'*•.¸♡ ♡Ayleen♡ ♡¸.•*'
Me quedo de piedra al escuchar la frivolidad con la que Gabriel me habla, pero más me sorprendo al sentir la mano de Lucas acariciando mi espalda en un gesto tranquilizador y sobreprotector que me hace voltear a verlo, desconcertada.
—Eso fue un poco cruel, ¿no te parece, hermano? —pregunta Dulce, sacudiendo su cabeza en una negativa—. No hagas caso, Ayleen, mi hermano se le cayó a mi mamá de la cama cuando era un niño. A veces no piensa lo que dice.
—¿Y tú no vas a decir nada, Lucas? —cuestiona Gabriel—. ¿No vas a defender a la madre de tu hijo?
Lucas guarda silencio, pero no me pasa desapercibida la forma en que lo observa, con llamas en sus ojos. De inmediato se nota el respeto que le tiene a su hermano mayor, aunque es evidente que no está del todo de acuerdo con su actitud.
Gabriel resopla una risa burlesca, antes de estirar su mano en mi dirección.
—Lo siento, Ayleen. Solo trataba de despertar alguna emoción en mi hermano, pero parece que sigue confundido con respecto a ti.
Me lo pienso un segundo y esbozo una sonrisa temblorosa, antes de tomar su mano.
—Es un placer conocerte, Gabriel.
Me da un suave apretón y, después del susto de muerte que me ha dado, me brinda una sonrisa ladeada que me hace notar lo extremadamente guapo que es.
«Esta familia es tan rara como hermosa», pienso, tragando saliva con dificultad.
No puedo negar que me siento muy decepcionada de Lucas por no haberme defendido, pero entiendo que no lo haya hecho, después de que él mismo ha dicho hasta el cansancio que nuestro arreglo no será para siempre. ¿Qué se puede esperar?
—Bueno, ¿por qué no entramos? —propone Dulce.
—Vayan ustedes —responde Gabriel—. Necesito hablar con Lucas sobre algo. Estaremos en mi departamento.
—Está bien. Vamos, Ayleen, quiero que me ayudes a planear el cumpleaños de Mateo. Tengo algunas ideas, pero me gustaría saber tu opinión.
—Claro. —Sonrío y volteo a ver a Lucas, quien asiente de acuerdo y desliza su mano de mi espalda a mi cintura, dejando un suave apretón con sus dedos.
Se me corta la respiración al sentir la delicada caricia que me lleva a recordar los días que pasamos juntos; la misma caricia que me hizo en varias ocasiones mientras me besaba en su camioneta, o en la colina que se volvió nuestro refugio.
—Ve con Dulce, regresaré en un rato —avisa y deja a Mateo en brazos de su hermana, antes de seguir a Gabriel hacia el elevador.
Me quedo observándolo como una tonta hasta que las puertas se cierran y solo queda el silencio, interrumpido solamente por la conversación de Mateo y el sonoro suspiro de Dulce que termina de despertarme de mi pasmo.
—¡Dios! Estás tan enamorada de mi hermano —murmura en una mezcla de emoción y pesar—. Es un imbécil, no sé qué le ves.
—No digas eso. —Me rio—. Él es tu familia. Además, no estoy enamorada de él. Solo… bueno, puede que esté un poco enamorada de él —acepto, bajando la cabeza.
—Oye, no te avergüences de lo que sientes. Y solo estaba bromeando, por supuesto que mi hermano tiene cualidades que harían que cualquier mujer se enamore de él —dice, mientras nos adentramos a su departamento—. Solo trata de hacerse el difícil, pero estoy segura de que también siente algo por ti.
«Vaya manera de demostrarlo», pienso.
—Dijiste que estabas planeando el cumpleaños de Mateo —digo, cambiando de tema—. ¿En qué puedo ayudarte?
—¡Oh, sí! Mira… —Tira de mi mano y me lleva hacia la habitación de su hijo. El lugar es tan precioso con todas esas decoraciones de dinosaurios por doquier, que me pregunto si algún día podré darle a mi hijo un lugar así—. He pensado hacer una fiesta pequeña, solo para sus compañeros del jardín de niños, y quiero que sea con temática de dinosaurios, como verás, a él le fascina ese tema —suspira rodando los ojos—. Ya tengo el lugar, la decoración, las invitaciones, pero estoy batallando para encontrar un disfraz. Creo que lo mandaré a hacer a alguna modista…
—Yo puedo hacerlo —me ofrezco—. Claro, si confías en mí.
—¡¿De verdad, puedes hacerlo?!
—Bueno, planeaba estudiar diseño de modas en la universidad, pero… ya sabes, tuve que abandonar ese sueño. —Me encojo de hombros, tratando de no darle demasiada importancia al asunto, aunque la verdad es que aún me duele el haber dejado la carrera.
—No digas eso —me reprende—. No has abandonado nada, solo lo has puesto en pausa. Eres demasiado joven para rendirte. Y por supuesto que confío en ti. Pero ¿cómo vas a hacerlo?
—Por eso no te preocupes, he traído la maquina de coser de mi madre. Ella fue la mejor modista en el pueblo y me enseñó bien el oficio —presumo, orgullosa.
—Pues, no se diga más. —Aplaude, haciendo que Mateo se estremezca en sus brazos—. Dime qué necesitas y podemos ir de compras, ¿te parece bien?
—¡Sí, claro! —respondo, emocionada.
—Por cierto, hablé con mi ginecóloga y pedí una cita de control de tu embarazo, espero que no te moleste —murmura preocupada—. Está agendada para dentro de tres días. Solo… pensé que no conoces a nadie en la ciudad y tus chequeos no pueden esperar. Tenemos que asegurarnos de que mi sobrina llegue con bien a este mundo.