá.

—¡No le hables así a tu madre, Lucas!

—Lo siento, papá, pero todo esto me está volviendo loco. —Golpeo la ventanilla con mi puño, lleno de frustración—. Ojalá pudiera regresar el tiempo atrás.

—¿Y qué harías entonces, evitarías acostarte con ella o usarías un bendito preservativo? —cuestiona mamá, evidentemente molesta—. No era tan difícil ser responsable, hijo, y lo sabes. Quiero creer que usualmente te cuidas, o ya tendríamos varias pequeñas copias de ti. Y no te confundas, no voy a negar que la idea me emociona, pero así no se hacen las cosas. Yo hubiera preferido mil veces verte casado con una buena mujer, a la que quieras y que te quiera. Verte formar una familia como Dios manda, pero qué le vamos a hacer.

Me estremezco de pies a cabeza de solo de pensarme en esa situación.

—Mira, mamá, una cosa es que haya aceptado hacerme cargo de esa chica: pagaré sus gastos médicos y los de ese niño, así como todo lo que haga falta, pero otra cosa muy diferente es que creas que voy a casarme con ella —me defiendo—. Eso no lo haré y no está a discusión.

—En eso estoy de acuerdo —secunda mi padre.

—Por supuesto que no estoy diciendo eso. Un matrimonio sin amor debe ser una condena —espeta mamá—. Y sé que cómodamente hubieras podido enviarle dinero para sus necesidades y seguir con tu vida, pero no es lo correcto. Un hijo necesita más que dinero. Y tú necesitas aprender una lección.

—En caso de que sea mío —rezongo rodando los ojos, pero una molesta vocecita en mi interior susurra un «sabes que lo es» que me hace pasar saliva con incomodidad.

«Ayleen no sería capaz de mentirme de esa forma», me digo, aunque no me decido entre cuál sería la mejor opción dadas las circunstancias: si me miente, quedaré como un imbécil. Un imbécil libre de responsabilidades a largo plazo. Pero, si dice la verdad, tendré la satisfacción de saber que he sido el único en su vida, y el padre de su hijo. Lo que me ataría a ella para siempre.

La puerta del auto se abre, sacándome de mis pensamientos. Ayleen entra en silencio, con los ojos rojos y los labios hinchados, señal de que ha llorado. De pronto me siento como un tonto, pues desde que me enteré de su embarazo, no me he detenido ni un segundo a pensar en cómo debe sentirse ella.

El camino hacia el aeropuerto es silencioso y el vuelo aún más. La primera media hora a su lado es un infierno, pues ninguno de los dos dice nada. Es como si fuéramos dos completos desconocidos que coincidimos en el mismo asiento del avión, y no como si en realidad estuviéramos a punto de compartir la vida durante los siguientes meses.

Por suerte, Ayleen se queda dormida al poco tiempo y no tengo que lidiar más con su incomodidad y esos enormes ojos castaños llenos de terror que me hacen dudar hasta del aire que respiro.

Mi cuerpo entero se tensa al sentir su cabeza acomodándose en mi hombro, pero no soy capaz de moverme por temor a despertarla. De cualquier forma, el vuelo es corto, por lo que no tendré que soportar su cercanía por mucho tiempo. Así que la dejo descansar un momento, a pesar del escalofrío que me recorre al sentir su calor y el discreto olor de su perfume.

—¿Puedo ayudarle en algo? —cuestiona la azafata, guiñándome un ojo con coquetería hasta que se acerca un paso más y se da cuenta de la presencia de Ayleen—. Oh… ¿puedo traer una frazada para su esposa? —titubea, cambiando el tono de su voz a uno más formal.

—Ella no es… Está bien. Se lo agradezco. —No pierdo el tiempo tratando de justificarme y permito que piense lo que quiera. La mujer asiente evitando mi mirada y se retira de forma respetuosa.

«¡Maldición! ¿Acaso así será de ahora en adelante? No puedo imaginar una vida en la que las mujeres me observen de esa manera. Como si ya no estuviera disponible en el mercado». Gruño, y el sonido provoca que Ayleen se remueva en su asiento. Suspira en mi cuello, erizando cada vello de mi cuerpo, y de nuevo se acurruca contra mi hombro para seguir durmiendo.

La azafata regresa con la frazada y, con cuidado de no despertarla, la acomodo sobre sus piernas descubiertas. No puedo evitar que mis ojos se queden pegados en el pequeño bulto que forma su vientre, preguntándome si…

—Señores pasajeros, en breve estaremos aterrizando en nuestro destino. Les pedimos que ajusten sus cinturones de seguridad, enderecen los respaldos de sus asientos y cierren las mesas frente a ustedes. —El aviso de la azafata, una hora más tarde, me hace enderezarme justo cuando estaba por cerrar los ojos—. Por favor, asegúrense de que todos los dispositivos electrónicos estén apagados o en modo avión. Recojan sus pertenencias y guarden cualquier objeto grande en los compartimientos superiores o debajo del asiento frente a ustedes. Les recordamos permanecer sentados hasta que el avión haya llegado a la puerta de desembarque y la señal del cinturón de seguridad se haya apagado. Gracias por volar con nosotros.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 20.11.2024

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