Un Error a la Medida

Capítulo 12. De cabeza

════ ≫ Lucas ≪ ════

Llego a la empresa media hora antes de lo normal, provocando la mirada extrañada de la recepcionista.

Le mentí a Ayleen al decirle que no tenía tiempo para desayunar, pero la verdad es que no supe cómo reaccionar. No suelo intimar de ninguna forma con las chicas con las que me he acostado, ya ni hablar de tener que convivir día y noche bajo el mismo techo. Me da urticaria de solo pensarlo.

La situación con Ayleen me tiene más que incómodo, por lo que prefiero no pasar más tiempo del necesario en el departamento. Mi plan era salir sin que se diera cuenta, pero nunca imaginé que estaría despierta tan temprano, mucho menos que hubiera preparado el desayuno. Se está tomando atribuciones que no le corresponden y lo último que quiero es que se confunda y empeore algo que de por sí ya es complicado.

Evelyn me saluda ladeando su cabeza cuando me acerco al mostrador:

—¿Lucas, te caíste de la cama?

—Buenos días para ti también, Evelyn. ¿Ya llegó mi hermano?

—Fue el primero en llegar. Como siempre.

Me despido con un gesto de la mano y me dirijo a la oficina de Gabriel, a quien encuentro concentrado en su computadora, gracias al muro de cristal que separa su oficina del resto de la empresa. Hago el ademán de tocar, aunque la puerta está abierta como él prefiere, lo cual es un absurdo considerando lo reservado que es en sus interacciones sociales.

—Adelante —dice al verme—. Pensé que estarías disfrutando de tu luna de miel.

El sarcasmo escurriendo en sus palabras me hace rodar los ojos.

—No digas ridiculeces, hermano. No ha cambiado nada en mi vida…

—Excepto por el hecho de que, en realidad, sí lo hizo. —Enarca una ceja en mi dirección—. Vas a tener un hijo, Lucas. No es cualquier cosa. Eso hasta yo lo sé.

—¿También vas a reprenderme?

—No. Eres un adulto ahora, compórtate como tal.

—Gracias por el voto de confianza —espeto con ironía—. Ya tuve suficiente con los reclamos de mi madre y de Dulce.

—¿Y cómo está la chica? ¿Ya la atendió un médico?

—Aún no. Acabamos de llegar —le recuerdo—. Supongo que en estos días le pediré a Dulce que la acompañe.

—No supongas. Y no delegues a nuestra hermana tus responsabilidades, ¿acaso fue ella quién embarazó a esa chica?

—Se llama Ayleen —gruño por lo bajo.

—Como se llame —responde con indiferencia—. No creo que soporte tanto tiempo a tu lado como para que valga la pena memorizar su nombre.

La seguridad en sus palabras me incomoda, me hace sentir como si fuera un mocoso insoportable del que todo el mundo quiere huir. Odio que me traten así.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que no eres más que un niño malcriado, Lucas. Y, si es lista, se apartará de ti en cuanto se dé cuenta de que no tiene un futuro a tu lado.

—¿Por qué dices eso, hermano? —cuestiono con más dolor del que me gustaría demostrar—. Hasta donde sé, soy un hombre responsable: tengo una profesión, un trabajo estable, tengo un lugar propio y, aunque no me emocione la idea de traer un hijo no deseado al mundo, me estoy haciendo cargo de eso. No veo por qué Ayleen tendría que huir de mí. Soy su mejor opción.

—Por lo que sé, tenía otras opciones. ¿Qué hay de Diego?

—¿Qué hay con él? —pregunto, sintiendo cómo se calienta mi sangre ante la sola mención de su nombre.

—Mamá dijo que se ofreció a ayudar a tu chica.

—Uno: ella no es «mi chica», y dos: Diego no tiene nada que ver con Ayleen.

Escupo las palabras como si me quemaran en la boca. Solo imaginar a Ayleen con Diego hace que la incomodidad me pique la piel, y siento como si la camisa se ajustara repentinamente alrededor de mi cuello.

—¿La quieres? —pregunta sin rodeos, haciéndome titubear—. ¿Te ves formando una familia con ella?

Lo pienso por más tiempo del que se podría considerar normal, antes de respirar profundamente y responder:

—No —admito—. Me gusta, no lo voy a negar; por algo estamos en esta situación, pero de eso a estar enamorado de ella y «¿formar una familia?», no sé si me veo de esa forma con alguien en un futuro cercano.

—Ahí tienes tu respuesta —espeta, volviendo a su computadora—. Si es lista, se irá en cuanto pueda.

Me tomo un minuto entero para procesar la conversación, antes de levantarme de la silla y salir de la oficina. Estoy por cruzar la puerta, cuando Gabriel habla de nuevo, deteniendo mis pasos:

—Lucas, llévate uno de los autos que están en la exhibición.

—No lo necesito —replico—. Sabes que odio conducir en la ciudad.

—No se trata de que te guste hacerlo. Es mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo.

Doy dos golpecitos al cristal con mis nudillos, asiento de mala gana y me retiro.

Gabriel tiene la capacidad de exasperarme, sin embargo, el respeto que siento hacia él es casi tan grande como el que le tengo a mi padre, por lo que sus consejos, aunque no hayan sido requeridos, siempre serán valiosos para mí.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 20.11.2024

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