'*•.¸♡ ♡Ayleen♡ ♡¸.•*'
Lucas cierra la puerta detrás de él, dejándome en un apartamento enorme y vacío. Bien podría estar en otro planeta por lo extraño que me parece todo. De pronto me doy cuenta de que tal vez el haber venido con él ha sido la peor decisión que he tomado en mi vida, sin embargo, no hay marcha atrás.
Observo mi alrededor, sintiéndome pequeña e insignificante. El hambre se esfuma, el frío es reemplazado por el calor que incendia mis ojos, y no puedo controlar las hormonas que intensifican mis emociones debido al embarazo, las mismas que me hacen llorar como Magdalena frente a la puerta.
—No seas tonta, Ayleen, sabías a lo que venías —me digo entre sollozos.
Lucas no me quiere, eso es más que obvio. Y, si alguna vez le importé, aunque fuera un poco, ese sentimiento se evaporó en cuanto se enteró de mi embarazo.
—No te preocupes, bebé —murmuro acariciando mi vientre—. Mi amor es suficiente para los dos. Jamás te faltará atención mientras yo viva.
Con ese pensamiento en mente, me obligo a calmarme. Limpio la humedad bajo mis ojos y voy a la que será mi habitación de ahora en adelante. Me acuesto en la cama con la intención de descansar, pero la decepción que Lucas me acaba de provocar después de su desplante y el apabullante sonido de la ciudad se mezclan y me impiden conciliar el sueño.
Sé que no era lujoso, pero extraño mi hogar. La tranquilidad, la calidez de mi habitación, mi jardín lleno de flores y el pequeño taller de costura de mi madre, así como el olor que dejó impregnado en su ropa…
A veces me gustaba abrir las puertas del closet e inhalar el vago olor de su perfume en las prendas. Me hacía sentir cerca de ella. Si cerraba los ojos, me daba la impresión de que podría escuchar su voz junto a mí en cualquier instante. Ahora no me queda nada. Estoy aquí sola, sin ella y sin Luc.
Sin más qué hacer, me armo de valor, tomo mi celular de la mesita de noche y le envío un mensaje a Diego con la esperanza de que su enojo haya disminuido, aunque sea un poco y se digne a responder:
Hola. Sé que tal vez sigues molesto, pero solo quería decirte que llegamos con bien. No tienes nada de qué preocuparte, Diego, Lucas se ha portado muy bien conmigo. Creo que estaremos bien.
Yo, 9:19 p.m.
«Basta, Ayleen, deja de escribir la palabra “bien”. Eso sin duda suena muy convincente», me reprocho al leer el mensaje nuevamente.
Los minutos pasan y Diego no responde. Era de esperarse, supongo, pero eso no quita que mi corazón se apachurre ante su evidente rechazo. Sé qué ha leído el mensaje; las dos palomitas azules que aparecen junto a la hora me lo confirman, lo cual duele aún más.
El llanto se desborda nuevamente al pensar en todo lo que he perdido en un solo día, y en lo que seguramente perderé durante estos meses. Solo espero que mi dignidad no sea una de esas cosas.
No sé cuánto tiempo he pasado llorando, pero mi pecho duele y mis ojos se sienten hinchados como nunca. Creo que ni siquiera cuando murió mi madre me había sentí tan indefensa como ahora, no obstante, mis sollozos se ven interrumpidos por el sonido de mi celular anunciando la llegada de un mensaje:
Es bueno saber que estás bien. Cuídate mucho, Ayleen.
Diego, 11:01 p.m.
Aunque no es el mensaje más emotivo que he recibido de su parte, me lleno de esperanza al saber que aún le importo y que, a pesar de su enojo, es lo suficientemente considerado para no ignorar mis sentimientos.
Lo haré. Gracias por responder, Diego, no sabes lo importante que eres para mí. Te quiero mucho.
11:03 p.m.
Me quedo algunos minutos observando detenidamente la pantalla por si decide responder, pero, aunque no lo hace, me digo a mí misma que no debo presionarlo. Después de su confesión, supongo que fue difícil para él verme marchar con otro.
«Espero no haber cometido otro error al rechazar su propuesta», pienso.
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El sonoro gruñido de mi estómago me despierta por la mañana, recordándome que no he comido nada desde que salimos del pueblo. Restriego mis ojos con mis manos y mi boca se abre en un largo bostezo antes de levantarme de la cama y buscar entre mi maleta un nuevo cambio de ropa.
Observo la hora en mi celular y me doy cuenta de que aún es temprano. El sueño no se ha ido por completo debido a las pocas horas que dormí, por lo que me decido por tomar un baño para tratar de despabilarme un poco antes de ir a la cocina en busca de algo para comer.
Salgo al pasillo y abro la puerta junto a mi habitación para entrar al baño. Después de ducharme, me siento más despierta.
La cocina se encuentra vacía cuando llego frente al refrigerador y observo con nerviosismo cada rincón del espacio, tratando de acostumbrarme a todo.
—¿Por dónde empiezo? —me pregunto un tanto mareada.
Un nuevo rugido de mis tripas me hace apresurarme y tomo los ingredientes que necesito para ponerme manos a la obra. Veinte minutos después, sirvo dos platos con huevos, tocino, pan tostado y una jarra de jugo de naranja.